El fin de la era farmacopornográfica
por Paula Irupé Salmoiraghi
La era farmacopornográfica
Aceptar que el cambio que tiene lugar en mí
es la mutación de una época.
Beatriz Preciado. Testo Yonqui.
“Durante esa época,
reciente y, sin embargo,
ya irrecuperable,
que hoy conocemos como «fordismo»,
la industria del automóvil sintetiza y define
un modo específico de producción y de consumo,
una temporalización taylorizante de la vida,
una estética polícroma y lisa
del objeto inanimado, una forma
de pensar el espacio interior y de habitar
la ciudad, un
agenciamiento conflictivo del cuerpo y de la máquina, un
modo discontinuo de desear y de resistir.
Si desde un punto de vista económico,
la transición a un tercer tipo de capitalismo,
después de los regímenes esclavista e industrial,
se sitúa habitualmente en torno a los años setenta,
la puesta en marcha de un nuevo tipo
de «gubernamentalidad del ser vivo»
emerge de las ruinas urbanas, corporales,
psíquicas y ecológicas
de la Segunda Guerra Mundial.
Pero ¿cómo
el sexo y la sexualidad, se preguntarán,
llegan a convertirse en el centro
de la actividad política y económica?
Estamos frente a un nuevo tipo de capitalismo
caliente, psicotrópico y punk.
Un régimen postindustrial, global y mediático
que llamaré a partir de ahora,
tomando como referencia los procesos
de gobierno biomolecular (fármaco-) y
semioticotécnico (-porno)
de la subjetividad sexual,
«farmacopornográfico».
Durante el siglo XX, período
en el que se lleva a cabo la materialización
farmacopornográfica,
la psicología, la sexología, la endocrinología han
establecido su autoridad material transformando
los conceptos de «psiquismo», de «libido», de «conciencia»,
de «feminidad y masculinidad», de
«heterosexualidad y homosexualidad»
en realidades tangibles,
en sustancias químicas,
en moléculas comercializables,
en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio
gestionables por las multinacionales farmacéuticas.
Si la ciencia ha alcanzado el lugar hegemónico que ocupa
como discurso y como práctica en nuestra cultura,
es precisamente gracias
a su capacidad para inventar y producir
artefactos vivos.
El éxito
de la tecnociencia contemporánea es
transformar nuestra depresión en Prozac,
nuestra masculinidad en testosterona,
nuestra erección en Viagra,
nuestra fertilidad/esterilidad en píldora,
nuestro sida en triterapia.
La sociedad contemporánea está habitada
por subjetividades toxicopornográficas:
subjetividades
que se definen por la sustancia que domina
sus metabolismos,
por las prótesis cibernéticas a través de las que
se vuelven agentes,
por los tipos de deseos farmacopornográficos
que orientan sus acciones.
Así hablaremos
de «sujetos Prozac»,
«sujetos cannabis», «sujetos cocaína», «sujetos alcohol»,
«sujetos ritalina», «sujetos cortisona», «sujetos silicona»,
«sujetos heterovaginales»,
«sujetos doblepenetración», «sujetos Viagra»,
en términos de
Paul Beatriz Preciado.
Cambio de era
Todo ha caído. Todo
lo que quisimos derribar.
Tenemos pachakuti
anarkofeminismo
heroísmos utópicos.
Si te lo contaba hace un par de años
te me cagabas, forro, de risa.
Ya no hay más
héroes musculosos y con espaditas. Ahora
todes somos heroínas.
No tenemos bombacha con estrellitas
ni andamos combatiendo gente. Nuestros
poderes son otros.
Atades a casa
con este cordón umbilical
de metal y silicona, pendientes
del latido materno, intentando
reiniciar, no queremos
partir al universo de la aventura. Nuestro deseo
es solamente no ser expulsades,
no abandonar, permanecer,
conservar lo bello,
reproducir lo que amamos, lo que hemos
amado siempre y despreciado
por correr a matar monstruos y vencer enemigos, por jugar
competencias de machitos.
Hoy queremos fluir y engordar,
ser flácides y mutantes, girar
en ronda, abrir
el centro, ya no erguir
poder civilizatorio sobre esa mierda
de la imagen y la semejanza,
pirámide soberbia
de la evolución.
Uno de tres sin lámpara mágica
Tres deseos le pedí al Futuro:
la teletransportación,
la alimentación por fotosíntesis
y la caída del patriarcado.
Como el Futuro es
una entidad buena onda y confianzuda
me dio primero lo importante
y lueguito me dijo: “Ve
caminando a donde tú quieras, chica,
y deja de joderme a mí
porque a ti
no te gusta cocinar”.
Sin exterminio
No hubo masacres. No nos extinguimos.
Nada de pánico en las autopistas.
Nadie tuvo que abandonar su auto y salir corriendo
por temor a que Godzila o el ojo lanzarrayos
lo alcanzaran.
Ningún ninie se perdió en la multitud.
Ni les ancianes ni les actores de reparto racializades
murieron bajo la avalancha humana.
Salimos tristemente del planeta en caravana.
Como quien va
de vacaciones apuradas
por los pocos días de licencia o
por la poca guita amarrocada.
Igual que habíamos ido
a la conquista del oeste o
habíamos sido gitanes nómades,
migrantes tercermundistas, conurbaners
africanizades.
Nada nuevo, nada espectacular.
El llanto de les gurises porque no había lugar
para todos los juguetes y las mascotas
se quedaban en casa.
Manadas, bandadas, cardúmenes,
rebaños, piaras, enjambres
nos despidieron con el gesto
de no podérselo creer.
Con cara de “por fin” sabiendo
que solo les humanes
éramos expulsades: en penitencia,
duros de sesera,
para entender por las buenas.
En órbita
Estábamos en órbita y repasábamos
nuestros conocimientos geográficos escolares
señalando con el dedo por la escotilla
océanos, cordilleras y capas de la atmósfera.
Les chiques estaban inquietes
sobre todo la bebé, la nonata, la que habíamos engendrado
en medio de la movida de extraterrización humana,
la que nacería fuera y lejos
de la era farmacopornográfica.
Flotando
La bebé flotaba como flotan
en útero todes les bebés.
Pero ahora todes éramos flotantes:
naves multillizas que avistábamos
más o menos cerca o lejos
orbitando,
adormecidas,
en espera,
en líquido amniótico infectado
de galaxias desconocidas.
Ya mi vieja hace rato
Mi vieja ya hace rato se preguntaba,
en días de borrachera y delirio preapocalíptico,
por qué los científicos de las superpotencias
no habían evolucionado en la línea
del viaje interplanetario luego
de la llegada a la Luna.
Todes teníamos teorías conspirativas,
y explicaciones pelotudas de pelotudos que creían
saber las intenciones de la ONU y otras instituciones que me chupan
una teta.
Ya mi vieja hace rato sospechaba
que todo el presupuesto invertido
en ciencia y tecnología
había desenfocado el espacio
para mirarse el ombligo o la pantalla
digital.
Cuando, sin vuelta atrás,
hubo que evacuar el planeta, descubrimos
que alguien lo sabía,
que muches habían estado fabricando
esas naves como rascacielos, como conejeras, como palomares,
iguales a las viviendas apretadas y feas
que veníamos habitando mudialmente hacía ya casi un siglo.
“¿Por qué nunca viajamos a Marte?, decía tu abuela”, repetía ahora
yo delante de mis hijes
burlándome de la voz
de vieja borracha,
del ritmo de mantra,
de la plegaria sin fe.
Tiene su cadencia la retórica, mirá:
¿Por qué nunca (respirar, mover la cadera a un lado)
viajamos a (al otro)
Marteeeeeeeeeee? (sonreír y dar
dos golpes de palmas brillantes)
Porque estas cafeteras con lavadero incluido
sólo pueden
sostenernos por un tiempo acá colgades, le contesto al aire
como si mi vieja pudiese escucharme todavía.
Porque acá nos quedaremos hasta que terminen las explosiones, implosiones y escupidas
que la madre Tierra nos gargagea
para que no jodamos más, aclaro
sin que me escuchen les gurises.
La biblioteca del fin del mundo
Tantas veces hicimos la jodita
esa de preguntar qué libro te llevarías
a una isla desierta y ahora
acá estoy con mi Quijote
odiándolo
porque es el único que me traje, porque en él
está todo y no está nada, porque extraño
todos los seres y universos que dejé
en mi casa la de allá abajo, la terrestre,
la que dicen
que estará idéntica a sí misma
cuando volvamos.
La locura del manchego
se me contagia y veo
gigantes malignos entre las ollas
de la cocina de la nave,
Sansones Carrasco en las escotillas
de las naves vecinas,
curas y barberos en las pantallas de comunicación online.
Su idealismo, en cambio,
necesita que lo busque más, que lo llore menos,
que cierre más los ojos y me deje llevar hacia atrás, hacia los siglos
en que un pobre viejo y su vecino
pudieron sobrevivir a pan y cebollas (que ni amor
y agua fresca había),
que me haga cargo
de que todes hemos sido exiliades,
alguna vez, de nuestro multiverso bibliovital.
Volver a casa
Hoy en este cuchitril
familiar que nos tocó
dentro de esta nave rascacielos
que orbita alrededor de La Tierra,
que orbitará hasta que La Tierra
acepte que volvamos
a posarnos en ella,
hoy durmiendo con tres gurises
pegades a los riñones,
soñé que tenía
51 años, mis hijes eran grandes y yo
volvía a la casa de mis viejes.
Era claramente
la casa que teníamos
en las afueras de Buenos Aires, conurba cheto,
era claramente
la pieza que tuve a los 17 años.
Estaba en construcción.
Sin revocar y sin revestimientos en el suelo
se parecía al garage
donde vivimos un año con mi ex,
se parecía
a una cueva donde,
en otro sueño,
yo me metía y lo encontraba (a mi ex)
luego de atravesar
pasillos laberínticos con imágenes de arquetipos femeninos del Tarot.
En el sueño de anoche no había pasillos,
ni imágenes femeninas, ni ex.
Estaban mi papá y mi mamá, mis hermanes ninies
y yo pensaba
que no estaba mal, al contrario, que estaba muy bien
volver.
Mary Shelley
A su madre la tuvimos
nosotres pero no ella. La Wollstonecratf,
madre de los feminismos,
murió al dar a luz, es decir,
pariendo. La pequeña
Mary también tenía
dificultades al concebir:
primera hija muerta a los pocos días,
tres abortos espontáneos,
un único
hijo sobreviviente.
Sumale suicidio de primera esposa
del que luego, viudo, fuera su marido,
más mismo amante (posterior marido)
luego ahogado,
y propio tumor cerebral.
Sumale sumale y por no restar
la mina escribió al monstruo
con los cuerpos que nunca llegaron
ni a la tumba ni a la cuna
ni mortaja ni mantillón
y fue la primera novela
de un género que los onvres,
a la postre, ignorándola,
llamaron ciencia-ficción.
Bienes personales
Nos dijeron que no temiéramos
por nuestros bienes personales,
que nadie nos robaría nada, que nada nos faltaría.
Porque no habría chorros en La Tierra cuando todes partiéramos,
porque robar y destruir propiedad privada ya no tendría sentido,
porque les chorres, les pobres, les necesitades, les loques
vendrían en la misma nave que nosotres, serían
“nosotres”. La utopía
fue rechazada al principio
por algunes chetes, cabeza de termo,
mala gente acostumbrada
a la seguridad privada y el negrito
en la barrera del cuntry.
Al mes y medio de flotar en órbita,
de ver explosiones y humaredas alrededor de toda
nuestra planeta,
las prioridades fueron otras; los miedos,
otros.
Por mi parte, siento pánico de ver mi casa incendiada,
mis nobibliotecas, mis estantes desordenados y arbitrarios,
devorados por el fuego.
Temo
por mis amores de papel.
Utópica
¿Será el embarazo? Digo
lo que me hace
tener esperanza. Llorar
poco y feliz.
Emocionada por estar viviendo
este apocalipsis decadente,
mudanza conurbana planetaria,
pedorrada de estar acá, la ñata contra el vidrio
de la pantallita, de la ventanita,
mirando boquiabierta esto
que parecía tan copado
cuando lo filmaba joligud
y ahora
tan nada, tan sencillito, tan poquita cosa.
¿Durante cuántos milenios
narrará la humanidad estos días?
¿Seré yo la heroína
de cuántos relatos del futuro?
Yo y mi panza como tantas panzas que se harán ninies del espacio.
Una nueva humanidad. La necesaria.
Piojos
Siempre lo supimos:
Somos parásitos que infectaban
el cuero cabelludo de La Tierra.
Pacha, la tierna, se inventó estos sahúmos de volcanes
para expulsarnos apenas.
No es veneno, no nos mata.
Nos hemos ido pero volveremos.
Como cuando las madres hacemos los menjunjes
de vinagre, cuasia amarga y shampú de farmacia
pero los piojos siguen reproduciéndose.
(Mis extremidades maternocyborgsuperiores
terminan en un peine fino y una boquilla de nebulizador)
Menos mal que no ponemos huevos
porque las liendres
siempre fueron
lo más difícil de arrancar.
Relajarme
¿Relajarme yo?
No puedo relajarme, no puedo.
¿A quién se le ocurre? ¿Vos podrías?
Tas en pedo.
¿Cómo voy a relajarme con este kilombo,
esta panza que se me apoya entre las piernas y se me paspa la cotorra,
estos gurises que me corren alrededor como si el mundo
no estuviera acabándose,
estos platos sin lavar y menos mal que las moscas no subieron al arca,
estos trapos mugrientos
que no se secan
ni en el tender ni en la soga porque viento
lo que se dice viento que seque
no hay. Y del sol ni hablemos.
Vos porque sos una fresca malparida. Sangre de horchata tenés,
todo te resbala, te chupa la argolla.
¿No se escuchan gritos en tu nave?
Qué suerte, acá más de un chiflade.
¿Y tu marido qué? Ah, claro, el maridito,
como si tener marido le solucionara a una la vida,
que más trabajo que les hijes dan,
que si se te deprime el pelotudo andá a levantarlo,
que todo un melodrama si
no se le para por el éxodo
o se le pone precoz
por la ansiedad de la desocupación.
A mí dejame sola, que la yegua sola bien se lame.
¿Qué buey? ¿No era la yegua?
Bueno, jodete, yo te feminizo todos los refranes
porque el lenguaje sexista me la seca más que el viento que no existe.
Y perdoname que te tengo que dejar, querida,
mañana te videollamo mientras plancho.
¿Tampoco planchás?
Nanananana, ni me lo cuentes.
El primer muerto
Hemos tenido nuestro primer muerto.
Masculino, 78 años.
Muerte por enfermedad crónica o de viejito no más.
No fue un asesinato ni un suicidio
ni un accidente automovilístico.
No fue un virus extraterrestre ni un shock postraumático
ni depresión por el éxodo.
Iba a morir en La Tierra y murió en el espacio.
Cuando soltamos su cuerpo envuelto en la última
sábana en que había dormido,
la humanidad completa lloró.
Si sos humane
sabrás por qué.
Abortar
Me lo preguntó una pelotuda
que hacía turismo light entre las naves.
Creo que era francesita, como las uñas, o había nacido
en alguna parte donde nadie
distingue un lugar de Nuestramérica de otro.
Era su primera vez en los suburbios.
Me miró la línea negra que atraviesa mi panza al aire,
y me soltó:
¿Todavía no es legal en tu pinche país?
Irónica le expliqué
primero que sí, que hace diez años
y que mi país
sería “puto”, no “pinche”
si de insultos sexualizados hablásemos.
La rubia tarada me la siguió:
Y entonces cómo
y tú para qué
y tan solita
y en este mundo
y sin posibilidades
y sin futuro
y ya con tres.
Y se la retruqué:
y porque sí
y por amor
con esperanza
en este o en cualquier mundo
y donde comen tres
comen cuatro.
Soy la que llegó al futuro
Soy la que
atravesó las eras,
la que
lo sufrió todo y se curó,
la que melodrama, tragedia y telenovela,
la que patada voladora y gas pimienta,
junté el atado y los cunumí
cuando se desbordó el Reconquista,
me subí a las naves del éxodo
con tres hijes y una panza
de seis meses.
Soy la que cremó a su madre hace diez años
y abrazó la urna de cenizas calientes,
la que heredó la biblioteca
de la abuela Celia aunque nadie
supiese siquiera que existía
confundida
entre los enciclopédicos y turísticos
libros del viejo de mierda que tuvo por marido.
Soy
la que enseña en instituciones que odia y en el fregadero
(qué lindo
decir acá “fregadero” aunque
sea palabra que no pertenece
a mi variedad idiolectal de nacimiento)
Soy la que da testimonio y lo recibe,
la que gira como panóptico policial
porque tarea de madre
y porque hormigas en el culo y esta angustia.
Soy la que da
los boleos en el orto
a las conchudas que lloriquean
pirqui is mii difícil sin miridi.
Cantá conmigo:
Ya sé cayó, ya se cayó
al patriarcado
lo tiré yo.
Yo somos todas.
Todas soy yo.
Acá no pueden hacerme daño
Acá no pueden hacerme daño
las viejas de mierda que me cobraban
el alquiler con aumento del 30% religiosamente anual.
El futuro es un lugar
donde toda penuria mezquina se ha vuelto
granito de arena.
No llegan hasta mí
les envidioses que me comentaban
los estados del wasap con hirientes ironías,
les forres que no se bancaban
mi nivel de fusión en la amistad y/o el amor,
les nabes que me miraban
con cara de qué carajo te pasa,
les que querían
venderme plástico siliconado y endeudarme
por 50 años,
les que no escuchaban
mis lecturas líricas o no sabían
qué decirme cuando alcanzaba
un pico de éxtasis creativo,
les que debían amarme pero fueron
gallina bizca y gato tuerto
diciéndome que nunca
nunca iba a encontrar
a mi familia cisne.
Trabajo de parto
Seis AM la primera contracción.
Hoy es el día:
el último, el primero.
Me levanto
decidida a mostrarte, hija mía, este mundo nuevo.
Me tomo un analgésico para ganar tiempo.
Dejar a tus hermanes con las vecinas,
cerrar herméticamente
nuestro cubículo para llevarlo
a la temperatura ideal que me permite
estar en pelotas todo el día.
Caminar lento y pausado para que metas
tu cabecita blanda con mollera
en mi canal de parto.
Ya he hecho esto antes.
Tres veces antes.
He sobrevivido y luego han sido
los tres días que marqué
en mi calendario vital
como los mejores.
Tengo
que autoconvencerme, auto
hipnotizarme, soy
una plurípara, no
voy a morirme.
Lo haremos vos y yo
solas.
Romperemos bolsa y será hermoso
como mearnos encima.
Nos reiremos
del calor líquido chorreando por mis patas
y encharcando
las baldosas en damero de la cocina.
Me echaré en la cama
de a ratos como una perra,
me pondré en cuclillas sobre el nidito
de trapos y almohadones que te hicimos,
me colgaré poderosa
de la hamaca paraguaya.
Cuando me canse de pujar y hablarte, hablarte y pujar,
cuando me contestes
con tu primer llanto,
entrarán por esa puerta mis parteras:
Angélica, la sabia;
Ani, la que lleva
el nombre de mi madre muerta,
Monique, la que construye
mitologías de amazonas,
Concha, la de la voz que truena,
Simone y Rigoberta, las que pelean,
Alfonsina, doula y cronista;
Olga y Berenice,
Juana con tus pañales
de tela entre las manos.
Paula Irupé Salmoiraghi (Buenos Aires, 1969)
Es traductora de francés y profesora en Letras. Pertenece al equipo de investigación de Literatura del Siglo de Oro dirigido por Diego Vila en el Instituto de Filología Amado Alonso, UBA. Sus temas de investigación abarcan la palabra poética, las identidades queer en Nuestramérica y las utopías feministas. Se encuentra desarrollando un modelo teórico feminista que ha conceptualizado como “El nocamino de la heroína”.
Ha publicado cuentos fantásticos y de ciencia-ficción en revistas Clepsidra, La Balandra y Próxima. Sus libros de poemas Mi tren monoplaza (2010) y El cajón de las manzanas podridas (2016) fueron editados por Del Dock y Baltasar editora respectivamente. En 2021 su libro El fin de la Era Farmacopornográfica inicia la colección de poesía de ciencia-ficción en Ediciones Ayarmanot. Su novela Concordia intertemporal permanece inédita y actualmente trabaja en un nuevo libro de cuentos.
Coordina los talleres de lectura “Feminismos, teoría cuir y poesía” y de escritura “Pájaros que rebrotan”. Sostiene el grupo “Narradoras narrando hoy” en Facebook y los blogs “Lunes por la madrugada”, “Pórtico CF” y “Sucia de besos y arena”.
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