La llamada de Yksana
De Soledad Cortés
Día 1. Planeta
Arentakis
Nuestra
misión se ha salido de control. Lo que pretendía ser un aterrizaje perfecto
terminó con nuestra nave destruida por un fallo en los propulsores. Es
inaceptable que no se hayan procurado los protocolos de seguridad necesarios.
Afortunadamente logré escapar en una cápsula de salvamento, mis otras
hermanas también lo hicieron. Espero encontrarlas pronto, tenemos una misión
que cumplir en este lugar.
Gracias a mi traje termoquímico, he logrado evitar heridas de mayor
gravedad. Ha protegido mi cuerpo de amenazas como quemaduras o fracturas al
hacer contacto con el suelo.
Pero mientras, continuaré con el protocolo de supervivencia en este tipo
de emergencias. Cambio y fuera.
Dia 5. Cúmulo de
Narea
Llevo
cinco días asentada en el campamento base. Decidí permanecer en este lugar por
si alguna de mis hermanas aparecía. Nada ocurrió.
En mi espera, he leído todos los versículos del sagrado libro para
serenar mi alma. Yksana me ha dado la calma que necesito para un lugar tan
primitivo como este.
Los animales transitan libremente, me desagradan sus ruidos y pelajes
extraños. Algunos se revuelcan en el rojizo césped de este planeta y parecen
disfrutarlo. No entiendo nada. Seguiré enfocada en mi baliza, no hay tiempo que
perder. Mis hermanas esperan por mí, no las abandonaré.
Día 10. Cúmulo de
Narea
Esta
mañana mi escáner me despertó con una alerta que indicaba la ubicación de una
cápsula a pocos kilómetros de donde me encontraba. Caminé ilusionada hacia el
sitio indicado, sin dudas daría con una de mis hermanas.
No fue así. Para mi decepción, encontré una cápsula hecha pedazos, el
golpe había sido tan fuerte que no quedaron más que escombros de ella. Me
arrodillé frente a los restos y recé nuestras plegarias de despedida para luego
devolverme a mi base. No había tiempo para lágrimas. Si una cápsula había
aparecido, encontraría muchas más.
Al volver a mi campamento hallé que algunas ramas habían empezado a
crecer en torno a mi baliza, me sorprendí de la rapidez con la que crecen estas
cosas. Las saqué de inmediato, interferían con todo mi plan.
Hoy me aferro a la esperanza de ser rescatada de este mundo tan
primitivo y sin tecnología en que he caído.
Día 18. Planicie de
Yatar
Doy
gracias a Yksana por nuestros trajes termoquímicos. El mío se ha adaptado tan
bien a este ambiente que me ha protegido de la naturaleza que intenta a toda
costa molestarme. Decidí dormir en esta planicie. Mala idea. Anoche el bufido
de un juki me despertó. Me lamía una pierna y su saliva se deslizaba
pegajosamente por ella. Lo asusté de un alarido, me miró extrañado y se alejó
lentamente hasta perderse entre algunas ramas. Afortunadamente, pude sacar su
suciedad de mi traje. No entiendo la vida en este lugar, invade mi espacio
personal, tan sagrado dentro de nuestra cultura y sus estrictos códigos
morales.
Yksana, madre, gracias por protegernos
de las amenazas salvajes y no dejarme
llevar por todo lo que me rodea.
Día 65. Cúmulo de Narea
A falta de señales de auxilio y la nula respuesta de las nuestras
es que he decidido contar más sobre la misión. Debo ser precavida, en caso de
morir en este lugar, al menos quedará mi registro.
Ya van dos meses desde que mi cápsula cayó a este planeta. Nuestra
misión contemplaba llegar hasta acá. Junto con otras compañeras debíamos
encontrar nuevas fuentes para alimentar
a Yksana, madre de todas nosotras, creadora de vida, reina de Pkian.
Fuimos miles las que salimos en busca de aquella energía que
comenzó a extinguirse de manera repentina. Bajo las órdenes de nuestras
sacerdotisas, nos vimos obligadas a tomar todos los navíos que encontramos, y
partimos con un objetivo claro: visitar los planetas aledaños, olvidados en
antiguas guerras, y recuperar lo necesario para poder prevalecer en el tiempo.
Admito que ya estoy un poco más adaptada a este planeta, me
aferro a la baliza que aún tiene suficiente energía para mandar una señal de
auxilio.
Me siento todas las tardes a mirar los cambios de colores
que se producen en el cielo, por el efecto de los géiseres ubicados a unos
cuantos kilómetros de donde me encuentro. Nada increíble, nada llamativo. No
quiero estar acá.
Yksana, ayúdame a mantener la cordura.
Día 105.
Cúmulo de Narea
Hoy he decidido dejar de ocupar mi traje termoquímico para guardar
la energía de reserva hasta el día que tenga que volver a la órbita. Tenemos
prohibido sacárnoslo. Pero estoy sola y nadie lo sabrá. En su reemplazo me he
puesto los harapos que estaban en mí capsula: una sencilla malla con empalmes
tecnológicos que hacen más fácil mis movimientos, regula la temperatura y
libera mi piel de lo ajustado de mi traje. También he aprovechado para usar los
protectores de pies sintéticos, que son perfectos para este tipo de entorno
hostil. No dejaré que nada toque mi piel.
Hoy, por primera vez he experimentado el roce de mi cabello
sobre mi rostro. Se siente extraño, suave, pero me produce picazón. Lo he
tomado en una coleta con una cinta vegetal que encontré en el suelo, el viento
se encarga de mecerlo a su ritmo. Me agrada. Es nuevo para mí disfrutar del
viento de esta manera.
Como buena Drina, he vivido toda mi vida con la malla de
protección para nuestros cabellos. Si bien, desde tiempos milenarios se ocupaba
para protegerlo de la lluvia ácida de nuestro planeta, con el tiempo se hizo
parte de nuestra cultura, un sinónimo de pureza y ofrenda a nuestra madre. En
Pkian, solo nuestras sacerdotisas tienen el derecho divino de mostrar sus
largas y azuladas cabelleras.
Madre, perdona si he ofendido tu palabra y enseñanzas.
Día 206.
Cima de la Victoria
Decidí buscar el lugar más alto para poner una radio que
finalmente no funcionó. En los primeros sesenta días no le presté atención a
este lugar, estaba demasiado enfocada en programar bien el transmisor.
Si hay algo de lo que estoy agradecida es de no pasar
hambre. Todos los días doy las gracias a Yksana por habernos creado tan
perfectas. Mi alimento es cualquier fuente de energía, ya sea la fuerza del
agua del río, el viento huracanado o el mismo sol que me alumbra; elementos que
afortunadamente en este planeta abundan y que, desde que dejé de ocupar mi
traje, tengo la impresión de que me revitalizan y me hacen sentir más fuerte.
Esta es la tercera vez que vengo a este lugar. He aprendido
a dejarme impresionar por la vista que tiene. Desde aquí veo las vastas
llanuras repletas de naturaleza y los diversos colores que abundan en este
planeta; son tantos que no puedo describirlos, son tan hermosos que cada
segundo que paso observándolos lo vale.
Cuando el atardecer se acerca, todo lo que rodea este lugar
comienza a cambiar de color. Considero que este espectáculo es un lujo para
alguien tan inferior como yo. Me he asombrado de la fuerte presencia del
púrpura, nuestro color sagrado, este se ha ido apoderando paulatinamente de los
troncos de algunos árboles de hermosas hojas turquesas. No puedo evitar recitar
algunos pasajes de nuestro libro sagrado en señal de admiración.
Observando la inmensidad de este lugar, recordé cuando mis
hermanas contaban que una vez ganada la batalla contra nuestros enemigos,
algunas de las nuestras se alzaron en esta cima y, levantando sus manos,
agradecieron al sol que las bañaba por el triunfo obtenido. Ellas permanecieron
horas absorbiendo el regalo que este les hacía, sus pieles se tornaron color
púrpura intenso, así permanecieron todas sus vidas con el regalo divino que el
sol les había dado.
Mi verdosa piel, es la de una Drina normal: suave y
escamosa, no soy descendiente de aquellas hermanas, solo soy una más que nació
de los últimos frutos de Yksana. Soy una buscadora de energía, una entre miles.
Me pregunto si me rescatarán algún día.
Día 390.
Campos rojos de Dirinak
He despertado sobresaltada por una pesadilla. Vi a mis hermanas
gritando y cayendo por un abismo. Los gritos de ellas aún resuenan en mis
oídos.
El clima tampoco ha ayudado a calmarme. Una tormenta de
cinco días amargó todo, se arruinó mi campamento, pero lo que más me dolió
fueron mis protectores de pies que se llenaron de moho y barro. Apenas terminó
la lluvia los puse al sol, pero para infortunio mío ya estaban arruinados. Tuve
que caminar descalza por primera vez.
Caminé por la hierba roja que cubre el sector. Es suave,
fría y un poco gomosa. Siento que las palmas de mis pies se estremecen cada vez
que tocan aquellas delgadas fibras. Se trata de una nueva sensación, agradable,
tan intensa que desvié inesperadamente mi ruta.
Ese día descubrí algo nuevo: el lago.
Me detuve absorta ante la imagen de aquella inamovible masa
de agua. No pude evitar pensar en mis hermanas. Me sentí culpable por haber
sentido un ápice de gozo mientras observaba todo. Bajé mi cabeza, avergonzada
mientras me deshacía en oraciones culposas. Oré hasta que me distrajo el ruido
de una figura alada zambulléndose en el agua. Quise acercarme a verlo más de cerca, pero no pude. Jamás tocaré el
agua, lo juro.
Me había dejado llevar por mis emociones. Molesta, le di la
espalda al agua y caminé rumbo a mi campamento, pensando en mis hermanas. Que
egoísta había sido, soy una mala Drina, quizás me merezco todo esto.
¿Hay alguna esperanza?, creo que sí. Al menos pude calmar mi
ansiedad con los paisajes que me rodean, eso y la ayuda de las lecciones
básicas para calmar pensamientos, que nos entregaron las sacerdotisas. Estos
ejercicios mentales son muy importantes para mantener nuestra armonía, en
especial ahora que me enfrento a tantos estímulos externos. No me dejaré llevar
por cosas así de básicas. Lo prometo.
Día 503.
Lago de Dirinak
Dije
que no entraría al agua por nada del mundo, pero mientras revisaba algunos
componentes de mi baliza, un pequeño yurante de piel escamosa tomó con su puntiaguda
boca mi escáner manual, para luego salir corriendo con él rumbo al lago. ¡Sabía
que no debía dejarlo en el suelo! Corrí tras él, pero el pequeño ser se
escabulló en el lago. La impotencia se apoderó de mí. El único escáner que
tenía había sido robado por la pequeña criatura. Me senté nerviosa en la orilla
y vi sus dos pequeños ojos asomándose por la superficie. Me miraba desafiante.
Miré mi ropa un poco nerviosa, mientras de reojo lo continuaba observando.
Parecía que se estaba mofando de mí. No podía ser vencida por algo tan ínfimo
como esa criatura.
Decidí desprenderme de mis ropajes.
Doblé todo y lo dejé sobre una roca. Nerviosa, caminé hacia el lago y puse mi
pie sobre el agua. Por un instante un escalofrío recorrió mi cuerpo. Retrocedí
asustada por la sensación que me provocaba. Cerré mis ojos, pensé en abandonar
mi búsqueda, pero luego recordé que necesitaba ese escáner a toda costa, no
podía fallar.
Al entrar, mi cuerpo
se adaptó rápidamente a la temperatura del agua. Mi cuerpo empezaba a moldearse
a este lugar como si nada. Nadé lentamente para no asustar al yurante. Cuando
llegué cerca de donde se hallaba, estiré mi brazo por debajo del agua para
quitarle mi escáner, pero la criatura se hundió en el líquido y se deslizó
burlonamente entre mis piernas. Miré al cielo ahogando un grito desesperado, no
podía creer a lo que había llegado, oré a nuestra Madre por un poco de
misericordia y luego de haber ordenado mis pensamientos, decidí zambullirme,
sabía que ella cuidaría de mí.
Jamás había experimentado
el sumergirme por completo y por tanto tiempo. Si bien nos habían enseñado a
nadar en los profundos estanques que rodeaban a nuestra madre, solo podíamos
hacerlo cuando fuese realmente necesario: cuando el espíritu estuviese
flaqueando y necesitáramos de la conexión con Yksana. Yo jamás necesité de
aquello. Pero ahora todo era distinto, esta era una excepción que ninguna de
nosotras en su sano juicio habría hecho. Pero ahí estaba yo, sin escáner,
desnuda y desesperada. Me consolaba saber que, nadie estaba ahí para juzgarme.
Mis branquias de
Drina se activaron. Por un instante sentí que las despertaba luego de un
extenso letargo. Me sorprendí por la rapidez con la que se adaptaron al agua,
era como si siempre las hubiese ocupado. Pataleé con fuerza; las membranas de
mis pies me impulsaron bajo el agua, ayudándome a acercarme mientras seguía
bajando. La luz parpadeante de mi escáner me daba esperanzas, pues delataba la
ruta de aquel animal que se alejaba cada vez más. Surqué las rocas marmoladas
que había en el fondo del lago. Me sorprendí al notar que la visibilidad era
completa, el agua era cristalina, los rayos del sol traspasaban todo y pude ver
una amalgama de colores de una belleza que jamás había conocido en mi vida. Los
corales resplandecían pegados en las rocas, las criaturas marinas desfilaban
frente a mí, miles de alevines de serpientes arcoíris pasaban entre mis
piernas. Quedé detenida en medio del agua, observando, sintiendo.
El yurante pasó
frente a mis ojos. Me miró con sus cuencas un tanto burlonas y recordé porqué
estaba ahí. El pequeño bastardo tenía aún mi escáner en su hocico. Lo seguí
hasta que logré acorralarlo entre unos corales. Pensé en golpearlo, pero se
veía tan asustado que soltó mi escáner sin pelear. Lo miré enfadada y subí a la
superficie.
Al salir, revisé mi
escáner. Todo estaba bien. Miré mi cuerpo húmedo y sentí rodar las gotas sobre
mi cuerpo de manera suave. Decidí dejarlo desnudo por un instante. Respiré
hondo y sentí que todos los poros absorbían la fuerza del sol. Mi cuerpo se
sentía libre y lleno de energía. Cada recoveco de mi ser se sintió en una
absoluta armonía con este extraño planeta.
Es probable que
repita esto alguna vez, no lo sé.
Día
620. Campos de Marnika
Llevo tres días
caminando sin parar, dejé el campamento base para ir a la cima del Monte de las
Drinas. Creo que allá habrá más señal. Me he detenido para montar mi tienda de
emergencia. Por estas latitudes la brisa sopla más fuerte. Lo curioso es que
acarrea un polvo morado. Según mi escáner es parte de los minúsculos pétalos de
los árboles de Narai. Son tan
minúsculos que han teñido todo el césped de morado. Mientras simulaba escanear
algunas rocas aproveché para acariciar con las plantas de mis pies aquellos
ejemplares, me resultó suave y aromático.
En Pkian, solemos
ocupar los pétalos de Narai para curar heridas, pero jamás los había visto en
su forma natural. Las sacerdotisas por lo general los manejan en largos tubos
polarizados, a los que solo ellas tienen acceso, por lo que observarlos en su
estado natural por primera vez ha sido hermoso.
Siento que me estoy
volviendo lejana, que pierdo mis raíces, pero a la vez me he sentido más libre.
He rezado pidiendo a Yksana que me perdone por mi nueva libertad forzada. Le
pido que me devuelva mi entereza, pero después de orar miro a mí alrededor y
siento que algo me revuelve el estómago, es placentero, tan placentero que por
un instante olvido nuestros orígenes.
La idea de marcharme
cada vez se va haciendo más difusa.
Día
624. Monte de las Drinas
Dejé mi baliza en
este lugar, recepciona mejor la señal.
No puedo evitar sentir un dejo de emoción, pero a la vez una inusitada
tristeza, ¿por qué tendría que estar triste ante la posibilidad de ser
encontrada?
Durante este tiempo
he comprendido que las demás criaturas conviven pacíficamente. Hoy no noté la
cantidad de horas que perdí mientras miraba a una manada de jukis galopando
libremente sobre el campo morado con sus pelajes rojos, vanagloriándose de la
belleza que poseen; nadie los caza, nadie los perturba, vivimos en armonía.
Me acerqué a ellos y
solo me miraron. Les sonreí y empezaron a correr. Los seguí corriendo entre
risas. Dancé entre ellos mientras mi cabello se liberaba de la coleta que
siempre tenía. Mi pelo bailó conmigo mientras los Jukis saltaban: nos unimos,
fuimos un temblor de energía con la tierra.
Debo repetir esto.
Día
765. Planicie de Yatar
Después de mis
oraciones nocturnas caminé hacia la llanura. Ahí estaban esos árboles
meciéndose suavemente. La noche nos regalaba las estrellas más brillantes,
caminé maravillada por el cinturón estelar que nos cubría. Al llegar frente a
uno de los árboles puse mi mano en su tronco morado, este inmediatamente brilló
en un intenso color turquesa. Sonreí. La sensación que me produjo su contacto
es inexplicable, solo sentía mi corazón latiendo con fuerza.
Retiré mi mano y el
viento me hizo girar a su alrededor, los sonidos de las hojas me enseñaron a
bailar. Me sorprendí al notar que cada salto que daba hacía brillar las hojas
de aquel árbol. Rodee los otros e hicieron lo mismo. Ellos reaccionaban a mis
movimientos, vibraban conmigo y me regalaban la belleza de sus hermosas hojas,
que brillaban como neones. Al dar mi último gran salto, cada hoja se despojó de
una escama de luz, las cuales, al flotar en el aire me indicaban que la unión
había terminado. Agotada, me apoyé en su tronco y caí dormida. Ahí, en medio de
aquellas luces y de la calma de aquel lugar yo no estaba sola, no estábamos
solos.
Esa noche fue la
primera vez que canté con los árboles y sus hojas.
Día
798. Cúmulo de Narea
Luego de bañarme en
el lago y dejar que el sol me secara, miré mis manos. Noté que una mancha
morada ha aparecido en una de ellas. Por un instante pensé que eran los pétalos
de Narai, pero al tratar de removerla noté que era mi piel que estaba cambiando
de color. La observé con detenimiento y advertí unos surcos, eran similares a
unas ramas pequeñas, deben ser mis venas, sin duda. No nos da miedo, no nos
preocupa.
Día
830. Monte de las Drinas
He decidido dejar de
deambular y asentarme en este lugar. Aún no recibo señal.
Las pesadillas han
vuelto, los últimos días han sido más gritos que imágenes nítidas. Me consumen
el corazón y la angustia de los primeros días resurge.
He aprendido que,
para distraerme de aquellos pensamientos, es muy útil correr colina abajo.
Siempre que lo hago rio todo el trayecto mientras voy sintiendo como si mis
piernas flotaran en el aire. Al llegar abajo, me lanzo al césped y miro al
cielo, maravillándome de lo inmenso que es. Oh Yksana, ¿merezco tanta belleza?
Nos olvidamos de la
angustia.
Hace días que mi
desnudez no me resulta molesta, los prejuicios de mi formación han ido
desapareciendo y las oraciones aprendidas han ido desvaneciéndose de mi mente,
trato de recordar mi pasado pero me ha sido imposible.
La mancha de mi mano
se ha ido expandiendo, mis venas se notan aún más.
No duele, no nos
perturba.
Día
1040. Campos de Marnika
He dejado la baliza
en el monte. Mi comunicador me avisará si algo cambia.
Los animales han
empezado a rodearme, ya no me temen.
Mi cuerpo se ha
vuelto púrpura, me siento honrada.
Ya no tengo muchas
ganas de seguir registrando mi estadía.
Sólo quiero mirar
todo a mi alrededor y dejarme llevar por este planeta que ha tocado cada fibra
de mi ser.
Día
1484. Campos de Marnika
Decidí salir a
caminar por la noche, vi la luna resplandeciente sobre el campo morado, los
jukis se quedaban observando la luz no se movían, sus pelajes se veían más
brillantes que durante el día. Me detuve en medio de un grupo y mientras
acariciaba el suave lomo de uno de ellos, observamos la luna. La luz invadió mi
cuerpo y entendí porque nosotros la admirábamos tanto.
Mi corazón se calmó.
Día
1590. Cúmulo de Narea
He vuelto a este
lugar, todo me resulta extraño, veo mi capsula cubierta con ramas, no recuerdo
bien que ocurrió.
No me importa.
Día
1607. Monte de las Drinas
Esta será mi última
entrada, no queremos registrar más mi vida.
Mi cabello ha crecido
mucho estos últimos días, ya no lo recojo en una coleta pues me encanta la
sensación que me transmite cuando toca el suelo. Una suerte de corriente
eléctrica que me energiza suavemente, haciéndome parte de él.
Antes grabar este
último registro debo contarles que tuve un encuentro con este planeta. Posé mis
pies en el suelo y sentí como mi ser se expandía más debajo de la tierra hasta
llegar al núcleo. Sentimos la fuente de energía de todo. Cerré mis ojos y por
un instante abandoné mi cuerpo.
Comprendí todo.
Abrí mis ojos
mientras mi cuerpo volvía a su estado primitivo.
Ya no teníamos miedo.
Sólo quiero que sepan
que me siento en comunión con mi entorno, jamás he sentido tanta paz en mi
corazón. Ya no hay culpa, ni tristezas, no hay gritos, ni ataduras.
No lo entenderían.
La libertad se ha apoderado
de nosotros…
Epílogo
Una gran nave de
intenso color carmín ingresó a la atmósfera. Se posó en la tierra y las
sacerdotisas descendieron de ella. Sus largas melenas y sus miradas serias
recorrieron aquel lugar. El viento soplaba haciendo que cada hebra de cabello
bailara con él. Algunos animales a lo lejos las miraban, absortos, en silencio,
sin miedo. Caminaron dando pasos suaves y frágiles, como si caminaran sobre
cristal. Siguieron la ruta hacia la Cima de la Victoria en donde una débil luz
titilaba. Al llegar notaron que la baliza seguía transmitiendo una señal. A su
alrededor sólo vieron restos de algunos ropajes de una Drina corroídos por el
tiempo.
Inspeccionaron la
baliza y encontraron a su lado una bitácora holográfica. Algunos pixeles
estaban quemados, pero la información estaba intacta. Todas se reunieron en
torno a ella y escucharon todo lo que aquellos audios decían. A medida que la
voz hablaba tomaron sus manos en torno al aparato, algunas balbucearon cosas ininteligibles, otras derramaron lágrimas
y algunas sonrieron. Al finalizar el último audio, ninguna habló.
Al unísono se
arrodillaron frente a la bitácora y entonaron una melodía que inundó el
ambiente de una paz absoluta, las voces sonaron como silbidos suaves y
melódicos. Cantaron por horas mientras los animales empezaban a reunirse a su
alrededor.
Al terminar, una de
las sacerdotisas, ataviada de largos velos de colores cálidos, miró hacia el
Campo de Marnika. Señaló con su largo brazo morado un lugar en el centro de la
llanura. Allí, un gran árbol con un fuerte tronco morado elevaba sus ramas al
cielo. Todas giraron hacia donde su mano apuntaba, lo observaron maravilladas:
sus ramas, delicadas como las de un sauce eran mecidas por el viento, que
cantaba a través de sus hojas. Caminaron descalzas a su encuentro, los jukis
saltaban a su paso, mientras los pétalos de Narai flotaban alrededor de ellas
embelleciendo el paisaje. Al llegar frente a aquel imponente ejemplar, alzaron
sus manos al cielo, con la mirada fija y exclamaron al unísono:
—Yksana, madre de
todas las Drinas… has vuelto a nacer en libertad.
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