Salvaje
por Priya Sharma
Kush me condujo al baño nuestra noche de bodas. Los azulejos blancos y los espejos me pusieron nerviosa.
Entonces ví que ya había dispuesto una bandeja de acero sobre el lavabo con jeringuillas, agujas, ampollas y paquetes de vendas. El bisturí parecía pequeño e inocuo. Mi labio se curvó, y mostró mis dientes.
Tras el funeral de Kush, regresamos a la casa que él y yo compartíamos. Este ejemplar de modernidad que él mismo había diseñado, era su sueño y estaba construido en el límite de un bosque, en contra del sentido común porque yo echaba de menos los árboles.
Lisa y yo colocamos la comida en la cocina, lista para llevarse hasta los dolientes. La cocina eran los dominios de Kush. Le encantaba cocinar.
—¿Qué te parece? —había preguntado Kush cuando la primera encimera estaba en su sitio.
Las encimeras estaban hechas de cemento muy pulido. Descansé la mejilla contra la superficie sedosa y fría. Kush me imitó, mirándome a la cara, sus ojos estaban llenos de pensamientos.
—¿Qué bandeja para las gambas? —Lisa me habla como si fuera un animal herido.
—La azul. —Me molesta que interrumpa mi tren de pensamiento.
Una hora antes del funeral Lisa me cepilló el pelo y lo ató en una coleta. Quería que mi sufrimiento superara el de ella, quería restregárselo por la cara. Cuando me recordó que me pusiera los zapatos, porque yo había intentado ir hasta el coche con los pies enfundados en las medias, me di cuenta de que lo que estaba sintiendo era real, no una afectación justificada.
—¿Dónde están los colines? —preguntó Lisa.
—En la despensa.
Kush había insistido en que hubiera una despensa. Me gusta. Un depósito para las estaciones difíciles.
—No los veo.
Me uno a ella. Rebuscamos entre las cajas y los paquetes sin mirarnos. Lo que hay entre nosotras está hecho de plomo. Me congelo cuando escucho voces en la cocina. María y Naomi.
—Pobre Ava. —Esa es Naomi—. Está destrozada.
—No estoy segura de que yo pudiera tener tanto autocontrol como el que ha mostrado hoy. —María es una de las pocas mujeres que conozco que quiere de verdad a su marido.
—Está en shock. —Naomi hace una pausa—. ¿Recuerdas la pelota de netball?
Suena afectuosa, no burlona. Yo también he aprendido a reírme de aquello. Lisa me había llevado al club. Estaban intentado enseñarme a jugar. Pocas mujeres trabajan, así que tienen que ocupar su tiempo. Yo estaba tan emocionada por la persecución que salté sobre la pelota e intenté morderla.
—Kush era tan buen hombre… —Suspira María—. ¿Qué va a hacer ella ahora?