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miércoles, 19 de abril de 2023

Capítulo #72 - Su nombre es Ceres, de Solange Rodríguez Pappe

Su nombre es Ceres

por Solange Rodríguez Pappe


Yo estoy libre de cualquier responsabilidad porque a la muchacha la eligió Sofía. Nos pusimos de acuerdo en pagar a medias un cuidador para la mamá desde la Navidad definitiva en que confundió la maicena con bicarbonato al momento de hacer la salsa de mostaza para las guarniciones. Después de ese incidente convinimos en que la mamá ya no podía estar a su aire, que ya mucho aislamiento había tenido en ese lustro de viuda en que pasaba sus días alimentando a los animales del vecindario que venían a tener vida salvaje en el jardín. A demás, nos dio miedo de que se envenenara sola mezclando sazones y luego nos culparan de su asesinato. Creíamos que requería ayuda porque con el tiempo la casa parecía haber duplicado su tamaño, ya no era una villa reluciente con un porche florecido y un espacioso patio en un barrio residencial, ahora era una casona con habitaciones deshabitadas en medio de edificios que parecían titanes. Debíamos de reconocer que con nuestros respectivos rumbos adultos, ambos no le prestábamos atención ni al hogar del que habíamos venido ni a la madre.

domingo, 2 de abril de 2023

Capítulo #71 - Bordado de un corazón de pájaro, de Nelly Geraldine García-Rosas

 

Bordado de un corazón de pájaro

Por Nelly Geraldine García-Rosas

 

La abuela murió el año pasado, pero viene a verme todos los sábados y almuerza conmigo.

Cuando todavía estaba viva, le encantaba decirle a todo el mundo que éramos compañeras de piso. Le contaba a su grupo de amigas de bordado que su compi de piso había conseguido un trabajo muy chulo en la ciudad porque no quería confesarles que me había mudado para cuidar de ella, que nuestra familia había llegado a la decisión de que no debería (no podía) seguir viviendo sola. Estaba delicada y transparente. Su piel era papel vitela. Su corazón era como el de uno de esos pájaros que le encantaba bordar: rojo y pequeño y apenas vivo.

viernes, 17 de marzo de 2023

Capítulo #70 - El Mono de Piedra, de Bibiana Camacho

El mono de piedra

de Bibiana Camacho

Aviso de contenido: Abuso sexual infantil


Sigo las instrucciones de mamá al pie de la letra. Tacho una a una las tareas encomendadas escritas con su hermosa caligrafía en color sepia acumuladas en cinco cuartillas. Tiro alimentos perecederos a la basura, acomodo los no perecederos en cajas y los dono a la escuela-internado a dos calles. Empaco en cajas rotuladas objetos que podrían ser aprovechados por los de la basura o algún vecino curioso: adornos, trastes, vasos, cubiertos, ropa de cama, toallas, artículos de baño. Dono la ropa y zapatos que mamá no se llevó a un albergue para indigentes cercano. Remato los muebles de acuerdo a sus indicaciones. Aunque me asegura que puedo llevarme lo que quiera, sólo me llevo el reloj de pared ovalado que parecía enmarañado en un vuelo de golondrinas de latón, el frigo-bar casi nuevo, un gatito tuerto de porcelana blanca y un vaso alto con la inscripción en letras plateadas y garigoleadas: “Recuerdo del feliz divorcio de Magda”. Para terminar, deposito el dinero de la venta en su cuenta bancaria. Dejo para el final lo más difícil. Le envío la foto del espantoso mono de piedra que ha perseguido a la familia durante generaciones. Espero que me diga lo que debo hacer con él. Podría simplemente botarlo en la basura, pero no me atrevo. La respuesta evasiva de mamá: “Era de tu abuela”.


Recuerdo a ese mono sobre el buró de la recámara de la abuela, que relataba cada que tenía oportunidad cómo había llegado a sus manos. El abuelo lo trajo de un viaje cuyo destino nadie conocía, ni siquiera la abuela que rememoraba un lugar exótico que, sospechábamos, no existía. El abuelo ya no estaba para preguntarle. Los tíos más grandes decían que había pertenecido a la madre del abuelo, otros que lo había mandado a hacer a un cantero de su pueblo y otros que lo más probable es que lo hubiera comprado a algún vendedor ambulante de cantinas y que se lo hubiera regalado a la abuela a modo de disculpa, como ocurría con frecuencia. 

Mamá odiaba al mono, decía que era desagradable. Era de piedra maciza. Su cuerpo estaba sentado en postura de buda, tenía la cabeza demasiado grande, los ojos saltones vacíos eran siniestros y la boca trompuda se torcía en una mueca de desprecio. 

viernes, 3 de marzo de 2023

Capítulo #69 - El aborto feliz, o la canción sobre la hazaña de Rue, de Katy Bond


El aborto feliz, o la canción sobre la hazaña de Rue

por Katy Bond

Cola de Zorra se llamaba así no por la planta, sino porque podía introducirse con una facilidad asombrosa en la piel de una zorra. Iba bailando por delante de su amiga, ágil hasta con dos piernas, cuando se tapó la cabeza con el manto de pieles, aceleró sobre cuatro patas pequeñas y se deslizó por la hierba pálida como la espuma del mar a la luz del sol, por lo que Rue dejó de verla y se vio obligada a llamarla. Se apuró para alcanzarla, y para ello se alzó la falda con unos refunfuños llenos de fastidio.

—¡Frena! ¡Frena! ¡No podría correr como tú ni antes de lesionarme!

Al recordarlo, Zorra regresó dando saltos, porque no era cruel. Lanzó mordiscos a las libélulas, agitó su gran cola como un tragafuegos con bastón, brincó hacia delante y se fue alejando poco a poco del lado de Rue, para luego regresar con cierta culpabilidad cuando se percataba de su error. «Se va a cansar como siga así», pensó Rue, pero no dijo nada, solo estiró la mano para rascar la cabeza de su amiga. El cálido pelaje la reconfortó.

—Me alegro de que te parezca emocionante esta aventura. Ojalá hubiera tenido este problema hace un año, antes de que arrancaran toda la vuelarraíz del reino. Me habría podido quedar en casa, tomarme el remedio con un buen té caliente…

—Tendrás tu té —ladró Zorra.

—Eso espero —replicó Rue—. Eso espero.

—No hace falta que vayas a buscarla. Puedes pedir una excepción.

—Estás de broma.

—Pues claro —dijo Zorra con una sonrisa dentuda.

Si fuera posible pedir una excepción, no se arriesgarían a viajar hasta Greenwood. El uso de la cura milagrosa de la vuelarraíz (llamada así no porque te hiciera volar, sino por la sensación de ligereza que dejaba tras tomarla) era ilegal, excepto para aquellas personas que podían demostrar que eran tan virtuosas que la merecían. Hasta donde Rue sabía, nadie había llegado al final del proceso de petición, el cual exigía que la persona afectada compareciera ante la corte del rey…

domingo, 12 de febrero de 2023

Capítulo #68 - Deseo, de T.P. Mira-Echeverría

Deseo

de T. P. Mira-Echeverría


La mira con ojos tristes porque son los únicos que tiene, los únicos que jamás ha tenido.

Ser un hombre-cangrejo, un soldado acorazado, no es lo que hubiera deseado… de haber sabido alguna vez lo que era elegir.

Ella está tirada sobre la vitrificada arena negra. Tiene los ojos cerrados y el agua se escapa de sus agallas amarillentas, bajo el mentón bien marcado.

Él sabe que ella va a morir si no hace la transición agallas/pulmones y, sin embargo, la sigue mirando absorto. Jamás ha visto algo más hermoso en toda su vida. Treinta y ocho años de guerra —desde el útero de plástico donde lo gestaron, hasta hoy—, y recién se da cuenta de lo que es la belleza.

La muchacha es sublime. Sus curvas le recuerdan las olas girando sobre sí mismas, cuando se halla sumergido y la tormenta arrecia en la superficie.

La chica cabecea. Él hace un intento de agacharse: la coraza de combate cibernética, que lo cubre de pies a cuello, no cede fácilmente. Pero hace sólo un intento. Está tan hipnotizado con el rostro de esa muchacha-pez que no logra reaccionar ni siquiera para salvarle la vida.

Es triste verla así, con las agallas virando lentamente hacia el violáceo a medida que la asfixia aumenta. Pero él no ha conocido muchas cosas además de la tristeza, por lo cual no le es extraño sentir eso: una dulce, dulcísima y suave sensación de melancólica angustia, de desolación sin fin, mientras la criatura más hermosa que jamás haya visto en toda su vida agoniza a escasos centímetros de sus pies.

viernes, 3 de febrero de 2023

Capítulo #67 - L’hiver est assis sur un banc, de Margaret Dunlap


L’hiver est assis sur un banc

por Margaret Dunlap

(avec mes remerciements à Jacques Prévert)


Invierno está sentada en un banco. No la perciben las personas que pasan frente a ella, los niños que juegan, los pájaros que vuelan de un árbol a otro. La ignoran, como si no fuera más destacable que un hombre con gafas, vestido con un traje gris. 

Hierve de rabia, pero no puede moverse. 

Cada día el sol se alza un poco más alto, un poco más caliente, y engulle partes de su carne helada. Está tan fija en su lugar como lo está el sol en su trayectoria, pero que la danza eterna de los cielos sea inevitable no significa que ella lo acepte con elegancia. 

Invierno cada año llega más tarde. Primavera llega antes. Su tiempo mengua mientras el de su hermano Verano medra, pero todavía queda algo de frío en el mundo, y mientras su corazón gélido permanezca helado en su pecho, perseverará. 

La ira puede que arda blanca; el odio es frío e insidioso.

No lo suficientemente frío, sin embargo.

domingo, 15 de enero de 2023

Capítulo #66 - Quien no se mueve no siente las cadenas, de Eliana Soza Martínez

Quien no se mueve no siente las cadenas

por Eliana Soza Martínez

“Odio a los hombres que temen a la fuerza de las mujeres” 

Anaïs Nin



Después de caminar un tiempo sin tiempo a través de un puente hecho de pelos, Nina llegó desnuda a un sitio que parecía ser el Hanan Pacha. La rugosidad de las hebras acariciaba o rasguñaba las plantas de sus pies, según cómo los apoyaba. Se sentía liviana, podría flotar si lo deseaba, pero era necesario ir despacio. Alrededor, contempló las estrellas como grandes bolas de fuego desplazándose con vida propia y una lentitud mágica. Los colores brillantes del entorno iluminaban el camino que recorría. Vio algunos seres adelante, humanos, animales y otros, mezcla de ambos, decidió seguirlos, tal vez sabrían dónde debía ir. Recordó las historias de su abuela sobre el mundo de arriba, le había dicho que solo las personas justas llegaban a ese lugar, no entendía por qué ella estaba ahí.

El angosto puente dejaba distinguir una bruma alrededor del Kay Pacha y los picos de los Apus de las montañas, donde de niña soñó subir y no lo logró. A pesar de no llevar ropa, el ambiente fresco no le molestaba, más bien una libertad nunca antes experimentada se apoderaba de su piel, como si por primera vez sus poros respiraran aire cristalino.

Continuó caminando hasta alcanzar a esos otros, que también buscaban respuestas. No se miraban, pero ella escuchaba sus pensamientos, recordaban su existencia abajo y querían saber qué hacían en aquel lugar. Una de las bolas de fuego se acercó y supo que debía seguirla, se separaron de los demás hacia una zona alejada del puente, algo más oscura, que se fue transformando en los alrededores de la casa de su abuela, donde vivió casi toda su vida. Ahí estaba, erguida entre adobes y paja, con una puerta vieja y el camino empedrado que daba la bienvenida.

La bola de fuego entró e iluminó el lugar, las camas tapadas con phullus, la cocina de barro, las leñas ardiendo, los utensilios de la abuela estaban allí intactos, como si no hubieran transcurrido los años. Una sombra al fondo se hizo visible, era su awicha. Pena y alegría se entremezclaron en su corazón. Quiso abrazarla y contarle lo que había pasado, pero no pudo porque una voz retumbó en su mente:

—¡Nina, has sido elegida!

—¿Elegida para qué?

—Para convertirte en una Diosa.

—Pero si soy una simple mujer que murió en desgracia.

—Por eso, y por el fuego en tu ajayu, te hemos elegido. El sufrimiento limpia, como lo hizo tu sangre esparcida sobre la tierra.

—Mi sangre fue derramada desde que me dijeron que era apta para tener descendencia y quisieron entregarme a un hombre a quien no conocía ni amaba.

viernes, 6 de enero de 2023

Capítulo #65 - Salvaje, de Priya Sharma

Salvaje 

por Priya Sharma


Kush me condujo al baño nuestra noche de bodas. Los azulejos blancos y los espejos me pusieron nerviosa.

Entonces ví que ya había dispuesto una bandeja de acero sobre el lavabo con jeringuillas, agujas, ampollas y paquetes de vendas. El bisturí parecía pequeño e inocuo. Mi labio se curvó, y mostró mis dientes.


Tras el funeral de Kush, regresamos a la casa que él y yo compartíamos. Este ejemplar de modernidad que él mismo había diseñado, era su sueño y estaba construido en el límite de un bosque, en contra del sentido común porque yo echaba de menos los árboles.

Lisa y yo colocamos la comida en la cocina, lista para llevarse hasta los dolientes. La cocina eran los dominios de Kush. Le encantaba cocinar.

—¿Qué te parece? —había preguntado Kush cuando la primera encimera estaba en su sitio.

Las encimeras estaban hechas de cemento muy pulido. Descansé la mejilla contra la superficie sedosa y fría. Kush me imitó, mirándome a la cara, sus ojos estaban llenos de pensamientos.

—¿Qué bandeja para las gambas? —Lisa me habla como si fuera un animal herido.

—La azul. —Me molesta que interrumpa mi tren de pensamiento.

Una hora antes del funeral Lisa me cepilló el pelo y lo ató en una coleta. Quería que mi sufrimiento superara el de ella, quería restregárselo por la cara. Cuando me recordó que me pusiera los zapatos, porque yo había intentado ir hasta el coche con los pies enfundados en las medias, me di cuenta de que lo que estaba sintiendo era real, no una afectación justificada. 

—¿Dónde están los colines? —preguntó Lisa.

—En la despensa.

Kush había insistido en que hubiera una despensa. Me gusta. Un depósito para las estaciones difíciles. 

—No los veo.

Me uno a ella. Rebuscamos entre las cajas y los paquetes sin mirarnos. Lo que hay entre nosotras está hecho de plomo. Me congelo cuando escucho voces en la cocina. María y Naomi.

—Pobre Ava. —Esa es Naomi—. Está destrozada.

—No estoy segura de que yo pudiera tener tanto autocontrol como el que ha mostrado hoy. —María es una de las pocas mujeres que conozco que quiere de verdad a su marido.

—Está en shock. —Naomi hace una pausa—. ¿Recuerdas la pelota de netball?

Suena afectuosa, no burlona. Yo también he aprendido a reírme de aquello. Lisa me había llevado al club. Estaban intentado enseñarme a jugar. Pocas mujeres trabajan, así que tienen que ocupar su tiempo. Yo estaba tan emocionada por la persecución que salté sobre la pelota e intenté morderla.

—Kush era tan buen hombre… —Suspira María—. ¿Qué va a hacer ella ahora?

viernes, 23 de diciembre de 2022

Capítulo #64 - Les Lups (Guión para un corto), de Jacinta Escudos

LES LOUPS (Guión para un corto)

por Jacinta Escudos



Cuadro 1

Vemos un invernadero. Una casa pequeña, con paredes de vidrio, puerta de madera, café oscuro, techo de tejas oscuras.

El invernadero está ubicado en medio de un jardín descuidado, con plantas crecidas. Al fondo, detrás del invernadero, un bosque. Al lado izquierdo, una casa grande, de dos pisos, pero de la cual solo vemos una pared blanca, sucia.

Verdes oscuros, ningún color estridente ni llamativo.



Cuadro 2

Una muchacha va hacia el invernadero. Entra desde el lado izquierdo del cuadro, pero no vemos su rostro. La vemos dirigirse hasta el fondo, hasta el invernadero, de espaldas.

La muchacha viste un suéter color anaranjado fuerte y una falda plisada a cuadros oscuros, con algunas delgadas líneas anaranjadas que hacen juego con el suéter. Tiene dos trenzas largas, que le llegan casi hasta la cintura. El pelo es de color rubio oscuro y por la nuca de la muchacha, podemos ver que su piel es blanca.

La muchacha abre la puerta del invernadero y entra, cierra la puerta.

sábado, 17 de diciembre de 2022

Capítulo #63 - Para la retirada de huéspedes indeseados, de A.C. Wise

Para la retirada de huéspedes indeseados

Por A.C. Wise


La bruja llegó exactamente a las 11:59 p. m., justo cuando septiembre avanzaba lentamente hacia octubre, el día que Michael Remmington se mudó a la casa de la calle Washington. Llamó a la puerta exactamente a medianoche. 

La casa era todo cajas, y Michael era todo dolor por haberlas movido. Había estado sentado en un colchón inflable (la cama no llegaría hasta dentro de una semana) y mirando un crucigrama que tenía al menos cinco años. Lo había encontrado en el fondo del armario, amarillo como el hueso, y lo había despegado del suelo: un regalo involuntario del inquilino anterior.

Michael abrió la puerta y se preguntó si era algo razonable solamente después de haberlo hecho. Era medianoche en un barrio desconocido, llevaba puesta una bata y unas pantuflas y se había dejado el teléfono en el piso de arriba, así que si resultaba ser un asesino con un hacha el que esperaba en la entrada, ni siquiera podría llamar al 911.

—Hola —dijo la bruja—. Me mudo a esta casa.

Una maleta descansaba a su izquierda y un gato negro a su derecha. La cola del gato rodeaba sus pies bien colocados. Parpadeó mientas miraba a Michael, su mirada era tan impasible como la de la bruja.

Michael no sabría decir cómo supo que era una bruja, pero lo supo, hasta los huesos. La verdad del hecho yacía en el centro de su alma, tan inevitable como la aparición de la luna en el cielo nocturno o los espaguetis para cenar los martes.

—Vale —dijo, aunque no era en absoluto lo que quería decir.

Pero ya había dado un paso atrás y la bruja ya había recogido su equipaje y atravesado el umbral.

—Quiero decir… ¿qué?