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domingo, 6 de agosto de 2023

Capítulo #75 - Apolépisi: Un descamamiento, de Suzan Palumbo

Apolépisi: Un Desescamamiento

por Suzan Palumbo


Encuentro la escama de Aleda, pegajosa por el icor, encajada entre los tentáculos de nuestra cama de anémonas rosas. La extraigo de los apéndices ondulantes con el pulgar y el índice y nado luchando contra los latidos acelerados de mi corazón. 

Aleda se revuelve de aquí para allá, preparándose para trabajar cerca de la entrada a nuestra cueva. Es hora de que tome la corriente hasta el colegio donde enseña a les pequeñes sirenes el susurro del mar.

«Adoro a esas cabezas de mejillón», dirá cuando regrese y descanse sus manos en mi hombro esta noche. Yo me giraré y la apretujaré tanto que un deseo florecerá en mi pecho. Pero esta vez la necesidad no se apagará con la noche menguante. Se hará profunda como una caverna y me devorará.

Debería gritar su nombre; mostrarle la pieza errante de su cuerpo que indica el final de nuestros días juntas antes de que desaparezca en las corrientes.

«Disfrutemos de un último día sin preocupaciones».

El pensamiento forma una cresta y sella mi boca como un molusco. Cuando se marcha, finjo que es el momento helado en el que ha desaparecido para siempre y dejo que el desconsuelo avance y me cubra como la sombra de un tiburón.

#

—He encontrado esto en la cama —La escama brilla como nácar entre mis dedos.

—¿De quién es? —pregunta Aleda. Su voz tiene un gancho. Sabe que mis escamas son octogonales, no como las suyas, que tienen forma de lágrima. Quiero que sea mía. No quiero ser la que se queda atrás.

Recorre con sus manos las curvas de su pecho y de sus caderas, realizando una búsqueda. El recuerdo de esos arcos íntimos bajo las palmas de mis manos descarga una ola eléctrica que me atraviesa.

—No sé de dónde viene, Raya —dice. Sus ojos se inundan por la incertidumbre. Traga un montón de agua y la filtra entre sus agallas. Nado detrás de ella, paso mis manos por los músculos contraídos de sus hombros y las hago descender por el centro de su espalda. ¿Cuántas veces he deseado tocarla así, incluso después de una noche entera enredadas en las aletas de la otra? No quiero encontrarme con su piel desnuda; no quiero admitir el cambio que está gestándose en su interior y entre nosotras.

—Está aquí. —Contengo las ondas en mi voz y guío su mano hasta la zona por encima de su cadera izquierda. Tantea la línea suave de la escama desaparecida con la punta de su dedo. Hace una mueca de dolor—. ¿Duele? —La abrazo y hundo mi cara en su cuello. Una escama se desprende de su hombro y cae en espiral hasta el suelo arenoso.

Se aprieta contra mí:

—No.

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La caverna de la cueva de Mamá Mer donde ella y el Concilio de las Titas examinan a Aleda está cubierta de dinoflagelados bioluminiscentes. El resplandor de los flagelados ilumina los lugares dónde cuerpo de Aleda se ha desescamado. Ha perdido muchísimas desde que descubrimos la primera. Las Titas retuercen y hacen girar a Aleda durante un rato antes de hacernos salir de la estancia para deliberar en privado. Aleda flota junto a mí, con las manos juntas frente a ella mientras esperamos a que se dirijan a nosotras. Un brillo agudo como el coral ha sustituido a la angustia que había en su mirada.

Mamá Mer se acerca a nosotras. Unas estrellas de mar diminutas adornan como lentejuelas su cuerpo y forman un patrón intrincado en espiral que indica que es la líder del complejo. Las escamas entre ellas son lustrosas a pesar de su sabiduría y edad. La expresión en sus ojos está fracturada, como una concha rota. No pierde el tiempo.

—Es apolépisi, Aleda. Estamos seguras de ello. —Hace una pausa, para dejar que la gravedad de sus palabras se asiente.

—¿Qué va a pasar? —Aleda separa las manos como para abrazar la respuesta que va a recibir.

—Perderás todas tus escamas. Tus aletas se separarán y tu cola se dividirá en apéndices. —Mamá Mer me lanza una mirada—. Tus branquias se cerrarán lentamente. Te ahogarás si no abandonas el agua. —Inhalo bruscamente, consciente de lo fácil que me resulta respirar. Aleda no pierde el tiempo. La última vez que un miembro del complejo pasó por la transformación, ella y yo éramos pequeñas.

—¿Cuánto tiempo tengo? —La pregunta, tan precisa y sin asomo de miedo, me escuece.

—Hasta que lleguen las corrientes frías —responde Mamá Mer—. Podemos prolongar tu tiempo con mezclas medicinales que las Titas pueden moler a mano, pero será doloroso. Tu cuerpo está naturalmente...

—No quiero prolongar nada doloroso. —Las manos de Aleda se enrollan formando puños—. No quiero luchar contra quién soy. 

«No. No. Tienes que hacer todo lo que puedas para quedarte conmigo todo el tiempo posible», quiero gritar. Lucho contra la desesperación que mana en mi interior. Pero esto no va de mí. Va de ella y de lo que ella quiere y necesita. Una burbuja se escapa de entre mis labios. Se aleja flotando de nosotras. Me la imagino colmada de la vida que había planeado.

Estalla, sin dejar rastro. 

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—¿Cómo se lo han tomado? —Aleda acaba de llegar a casa después de contarle a les sirenites que ya no será su profesora principal.

—Bien. —sonríe— Les he dicho a las cabezas de mejillón que me verían de nuevo antes de que tenga que abandonar el agua. —Sus manos están envueltas en algas que ocultan la piel que el consejo escolar consideró que era inapropiado dejar expuesta. Hay unos surcos superficiales en su estómago y brazos donde más escamas se han soltado. Son del tamaño y la forma exactas de unos dedos palmeados diminutos.

—¿Has dejado que te abracen? —No puedo sofocar la desaprobación en mi voz.

—¿Por qué no? —Extiende la mano y yo me aparto. El dolor parpadea en su mirada—. ¿No quieres que te toque?

Niego con la cabeza, sin saber si estoy diciendo “sí” o “no”. Estabiliza mi cara entre sus manos y me besa. Mi mente gira en la avalancha de deseo y olvido que cada vez que nos tocamos pierdo una parte de ella.

La culpa vuelve a inundarme cuando se aleja tranquilamente para prepararse para la cena. Dos de sus escamas se han desprendido sobre el interior de mi labio inferior. Las presiono contra el paladar con mi lengua, saboreando su dulzura. Quiero sostenerla entera en mi interior: su risa, su seguridad en sí misma, su mirada traviesa, su temperamento. No puedo contenerla, nada puede, ni siquiera su cuerpo físico actual. Dejo que las escamas pasen entre mis branquias y me uno a ella para cenar.

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—Quiero ir a la fosa del Caimán —dice unos días más tarde.

—¿Por qué? —Contengo la palabra «no» dentro de mi boca.

—Es el sitio más profundo que conozco y es cálido.

—Deberíamos preguntarle a Mamá Mer y a las Titas si podemos.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Nos separamos y no nos volvemos a ver nunca más? —En sus labios hay una sonrisa oscura que me invita a reír.

—Vayamos —digo, ignorándola.

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Tomamos la corriente circular hacia las profundidades de la fosa. Grandes áreas de las escamas de Aleda se han desprendido, dejando expuestas islas de piel morena suave que se hacen cada vez más grandes. Hay un archipiélago excavado bajo la curva de su cadera, revelando la base de una hendidura donde su cola está separándose en dos miembros. He cubierto su carne como mejor he podido con hierbas, pero no es lo suficiente para impedir que otres sirenes retuerzan sus caras ante las estrías sin escamas de su estómago y su pecho.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta un pequeño sireno en una cueva en la que paramos a comer.

—Estoy ascendiendo —dice. Una sonrisa suaviza la franqueza de su confesión.

—Siento que os esté molestando. —La madre del pequeño sireno interviene antes de que el niño pueda responder.

—No nos molesta —dice Aleda—. Es un alivio que alguien me vea. —La madre del sirenito asiente secamente y saca al niño fuera del local a toda prisa.

#

La depresión del Caimán yace imponente bajo nosotras; sus paredes aserradas rasgan el suelo del océano en dos. Cada año el cañón se ensancha. Con el tiempo, estos muros se separarán tanto que, visualmente, no quedará nada que los conecte. Los turistas salpican toda su longitud, exploran sus arcos y sus cuevas ocultas. El ambiente es alegre y curioso. La fosa es una excursión familiar divertida. Aleda nada delante de mí. Yo voy rezagada, recorro con mis dedos las placas apiladas que forman los muros. Están cubiertas de algas, estrellas y criaturas de tonos como joyas. Es un tesoro de curiosidades. «¿Por qué no visitamos este sitio antes de que nuestro tiempo fuera limitado?».

Un tirón aparece en la cola de Aleda, como si tuviera un calambre. Me pongo a su nivel.

—¿Qué te pasa?

—No puedo mantenerme entera —susurra. Miro bajo las hierbas atadas bajo las caderas. Una fosa que imita la grieta donde nos encontramos ha partido la mitad superior de su cola. Una sábana de escamas, ahora translúcidas, se ha separado y se desliza sobre el icor entre mis dedos y la carne que hay debajo.

—Tenemos que regresar ahora mismo. —Comienzo a cubrirla de nuevo.

—No. —Me agarra de las manos y aprieta mis muñecas—. Bajaré sin ti si es necesario —dice. Su mirada me atraviesa como una lanza hasta el pecho.

Me muerdo el labio y reúno más hierba para mantenerla unida tan fuerte como puedo. Otres sirenes se abren camino rodeándonos, protestando porque estamos bloqueando el paso. «¿Cuánto tiempo juntas hemos perdido por su cabezonería para venir en este viaje? ¿Se le habría partido la cola tan rápidamente si hubiéramos evitado las corrientes?». Encontramos una alcoba en uno de los muros cuando al fin alcanzamos el fondo y levantamos la mirada hacia la tenue luz que se filtra hasta nosotras. 

—Quiero quedarme contigo hasta el último momento —dice.

—No quiero ver cómo te ahogas. —No puedo impedir el flujo de palabras que inunda mi garganta—. Me gustaría que te frenaras. —Aparto la mirada, porque no quiero que vea cómo pierdo la compostura—. ¿No tienes miedo? —añado, tratando de volver a centrarme en ella.

—No —dice—. No pienso en lo que está más allá del agua. —Me coge de la mano—. Aquí, estoy lo más alejada de la superficie donde te dejaré. Quería saber cómo se sentía algo así. 

Me giro hacia ella y le doy un beso en la sien. Unas escamas de dispersan tras mis labios. Por primera vez no las cuento.

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—¿Qué pasa por encima del agua? —le pregunto a Mamá Mer cuando la visito para recoger el bálsamo para la piel en carne viva de Aleda. Su cola se ha desintegrado y la carne entre los nuevos apéndices es delicada y está irritada. Dos de sus branquias se han cerrado lo que le dificulta la respiración. No puede permanecer con nosotros mucho tiempo más. 

—La superficie es una piel entre nuestro mundo y otro. Nadie se ha marchado y ha regresado. —La expresión de Mamá Mer es pensativa—. Hemos visto los fantasmas de aquellos que han ascendido observándonos desde arriba en el lugar desde el que nos dejaron. Recuerdan, Raya, igual que lo hacemos nosotres.

—¿Será como una muerte? ¿Será como cuando colocamos perlas sobre los ojos cerrados del muerto y lo tumbamos sobre laureles de algas sobre el lecho marino? ¿Soñaré con ella? —Mamá Mer coloca el bálsamo entre mis manos.

—Es una reencarnación —susurra.

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Froto el bálsamo contra los apéndices de Aleda. Hay partes de su cuerpo que no entiendo ni identifico. Articulaciones duras diseccionan sus miembros inferiores y se doblan como brazos; unas más pequeñas se han formado en las extremidades de lo que parecen ser aletas planas. 

—Me haces cosquillas —dice, cuando las toco. Después me sostiene la mano contra los pliegues donde sus nuevas extremidades se juntan y suelta un grito ahogado ante la presión. No aparto la mano. Me muevo con ella, tratando de memoriza este cuerpo nuevo-para-mí que siempre ha estado en su interior.

—¿Quieres una fiesta y bendición tradicional antes de marcharte? —le pregunto mientras ella descansa. 

—Quiero la comida, pero no la ceremonia. —Me sonríe y me doy permiso para devolverle la sonrisa.

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Mamá Mer, las Titas y yo preparamos un festín nunca antes visto en el complejo. Ostras, gambas y pulpo al vapor del respiradero, acompañados con kelp sazonado, cubren nuestras mesas. Invitamos a todo el mundo, hasta les sirenites del colegio de Aleda y sus familias. Les pequeñes la abrazan y la besan sin parar. Si le quedaran escamas, las habrían arrastrado a base de frotarla y trepar por ella. Se ríe de sus cabezas de mejillón, les dice lo listes que son y lo orgullosa que está de elles mientras elles giran y le enseñan todo lo que han aprendido mientras ha estado lejos de elles.

Después de que se marche todo el mundo, su estado de ánimo cambia.

—Cuando despertemos, será la hora. —Su respiración dificultosa me hace querer enroscarme sobre mí misma. 

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La acompaño al lugar donde Mamá Mer y las Titas nos han contado que Ies que han venido antes que ella han ascendido. No es grandioso como la fosa del Caimán o un coral vibrante. Es poco profundo y está bañado en luz; una poza transparente rodeada de piedras donde la barrera entre nuestro mundo y el mundo de arriba se difumina. Aleda se detiene cerca de la superficie.

—Ven conmigo tan lejos como puedas. —Apenas logra pronunciar las palabras ahogadamente.

La gran bola de luz cuelga sobre nosotras como el cebo de un rape gigantesco. Es tan brillante que duele levantar la vista a través del agua. Aleda me abraza. Su pecho convulsiona cuando succiona agua a través de lo que queda de sus branquias. En sus ojos y en su caricia se nota el adiós, una caricia que quiero sentir eternamente. No puede pronunciar la palabra y yo tampoco. Hace palanca con sus extremidades para agarrar las rocas y trepa para salir del agua. Nado tan cerca como puedo y entrecierro los ojos. Las Titas me han avisado de que romper la superficie sería mortal. 

Está ahí, mirándome, su cara está distorsionada por las olas que ondean entre nosotras, más radiante que la bola de luz. Su mano se hunde en el agua en mi dirección. La agarro y beso su palma una última vez. Entonces me suelta y desaparece.

Permanezco en la poza, sola, mirando fijamente el punto donde la vi por última vez, recorriendo la silueta de su forma en mi memoria. Una escama con forma de lágrima flota por encima de mí. La dejo lanzar destellos hacia la superficie mientras desciendo.


Suzan Palumbo es una autora de terror y fantasía oscura canadiense originaria de Trinidad y Tobago. Su relato “Laughter among the trees” (Risas entre los árboles), publicado por la revista The Dark fue nominado a un premio Nébula así como al premio Small Press de la Washington Science Fiction Association. Es cofundadora de los premios Ignyte junto a L.D. Lewis y editará un número especial sobre el Caribe de Strange Horizons en octubre de 2023. Su primera colección de relatos, Skin Thief (Ladrona de pieles) se publicará en el otoño de 2023 gracias a Neon Hemlock. Su novella Countess (Condesa) será publicada por ECW Press en 2024. Cuando no está escribiendo, pueden encontrarla escribiendo, cultivando verduras, escuchando música o siendo una gótica caótica. Su biografía completa e información de contacto está disponible en: suzanpalumbo.wordpress.com

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