Los multipatópodos (Selección)
por Yosa Vidal
Breve introducción a los multipatópodos
Los multipatópodos (del latín multi poda, muchas patas) son especies mamíferas y cordadas que habitan el continente americano desde hace cuatro siglos. Principalmente heterótrofos, gustan de todo tipo de alimentos vivos como insectos, plantas, animales y a veces sus propias uñas, cueros y costras, razón por la que se les ha descrito como autótrofos o autófagos atrofiados. El más desarrollado no supera el metro de diámetro con todos sus pies y el más pequeño no es visible para el ojo humano. Los multipatópodos nacieron en los lupanares químicos de las costas del Pacífico: ríos, pantanos y humedales que, convertidos en casas de citas, permitieron a las antiguas clases biológicas una abundancia orgánica propicia para la reproducción. A punta de contaminación y descontrol, y muy en contra de cualquier pronóstico apocalíptico, la vida sobrevivió y se multiplicó. En vez de rechazar el azufre, esta familia fue hospitalaria y se abrió a él y a los ácidos vertidos en el agua; los ejemplares se fortalecieron y nadaron, caminaron o volaron hacia los ríos que desembocaban en el océano, se encontraron unos con otros y se mezclaron hasta que los hijos fueron distintos a sus padres, y sus especies no compitieron sino que se adaptaron a las circunstancias y formaron así nuevas familias genéticas. Los multipatópodos han privilegiado el apareamiento, aunque en estadios específicos de su evolución también han presentado formas de reproducción esporófita. Algunos ejemplares provienen de ancestros muy distintos, lo que demuestra su natural propensión al fornicio, sin dar importancia al tipo, la especie e incluso el reino de los que provengan. Esto ha imposibilitado la identificación de un gen primario que dé cuenta de un patrón evolutivo más o menos estable; por el contrario, no se sabe si originariamente fue una cruza de lobo de mar con nutria, cuya cría se cruzó a su vez con un pelícano informe, o si a la inversa fue un ovíparo cruzado con un guarén, cuya cría se reprodujo a su vez con una lontra felina o chungungo. Cualquier hipótesis sería invalidada inmediatamente, toda vez que se ha demostrado que, desde cierto punto en la cadena evolutiva, los ejemplares comenzaron una fiesta reproductiva sin parangón, dando pie a numerosas especies nuevas. En el presente volumen se incluyen solo algunas de las más insignes. Finalmente, cabe señalar que se ha registrado una progresiva aceleración en los procesos adaptativos: si tuvieron que pasar dos millones de años para que al lobo de mar le aparecieran dos pequeñas prolongaciones cartilaginosas 9 bajo su vientre, que facilitaron de manera tímida su salida del océano para posarse sobre una roca, su descendencia moderna, el Otario Pincoy o Guapo de Bolsa (ver pág. 33), tardó menos de cien años en desarrollar un buche de almacenamiento de agua con el que soporta el peso del océano cuando se desplaza por zonas abisales.
Cantón Suicida (Avis aranae perniciosa)
Fue la científica venezolana, Dra. Sara Ruiz Labra, quien aprovechó de manera notable una flaqueza relativa de las fuerzas regulares del imperialismo y se atrevió a experimentar con la elaboración de un material prácticamente indestructible, además de invisible para los detectores de metales. Mejor que cualquier aleación, la seda de araña produjo arsenal de guerra tan firme como el acero pero blando, lo que permitía proteger a los combatientes en el 17 enfrentamiento cuerpo a cuerpo. La idea del desarrollo militar de la seda de araña era antigua, pero a las grandes potencias les había sido imposible simular en un laboratorio la constitución del material en su versión sintética. La seda de araña es un compuesto formado por cadenas de proteínas constituidas por elementos básicos de la química orgánica —oxígeno, carbono, nitrógeno e hidrógeno—. La Dra. Ruiz Labra, hasta entonces mujer sin descendencia viva y con un innegable instinto maternal, desechó la idea de la imitación plástica y se propuso engendrar un animal que la produjera orgánicamente: el Cantón, uno de los pocos multipatópodos que puede considerarse fruto pleno de la creación humana y, en este caso en particular, un hijo íntegro de la revolución. El Cantón parece pájaro pero es una araña; no tiene plumas sino pelillos sensoriales que le permiten estar alerta ante cualquier presencia ajena a su familia. Su quelícero tomó forma de pico, conservando una pequeña boca en la parte inferior del cráneo con la que inocula un veneno mortífero a sus enemigos y que le permite realizar una primera etapa digestiva fuera del cuerpo —carnívoro exótrofo—. A pesar de tener más de cuatro pares de patas se emparenta con los arácnidos y también con los artrópodos, pues para tejer mueve con destreza la articulación en sus extremidades. Es un animal muy poderoso y a la vez dócil. Durante décadas, el Cantón produjo enormes cantidades de tela de araña con la que se fabricaron indumentarias de guerrilla, que permitieron a los combatientes 18 blindar hasta sus córneas. Preparados para todo tipo de operaciones de insurgencia, como tomas de bases militares, secuestros, robos a bancos y otras —legítimas para una guerra considerada justa por pueblos colonizados—, hicieron tambalear a potencias ocupantes en muchos puntos del globo. El corazón de la selva centroamericana sirvió de hogar a familias de cantones que, desde grandes alturas, pendían sobre abismos fabricando sus telas. Los guerrilleros, a su vez, levantaron precarios galpones donde criaban ganado para alimentarlos y construían armas como granadas inflables, toallas misiles y papelillos antipersonales, largamente utilizados en acciones bélicas durante la segunda mitad del siglo xxi. La Dra. Ruiz Labra, conociendo desde un comienzo la importancia del animal y el apetito que despertaría en el enemigo, encontró la forma de que su engendro no pudiera volverse jamás en contra de su causa. El Cantón, fiel a su familia revolucionaria y amante de su madre más que cualquier especie, sufre de un shock emocional irreversible cuando es sacado de su hogar, lo que le provoca un gasto desmedido de proteínas básicas para la subsistencia. Así, en una inmensa fábrica de seda situada en el estado de California, los norteamericanos vieron cómo familias de cantones que colgaban de cintas larguísimas, se comían su propia tela y caían al vacío en un acto suicida, antes de trabajar para el enemigo. Y como los imperios han sido los que históricamente se han encargado de 19 nombrar a las especies, el animal es conocido ahora como Cantón Suicida, aunque en su medio natural jamás atente contra su propia existencia.
Perro Apaec (Genus museum)
La historia de los museos ha sido, desde su origen en el siglo xvi, apacible y regulada, para incomodidad de los historiadores modernos que gustan de encontrar inflexiones y retrocesos en el devenir de las cosas y enjuiciar cada adjetivo en los libros: muy a su pesar, los museos nacieron, se multiplicaron exponencialmente y, salvo la casualidad de algún bombardeo, su vida ha sido pacífica y su objetivo contener obras que se consideran artísticas, en distintos Perro Apaec (Genus museum) 21 formatos y para un público que ingresa voluntariamente. A ello se suma que siempre, sin excepciones, son considerablemente fríos y cierran los días lunes. Estas últimas características son las responsables de que el Perro Apaec sea hoy una especie fuerte y que cuente con un número creciente de ejemplares. El Perro Apaec (Genus museum) fue visto por primera vez por el científico Archibald Bloom, antiguo joven viajero que se dedicó al estudio de la naturaleza a partir del famoso avistamiento. Bloom paseaba por el museo Larco en Lima, asombrado ante las piezas de arte precolombino que allí se conservan. “Lo recuerdo como si fuese ayer, entre el mortero Pacopampa y una vasija de libación, un bicho se paseaba lamiendo con una delgada lengua todas las pelusillas posadas sobre las antiquísimas esculturas, hasta que se dio cuenta de mi presencia y huyó para esconderse bajo una enorme figura de Ai Apaec”, dice Bloom en su Long Place Animalia (p. 47). El científico quedó seducido por su rareza, pensando en un principio que era la aparición del mismo dios prehispánico que acompañaba los vestigios. Largas investigaciones y años de observación le indicaron que su primera hipótesis era equivocada: el Perro Apaec —nombrado así por el lugar del hallazgo— es una especie que se puede encontrar en la mayor parte de los museos de América, incluyendo la Pinacoteca de Sao Paulo, el Museo de Bellas Artes en Santiago de Chile y el Museo Napoleónico en La Habana, entre muchos otros. Enemigo del calor y la humedad, delicado comensal de 22 basura particulada, no encuentra mejor lugar que los templos del arte. Se especula que su dispersión se debe a que ha viajado entre museos dentro de las valijas que transportan las exposiciones itinerantes (el mayor ejemplar no supera los 17 cm desde la cola hasta el pico), acomodado entre pelotitas de plumavit, papel picado y aserrín. El Perro Apaec no es excepción sino regla; ha ayudado a que la historia del museo permanezca llana y progresiva, con normas inviolables como la temperatura y el horario de atención. Si se lo quiere conocer es mejor irrumpir un día lunes después de almuerzo: es el momento en que los empleados de limpieza toman una larga siesta mientras el animal termina de lamer cada pelusa aposada en el borde de los marcos.
Iconoclastópodo
Puede ser debido a un trauma incrustado en su perfil genético o a alguna reacción alérgica al aura de trascendencia residual en ciertos objetos, que el Iconoclastópodo destruye pinturas sagradas, íconos religiosos y todo tipo de monumentos, sean estos de la antigüedad más primitiva o de la última post-des-neo-a-modernidad actual. Como cualquier mamífero urbano, se alimenta de basuras y de la caridad de los vecinos de los barrios donde se establece, 24 pero una vez que detecta un monumento, se abalanza sobre él para orinarlo, morderlo, rasguñarlo y escupirlo con una rabia ancestral. Desde la estatua de John Lennon en La Habana, hasta el Cristo Redentor en Río, los moais en la Isla de Pascua y los murales de Rivera y Siqueiros en Ciudad de México, todas las imágenes que tengan alguna pretensión de sacralidad son susceptibles de ser destruidas por el patópodo. Fuera de los principales museos se ubican especialistas en la detección de estos iconoclastas quienes, al primer descuido, corren entre sus piernas para internarse en las galerías y destruir las obras que parecieran serles infinitamente ofensivas. El Iconoclastópodo es especialmente amigo de artistas sin aspiraciones de trascendencia; los protege tanto de inclinaciones autodestructivas como de posibles tentaciones de gloria. Tan fino es su olfato a la susceptibilidad monumental, que se le ha visto en ánimo beligerante frente a ciertos seres humanos, principalmente poetas y músicos.
Metanón
Para entender la historia del Metanón es necesario imaginar el siguiente escenario: un hombre vive a orillas del río Desaguadero, cuenca fronteriza entre Perú y Bolivia que recibe los excedentes del lago Titicaca. El hombre es ciego de nacimiento y conoce su ciudad mejor que los videntes. El centro tiene una bulla cosmopolita por ser lugar de paso entre dos países: braman el comercio entre uno y otro lado del puente, las orquestas y la challa en 26 períodos de fiesta —que es una buena porción del año—, las jugueras con batidos de fruta y cereales, el sistema de alcantarillado que lleva literalmente siglos en construcción, los gritos en español, las quejas en quichua, las confesiones en aimara, el crepitar de los bloqueos y, a veces, un silencio de resaca que deja entrar un silbido lejano, procedente de las montañas y pampas vecinas. El pueblo es una frontera que se escucha fuerte y también se huele. Desde pequeño el hombre ha sentido la mezcla de mango y leche, fresca por la mañana y por la noche descompuesta, los perros que nacen y que mueren, las sobras de comidas, orines y restos de fiesta, todo alojado en el cauce del río Desaguadero y en la orilla frente a su casa. El hombre nunca ve las sobras de papeles de aduana que se estancan en el pantano, pero sí siente el fuerte olor que deja el descuido de los habitantes y quienes transitan de un país a otro. Imagina entonces la inmundicia del pueblo, la corrupción de la gente y lo compara con la imagen limpia y pura de lo que está más allá, en la llanura, en el cerro. De pronto los días comienzan a cambiar, se despejan poco a poco y se deja sentir un olor fresco y limpio. Las tardes son más livianas, las madrugadas más suaves. El viento ya no trae leche agria, perro muerto, orín, flato frío del trasnoche, el dulce olor de la descomposición que se impregna en la lana y en el sombrero de los cholos. En poco tiempo el paisaje es otro, aparece el olor de la yerba, la tierra, el olor de pluma mojada de un pichón, el jabón que esconde una trenza apretada. El hombre decide 27 averiguar qué pasa y camina un día hacia la ciudad, esta vez sin cubrirse la cara con el antebrazo derecho. Puede ahora tomar con ambas manos la quila que le sirve de guía. Imagina que la pampa le ha ganado a la ciudad, es feliz imaginando a su pueblo limpio, vencedor de su nombre vergonzoso, la liviandad del agua que corre, la sonrisa clara de los niños que chapotean en las pozas. Logra incluso imaginar lo que significa la palabra transparente. El hombre decide sentarse en una cocinería que está del lado de acá del puente, la que suele ser la más descuidada, pues ahora siente el delicioso olor a guisos que humean en las ollas. Pide una sopa de maní y decide comentar el fenómeno con la cocinera: —ps ustéstalóco ps, aquí todo sigue de inmundo ps —le responde la vieja. El hombre se paraliza; no es que haya perdido el olfato, al contrario, huele mejor y con más fuerza, el río está limpio, lo sabe, le es imposible imaginar que no haya cambiado. Pregunta una y otra vez y llega siempre a lo mismo: todo sigue igual, la inmundicia está a pedir de boca, se ve, aunque alguien le concede que quizás huele menos. El hombre no puede comer, camina de vuelta a su casa desconfiando de sus sentidos, de su cuerpo, de la quila que arrastra, aguanta la respiración. Se sienta a la orilla del río sintiendo su correr espeso y, al fin, llega a una respuesta que le parece convincente: la gente y él han sufrido del mismo mal; unos dominados por lo que ven, no huelen lo que cambia, y él, dominado por lo que huele, 28 no ve lo que permanece. Se dirige hacia la zona que sabe es la más nauseabunda del río, y aunque no siente su repelencia, con su antebrazo derecho se tapa la nariz y echa en un frasco una porción de porquería. El resultado es el Metanón, un multipatópodo que procesa la fermentación en gas metano inodoro. Al Metanón se le ha confundido muchas veces con alguna bacteria o arquea por ser tan diminuto, pero es un organismo eucarionte pluricelular de estructura muy compleja. El hombre ciego vendió su descubrimiento y kilos de Metanón a una compañía cosmética y con la riqueza que obtuvo limpió el río, terminó los trabajos de alcantarillado y logró que coincidiera su imagen de la realidad con la realidad misma. Exterminó al pequeño multipatópodo de la zona pues consideró el mayor de los peligros que lo podrido no huela. Actualmente el Metanón vive en el tracto digestivo de muchos animales, incluyendo el humano. Procesa la fibra alimentaria o los polímeros indigeribles, como los porotos o la fibra vegetal que, antiguamente, producían gas metano liberado en meteorismo y flatulencias. El Metanón se puede consumir en pastillas o lácteos y se lo puede encontrar en cualquier cadena de mercados.
Juya (del aimara tierno)
Animal famoso por su docilidad, la Juya vive desperdigada en los puertos de las costas del Océano Pacífico, el Golfo de México y el Mar Caribe. Con hábitos domésticos pero de espíritu libre, suele acompañar a algún pescador que adopta como amo y esperarlo en la orilla, la mirada perdida en el horizonte durante horas hasta que éste regresa con su barca sano y salvo. Siempre un gesto bondadoso, compasivo hasta 37 con especies de otros órdenes, de otros reinos, se ha especulado que filogenéticamente estaría emparentado con el perro por algunas características estructurales, pero principalmente por su fidelidad y natural disposición al juego y al cariño. Son famosos los registros en que aparece ayudando a un lobo de mar aplastado por otros lobos, salvando a una gaviota liada entre redes o hilos de pesca, dando un golpecito en la espalda a un pelícano atorado, adoptando crías de otras especies o defendiendo a una perrita en celo. Aunque la Juya ladra, no lo hace en horarios en que la mayoría duerme, es carnívora de nacimiento pero herbívora por convicción y entierra sus deposiciones cada vez que puede. Biólogos y antropólogos se han preguntado las causas de este comportamiento —“casi humano” según los optimistas de nuestra especie— y han llegado a la asombrosa conclusión de que la Juya es un animal de costumbres. No es una repetición genética la de la propensión a la bondad, sino que se transmite generacionalmente, desde que nacen, en sucesivos rituales edificantes para luego crecer sabiendo que no podrán dejar de enseñar esas buenas costumbres a sus crías (naturales o adoptadas). La manifestación de la regla se debió a su excepción. En Tumaco, región de Narino, Colombia, se encontró un ejemplar degradado al extremo de la defección, que es la traición o abandono absoluto a quien se le debe lealtad. Pues bien, esta Juya se arrimaba a los vagabundos borrachos para 38 tender una de sus patas y luego, una vez ganada su confianza, aprovecharse de la debilidad, robar el licor y luego tomarlo sola, lejos, sin convidar a nadie. Esto trascendió, pues el pueblo, que se daba naturalmente a la fiesta, se sintió amenazado y contactó, autoridades mediante, a los biólogos y antropólogos antes mencionados. La conclusión llegó rápido: la Juya envilecida fue alejada de sus padres a temprana edad y no “aprendió” sus hábitos. Los hermanos del ejemplar, en cambio, encontrados a unos caseríos de distancia, se hallaban alejados del vicio al punto de la idiotez. La segunda conclusión de los expertos llegó también por descontado y fue que solo un hábito en la Juya es innato: el hábito de aprender. En una simple y hermosa ceremonia la Juya corrompida fue devuelta a su hogar para felicidad de los habitantes de Tumaco. Tras haber llevado una vida desapegada, frívola e individualista, se incorporó a la manada y pudo, luego de varias correcciones, actuar loable y generosamente con sus pares, que son todos.
Epílogo
Estolones de Pikaia
Pikaia es el nombre del antepasado más antiguo del que se tiene conocimiento; un abuelo tan viejo que necesitaríamos una enciclopedia completa para nombrar todos los tátaras que su historia merece. El pequeño fósil fue descubierto en las montañas rocosas de Canadá. En ese momento —principios del siglo xx— y por su edad —más de quinientos millones de años—, los arqueólogos pensaron que era un gusano del período Cámbrico, una versión prehistórica de los caracoles que vemos hoy en nuestro jardín, tan primitivo y simple en su estructura como una babosa. Décadas más tarde un paleontólogo descubrió que tenía una pequeña columna, un cordón nervioso y algunos músculos que le servían para estirarse, enroscarse y nadar, lo que demostró que Pikaia avanzó a través del agua de los océanos y también a través de los océanos del tiempo para mutar y convertirse en un céfalo cordado como nosotros. La anterior evidencia es asombrosa porque ahora todos tenemos la certeza de que venimos de un gusano de menos de cuatro centímetros, parecido a una diminuta y 72 resbaladiza anguila. Y sabemos además que esa anguila no se ahogó ni fue abrasada por el fuego de un volcán, devorada por algún monstruo o virus como tantas otras miles de especies extintas de las que hoy se tiene conocimiento. La existencia de Pikaia nos demuestra que la vida se ha mantenido no por voluntad o designio de algún ser superior, sino por el azar y el esfuerzo que cada una de las especies hace para sobrevivir durante cientos y miles de años; si no hubiese sido por su destreza no existiríamos, o hablaríamos quizás en un lenguaje similar al de los lobos marinos. Este abuelo primitivo se adaptó con una fascinante plasticidad y se reprodujo en distintas familias, que a su vez tomaron luego un rumbo propio, tan distinto uno del otro como los rumbos del oso, el loro o el puercoespín. Los multipatópodos, joven especie del reino animal y uno de los tantos estolones o tallos en la descendencia genealógica de Pikaia, han sobrevivido y se han desarrollado de manera tan fortuita y hábil como el antepasado común que nos entregó a la sentencia ineludible de la mutación.
Yosa Vidal nació en Santiago de Chile de 1981.
Publicó el libro infantil Erase otra vez (Feroces Editores, Chile 2011), la novela El tarambana (Tajamar, Chile 2013 y Mármara, Madrid 2016), el libro de relatos Los Multipatópodos (Overol, 2016). Su novela más reciente Vals Chilote, fue publicada en Bolivia por Mantis y en Chile por el Fondo de Cultura Económica (2022).
Es profesora de literatura, cocinera y Doctora en Lenguas Romances por la Universidad de Oregón.
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