Los últimos
por Premee Mohamed
Erik se balanceaba sobre uno de los
menhires en la playa de guijarros negros cuando los ancianos le contaron que su
padre había muerto. Ahogado, dijeron. Allí por el fiordo Sampson. Lo mató el
Viejo Azul.
La oscuridad le atrapó, y se
precipitó sin huesos de la piedra; le atraparon y le tumbaron sobre las algas
empapadas de la línea de marea. El anciano Erde le levantó los tobillos en el
aire con una mano. Los amigos de Erik se detuvieron sin curiosidad y después se
alejaron.
—Quiero ver el cuerpo —dijo Erik.
—No —respondió Erde, pero Saba
señaló al refugio de observación. Erik corrió torpemente sobre las piedras
redondeadas por las olas y encontró a su padre aplastado y gris-azulado por el
frío, como el cielo. El chico cayó de rodillas y lloró.
*
Cuando regresó a casa, su madre le
habló de la otra muerte. Habló despacio, dándole vueltas a una gaviota sobre el
fuego, la cara girada para apartarse del humo aceitoso. El padre de Erik había
sido el primero que la marea había traído, pero Nafeez había estado con él. Los
cuerpos habían regresado antes que los barcos. Las corrientes que rodaban la
aldea eran precisas, regulares y crueles.
—Ahora sólo queda su hijo —dijo ella— y tú.