Ruido blanco
por Laura Ponce
A
Mary Shelley
Cuando acepté la comisión que me trajo
a este planeta, un cuerpo helado y pequeño, en los límites del espacio
cartografiado y sin más interés científico que la investigación de patrones de
congelamiento, creí que estaba condenada. Todavía abrigaba aspiraciones de
reconocimiento y trascendencia, incluso esas pretensiones de servir a la
humanidad que otros podrían considerar pueriles o tan fuera de época. No se
trataba de mi primer viaje a la Periferia ¾ya conocía el aislamiento,
el encierro, el trabajo tedioso y las jornadas interminables sin más compañía que
los miembros del equipo a mi cargo¾, pero sentí que me encaminaba hacia
la experiencia más desabrida de toda mi carrera. No podría haber estado más
equivocada.
Nueva comisión, nuevo equipo. Cinco
esta vez. Ramírez, Kosinsky, Label, Kimura y Sánchez. El pequeño hato de
inadaptados de siempre, la clase de gente con la que nadie quiere trabajar.
Bah, el muerto se asusta del degollado... Como si yo misma pudiera encajar fácilmente
en cualquier lugar. Por algo fue el único contrato que me ofrecieron.
Nos establecimos en esta base aislada y diminuta, enclavada a un lado de los montes, en la orilla del mayor de los glaciares. Se suponía que relevaríamos al equipo anterior, pero no había nadie cuando llegamos. Y empezamos con los estudios.
Siguieron días pálidos, parejos e
iguales, sin nada memorable; días que se hicieron semanas y luego meses, apenas
interrumpidos por estos períodos de ventisca, en los que el exterior se vuelve
un borrón blancuzco, un aullido lacerante, y quedamos completamente aislados.
Nunca sabemos cuánto van a durar. Es como quedar suspendidos en el tiempo.
En el aislamiento, el pasado se
debilita, pierde cohesión; el acto de recordar se torna caprichoso, como si
todo lo anterior se fuera desdibujando, como si la mente fuese perdiendo la
capacidad de hacer ciertas conexiones y necesitara cada vez más desesperadamente
el estímulo de lo nuevo. Lo presente cobra una entidad desproporcionada ¾hechos y situaciones, pero
también gestos, palabras, relaciones¾ y la más pequeña alteración de la
rutina se nos presenta como un gran acontecimiento.
Hace tres días, mientras hacían un
estudio de campo, Label y Kimura divisaron un vehículo que cruzaba el glaciar.
Era uno de esos trineos anaranjados que proporciona la Compañía Minera. Pasó
lejos y a buena velocidad, pero era el primero, además de los nuestros, que cualquiera
de nosotros veía desde que llegamos, que es como decir desde siempre.
Rápidamente elaboramos gran cantidad
de teorías, hubo encendidas discusiones y hasta se hicieron apuestas. Sánchez
lleva buen control de esas cosas en la pizarra del comedor.
La Compañía tiene su campamento base
en este hemisferio y además de las fosas de explotación alberga laboratorios
bien provistos, pero los científicos que desarrollan proyectos de verdad no se
juntan con los parias como nosotros y rara vez tenemos contacto con ellos. Ni
siquiera los vemos cuando acudimos al centro de abastecimiento, porque nuestros
períodos de descanso no coinciden con los suyos. Sin embargo, porque no existen
barreras infranqueables, Kosinski trabó relación con uno de sus técnicos ¾para despecho de Ramírez y
envidia de Label¾. Así supimos que habían
perdido algo. O, mejor dicho, a alguien.
Anoche, en la luz mortecina que da el
hielo, lo vimos llegar. Apareció en las cámaras de la entrada. Saludó, pidió
permiso e ingresó al depósito, que utilizamos como compartimiento de
transición.
En un lugar como este, no se le puede
negar ayuda o refugio a quien lo solicite, pero ¿qué hacía viajando de noche, solo?
¿Había sufrido un accidente? ¿Se había perdido? De pronto, todos se agolpaban
frente a los monitores, rodeándome a mí y a Sánchez, que era quién estaba de
guardia y había dado aviso, y la curiosidad y las conjeturas se convertían en
un griterío susurrado. Creí que tendría que hacer valer mi posición para que se
tranquilizaran, pero bastó con recordarles el protocolo y pedirles que
estuvieran alertas. Sabiendo que era lo que correspondía, pero también por la
vaga inquietud que me producía permitir que alguien desconocido entrara a
nuestra base, me puse el abrigo y me adelanté a recibirlo en el depósito mismo.
Se ponía de pie cuando entré,
abandonando el trineo. Llevaba un traje de exterior amarillo, como los
nuestros, pero con diferentes insignias.
¾No sabíamos que
recibiríamos visitas ¾le
dije sonriendo, pero sin sacar las manos de los bolsillos.
¾Lamento importunarlos ¾respondió descubriéndose el
rostro. Estaba pálido y lucía enfermo; tenía los labios partidos, pero sonreía
burlón. Nunca había visto a alguien que tuviera tanto fuego en los ojos.
Con algo de esfuerzo, terminó de
quitarse el traje de exterior y me tendió la mano.
¾Mi nombre es Víctor.
Hablaba perfectamente el dialecto normalizado,
pero tenía un acento extraño. Además, su voz dejaba traslucir un cansancio
extremo, que se esforzaba por dominar. Cuando salíamos del depósito, se
desplomó.
Lo llevamos a la enfermería, donde
Kimura le revisó y trató de reanimarlo. Su cuerpo exhibía los estragos de un
gran sufrimiento, probablemente llevaba días sin comer ni dormir, pero después
de algunas horas recuperó la conciencia.
Tenía sed. Le acerqué el vaso para que
bebiera y me senté a su lado. Como si leyera mi preocupación frente a su estado
y adivinara la compasión pero también los interrogantes que me generaba, murmuró:
—Voy en busca de alguien que huyó de mí.
Me hizo entonces el más fantástico de los relatos.
Dijo que le habían ofrecido su primer contrato cuando todavía era estudiante
y toda su investigación la había desarrollado al servicio de la Compañía.
Llevaba años en este planeta, trabajando en sus laboratorios, completamente
dedicado al proyecto, cada vez más encerrado en su labor, seguro de que estaba
a punto de alcanzar un gran descubrimiento. Al preguntarle a qué se refería, respondió
que dirigía un
equipo de genetistas que trabajaba con los OSKM, el cuarteto de genes de
pluripotencialidad de Yamanaka. Me estremecí. Oct-4; Sox 17; Klf 4; c-Myc. Estoy
un poco oxidada, llevo demasiado tiempo sepultada entre informes climáticos,
pero me doy cuenta cuando se me habla de regeneración de tejidos mediante
reprogramación celular. Sé lo que se ha hecho con eso en el pasado. Víctor, viendo
mi reacción, sonrió con tristeza.
¾Sí, el método Ocampo ¾confirmó con voz de anuncio
publicitario¾, usado para rejuvenecer
tejidos en un organismo complejo mediante reprogramación celular in vivo, ahora aplicado al desarrollo de
trabajadores que pueden ser reseteados.
Mi expresión de desagrado habrá sido
elocuente, porque agregó:
¾Obviamente, no era eso lo
que tenía en mente cuando elegí dedicarme a esto.
¾¿No? ¿Y qué era?
Pareció estar buscando las palabras adecuadas.
Se miró las manos, los dedos largos. Creo que se sentía estúpido. Al final, solo
recitó:
¾“Vi cómo se marchitaba y acababa por perderse la
belleza; cómo la corrupción de la muerte reemplazaba la mejilla encendida; cómo
los prodigios del ojo y del cerebro eran la herencia del gusano”.
Reconociendo la cita, no supe si
sentir admiración o desprecio. Sin embargo, se impuso la curiosidad.
¾¿Obtuviste resultados?
¾Sí, claro: resultados muy
prometedores, que por supuesto interesaron a la Compañía. Imaginá una fuerza de
trabajo que pueda ser “rejuvenecida”, recuperada, dejada como nueva cuando
empieza a agotarse, que mediante el tratamiento queda lista para retomar sus
tareas, un tratamiento mucho más barato que traer nuevas camadas de trabajadores
desde otros planetas, una fuerza de trabajo que nunca llega a la “edad del
retiro”.
La idea de lo que aquello podía
implicar fue creciendo hasta sofocarme, quise levantarme de la silla, salir de
ahí. Víctor se apresuró a tomarme por el brazo, trató de explicar:
¾Pero no se trataba de eso.
¿No te das cuenta? Solo quería ganar tiempo.
Con ojos encendidos, me contó cómo
había comprometido a su equipo al mayor de los secretos e incluso había
separado sus tareas y había escondido de ellos datos vitales falseando
resultados, para que nadie más que él tuviera la clara comprensión de lo que
tramaba. Sabía que corría contra reloj, que nunca le otorgarían los permisos
para aquello que se proponía y mucho menos podría decidir sobre el fruto de su
trabajo, pues todo lo que descubriese, desarrollara o produjera durante su
periodo de contrato era propiedad de la Compañía; sin embargo, no podía
permitir que le arrebataran el proyecto cuando estaba tan cerca de alcanzar su verdadero
objetivo. Tomó el vaso y bebió; le temblaban las manos. Ahora sé que quizás se
preguntaba si no me habría confiado demasiado ya; pero no podía detenerse.
¾Todo lo que estaría a
nuestro alcance, todo lo que podríamos descubrir... ¡si superáramos la cobardía
y la dejadez! ¾exclamó.
Empezaba a sentirme asqueada de su
grandilocuencia; le interrumpí:
¾¿Qué es lo que buscabas, Víctor?
¿Qué es lo que querías lograr?
Paladeó la respuesta. Cuando salió de
su boca tenía el peso de una verdad acariciada.
¾Un ser de regeneración
propia, automática y perpetua.
Luego sonrió, con una sonrisa que
helaba la sangre, y supe que había tenido éxito.
No quise seguir oyéndolo. Le avisé a
Label, que quedaba de guardia, para que vigilara la cámara en la enfermería, y
me fui a mi cuarto. No sabía qué hora era, ni traté de averiguarlo. Me metí a
la cama y abracé a Kimura, que se había dormido esperándome, y quise dormir
también, quise olvidar todo lo que había escuchado. Al final, el cansancio
venció a la amargura.
Soñé que bajaba al
glaciar. La niebla se retiraba hacia atrás de los montes como si la apartara una
gran mano. La blancura sedosa del macizo contrastaba con la roca desnuda y
escarpada de la ladera. Mientras caminaba adentrándome en el frío, no había más
sonido que el de mi respiración o el crujido de la nieve bajo mis pies. La superficie
del hielo, que de lejos parecía tan pareja, se iba haciendo cada vez más
irregular, escondía profundas hendiduras y salientes afiladas. El aire estaba
limpio y sereno, tan quieto como cuando se avecina algo tremendo. Mientras avanzaba,
esa sensación se hizo cada vez más ominosa. Hasta que un bramido llegó desde la
distancia, un bramido que me resonó en el pecho, atravesándome. El hielo se
quebraba. Una grieta gigantesca serpenteaba, veloz e indetenible. Se abrió paso
con rumor de espejo astillado, extendiéndose por kilómetros y kilómetros, hasta
perderse en la lejanía. Me acerqué al borde. Necesitaba asomarme. Necesitaba ver.
En la profundidad, palpitaba una luminosidad carmesí, una identidad volcánica,
un tejido vivo.
Me desperté sobresaltada. Kimura ya se
había levantado y me vestí de mal humor. Estaban todos en el comedor. Me
guiaron las risas, la voz de nuestro visitante. Los observé desde el umbral. Él
parecía completamente repuesto. Contaba una anécdota de su época de estudiante,
hablaba y gesticulaba vivamente. Sí que era carismático. El modo en el que lo
miraban, cómo seguían su relato, especialmente Sánchez y Kosinski... Di los
buenos días y recién entonces notaron mi presencia.
¾¡Ah, mi generosa anfitriona!
¾exclamó Víctor.
Kimura sonrió. Ramírez pareció
recordar de pronto que debía estar de guardia. Label se puso de pie y se me
acercó.
¾Tenemos que convencerlo de
que no se vaya, no está en condiciones de viajar; tuvo un ataque de fiebre
durante la madrugada.
Miré a Kimura, porque las cuestiones
médicas eran asunto suyo, pero se encogió de hombros.
¾Si se quiere ir, no podemos
obligarlo a quedarse ¾repuso.
Le repetí el gesto, encogiéndome de
hombros, y Label salió sin disimular su disgusto. Kosinski y Sanchez le siguieron.
Recordé al grupo de genetistas del que me había hablado Víctor; no me costó
imaginarles aceptando sus términos, acompañándole en la investigación o
desarrollo que él propusiera, sin importar lo que fuese.
¾Sus valores están por
debajo de los normales, pero eso no le impide moverse ¾agregó Kimura, como
completando la idea, y me tomó un instante comprender que se refería a los
exámenes clínicos que le había practicado. Víctor sonrió.
Llené mi taza con agua caliente, le
agregué una tableta de proteínas y me senté a la mesa. Kimura nos dejó solos.
¾Quiero agradecerte por
haberme escuchado anoche ¾comenzó
a decir¾; lamento haberme extendido
tanto, temo haber abusado de tu disposición, pero hay algo en vos que me
inspira a hacerte estas confesiones. Hace años que no hablaba así con nadie.
El tono de su voz, su mirada dulce y
atormentada... No parecía el mismo hombre que había visto minutos antes fascinando
a todos con anécdotas encantadoras. ¿Quién era en verdad? ¿Ambos? ¿Ninguno?
¾No quiero ser una molestia ¾continuó¾, ya me siento mejor, y si
pudieran proporcionarme algo de combustible y algunas provisiones, continuaré
con mi viaje.
¾Víctor, ¿qué está pasando
en realidad? ¿A dónde tenés que ir?
¾Te lo dije: voy en busca de alguien que huyó de mí. Ahora ya sabés de quién
hablo.
Durante un momento se miró las manos,
como si estuviera decidiendo cómo continuar.
¾A veces, lo peor que puede
pasarnos es conseguir lo que deseamos ¾dijo por fin.
Habló de un tiempo de ceguera febril,
del encierro en su laboratorio privado, envuelto en el máximo de los secretos,
ocupado en sucesivos estudios e interminables pruebas, en todos los
experimentos a los que había sometido a la criatura recién creada. Necesitaba comprobar
sus capacidades regenerativas, saber cuánto resistía, hasta dónde podía
llevarla. Habló de estar ebrio, sumergido en lo terrible; de un tiempo de
continuo descubrimiento, de maravilla frente al logro, y momentos en los que
aborrecía su obra. Hasta que su rechazo fue tal que lo único que pudo hacer fue
abandonarla, dejar el laboratorio. Pasó días recluido en su dormitorio. Durante
una noche sin fin, le pareció ver que la criatura le había seguido y le
observaba, de pie, junto a su cama. Era como ver su propio reflejo en un espejo
deformante. Por su faz, se sucedieron la incomprensión, el dolor por el
abandono y finalmente el desprecio. Entendió que ahí estaban las cicatrices,
que todo en ella se regeneraba menos su memoria; lo recordaba todo. No pudo
soportar esa mirada y se cubrió los ojos por un lapso que le pareció eterno. Cuando
volvió a abrirlos, la criatura ya no estaba. Y entonces supo lo que debía
hacer. Fue al laboratorio principal y asesinó uno a uno a todos los miembros de
su equipo. No le resultó difícil, confiaban en él; ninguno opuso resistencia.
¾Tuve que hacerlo, ¿te das
cuenta? ¾Tomó mi mano,
sobresaltándome¾: No podía permitir que
alguno de ellos comprendiera, reuniese las piezas y pudiera repetir esta
aberración.
Con lentitud aparté la mano, pero creo
que apenas lo notó. Dijo algo más, casi para sí mismo:
¾Sé que está ahí afuera, la
he visto.
¾¿Qué?
¾Mi sombra. Me sigue, me
elude. Ahora solo debo encontrarla, enfrentarla, unirnos en la muerte.
Me costó ponerme de pie, sentía los
músculos agarrotados, pero no podía permanecer ahí, en la misma habitación que
él, durante un minuto más.
¾Veré que tu trineo esté
listo, para que puedas irte lo antes posible.
¿A quién acudir? ¿Ante quién
denunciarlo? ¿Y decirles qué? ¿Qué pruebas tenía?
Si hubiera tenido un arma, la hubiera
cargado.
Víctor se marchó cerca del mediodía.
La ventisca comenzó poco después, y secretamente deseé que lo borrara de la superficie
del planeta.
Reuní a todos en el comedor y les dije
que él era peligroso, que si regresaba no debían dejarlo entrar. Al principio,
me miraron como si estuviera loca, pero creo que algo de mi vehemencia les hizo
dudar y si fuera preciso, cumplirían mi orden.
Le pedí a Kosinski que, en cuanto
volviéramos a tener comunicaciones, contactara al técnico que conocía en el
campamento base; necesitaba saber si había una pesquisa en curso, o si la
Compañía lo buscaba simplemente para recuperar a su investigador estrella,
limpiarían su desastre y se ocuparían de que todo lo sucedido quedara sepultado
en el olvido.
Al
caer la noche, tomé la guardia. Creo que los demás estaban molestos, se
retiraron temprano a sus habitaciones y pronto me quedé sola. No quería pensar
en nada. En las pantallas, como en un modelo desplegado, solo se veía la
ventisca. Me dejé adormecer por el ulular del viento, por ese sonido sin
patrones, que contenía todas las frecuencias, todas igual de potentes. Pensé vagamente
en las partículas que volaban, en los cristales de nieve, en su unicidad. En
cuánto se parecían a las moléculas de ADN combinándose y recombinándose.
Entonces, en la pantalla del centro, en medio de la borrasca, me pareció
divisar una silueta, un contorno que iba ganando corporalidad. El corazón me
dio un vuelco al pensar que podía ser Víctor, pero a medida que se aproximaba a
la luz vi que no lo era. Cuando estuvo lo bastante cerca, la criatura alzó la
vista y miró directo a cámara.
Ingresé al depósito y abrí el portón.
Aguardaba de pie, junto a la entrada; a cubierto del viento, que todavía rugía
algunos metros más allá, su piel estaba cambiando de color; la vi repararse del
congelamiento y las abrasiones ¾y
quizás no toda esa sangre fuera suya¾, vi reconstruirse el tejido y los
capilares, adoptar una tersa claridad sobre el cuerpo desnudo. Inspiró
profundamente y abrió los ojos. Era un ser andrógino de belleza sobrecogedora. Cachorro
de humano, cuerpo adolescente, mirada anciana. Pareció que no deseaba quedarse.
Nos contemplamos durante un momento. Luego sonrió, como despidiéndose, y trotó
de regreso a la ventisca, y fue como si se disolviera en la tormenta de
potencialidad absoluta.
Nunca se lo conté a nadie.
Laura Ponce (Buenos Aires, 1972) es escritora, editora y gestora cultural. Cuentos suyos han aparecido en revistas y antologías de Argentina, Cuba, España, Uruguay, Chile, Perú y Colombia. Ha sido traducida al francés y al inglés. Formó parte del equipo de dirección editorial de Axxón, la primera revista digital en habla hispana. Desde 2009 dirige Revista Próxima y Ediciones Ayarmanot, dedicados a la ciencia ficción y el género fantástico. Da talleres, cursos y charlas sobre narrativa, lectura y escritura del género. Coordinó Ediciones Ayamanot Presenta, ciclo de lecturas y música. Organiza las Tertulias de Ciencia Ficción y Fantasía de Buenos Aires. Participa en la organización de Pórtico, Encuentro de ciencia ficción, que aúna las características de un evento académico con actividades dedicadas al fandom. Tuvo una columna mensual en el sitio de Amazing Stories y participó del programa de radio Contragolpe con una columna semanal. Forma parte de Proyecto Synco, Observatorio de tecnología, ciencia ficción y futuros, que indaga sobre las lecturas políticas que permite el género. Su primer libro de cuentos Cosmografía profunda se publicó en España y Argentina (La máquina que hace Ping, 2018; Ayarmanot, 2020).
¡Saludos! Descubrí vuestro podcast este año, y me está gustando mucho : ) Me estoy poniendo al día poco a poco, y voy por la mitad, así que justo hoy escuché este capítulo de hace un año : ) He visto que no tenéis Facebook, y como yo no tengo Twitter ni Instagram, os dejo un comentario por aquí, para compartiros que mientras escuchaba el relato, me vino a la cabeza una peli que vi no hace mucho, y que, aunque no me gustó mucho, la idea es muy parecida a la del relato y muy perturbadora, y quizá os interese verla en algún momento : ) Se llama 'Moon': https://www.youtube.com/watch?v=uZY3TTk_Hiw
ResponderEliminar¡Gracias y enhorabuena por vuestro trabajo!
¡Hola! Sí que tenemos Facebook, por si quieres comentar ahí los capítulos, aunque nos encanta leer tus comentarios aquí.
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Muchas gracias por escuchar el podcast, espero que sigas disfrutando los relatos que tengas pendientes.
¡Un abrazo!