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sábado, 26 de noviembre de 2022

Capítulo #62 - Nunca Más, de Claudia Andrade

Nunca más

po Claudia Andrade Ecchio 


Quieres saber tres cosas sobre mí. ¿Solo tres? Sí, con eso basta. Dale. Tres entonces. Una, digo levantando el índice derecho. La morcilla es repugnante. Su mueca me lo dice todo. No era lo que quería escuchar. Tres cosas importantes, recalca. ¿Solo tres? Sí, solo tres. Veamos. No me gustan los zorzales. ¿Te dan susto? Sí, o sea, no. Simplemente me dan asco. Es que me recuerdan algo que prefiero olvidar. Me mira, interrogante. No sé cómo explicarte. Es una asociación rara. De esas que se hacen de manera inconsciente, ¿cachai? Sí. Estaba anocheciendo. Venía de regreso a la casa después de hacer un encargo. Un día como cualquiera. O eso creí hasta que los vi. Eran dos. De esos comunes y corrientes. ¿Normales? Súper. Tenían hambre, eso sí. Se les notaba. Y el alimento estaba ahí, a la vista. Se turnaron hasta sacearse. ¿Y tú? Yo qué. ¿Qué hacías? Me quedé tiesa, mirándolos. Me dieron arcadas, no sé por qué. Si solo estaban atareados en lo suyo, indiferentes. Siempre actúan así. ¿Así cómo? Indiferentes. Cierto. ¿Recuerdas algo más? El aleteo de sus alas. Las plumas opacas. El canto. ¿Nada más? El recuerdo empuja por salir, pero lo detengo en seco. Nada más. Ya te dije. No me gustan los zorzales. Punto. A mí tampoco, me confiesa. Entonces somos dos. Sonreímos. Me distrae un ruido. Como de alguien removiendo la tierra. Te faltan dos, me dice, volteándome la cara. Sus ojos en los míos, brillantes. De veras. Eran tres cosas, ¿verdad? Sí, solo tres. Dale. Me gusta caminar entre los juncos. Rozarlos con las puntas de mis dedos. Como tanteando. Así los escojo. ¿Para qué? Para las cestas. Mi abuela me enseñó el arte. Sus manos están curtidas como las mías. Mira. Las observa sin mucha curiosidad. ¿Y te siguen gustando? ¿Qué cosa? Los juncos. No sé. Creo que ya no tanto. Ese día se sintieron diferentes. ¿Qué día? Ese, el del viento raro. Venía del sur. Un mal agüero. Muy malo. Mi abuela siempre me decía que había que tener cuidado, porque ese viento oculta la luna y atrae la maldad. Las abuelas siempre tienen la razón. Siempre. Ahora que lo pienso, es el mismo día. ¿De cuando viste a los zorzales? Ajá. ¿Estaban entre los juncos? Sí. No. No sé. Ya te dije. Quizás estoy mezclando las cosas y haciendo asociaciones raras. De esas que no tienen explicación. ¿A ti no te pasa? A veces. Pero ahora no se trata de mí sino de ti. Verdad. Y tú crees que es el mismo día. Podría ser. Los zorzales se movían contra el viento. Entre los juncos. Hacia mí. ¿Recuerdas algo más? Sus patas rápidas. Sus picos amarillos. El canto. El recuerdo está ahí, a la vuelta de la esquina, pero lo detengo. No quiero, le digo. Yo tampoco. Respiramos. Me distrae otra vez un ruido. Como de alguien siendo arrastrado. Sus tres dedos me nublan la vista. Eres insistente. Hay que serlo. El tiempo se nos va. Oka. Quieres saber tres cosas sobre mí. Asiente. ¿Solo tres? Solo tres. Me falta una entonces. Una. Dale. Me carga la oscuridad. En las historias de mi abuela las cosas malas siempre pasan de noche. Por eso trataba de no atrasarme. Nunca. Pero ese día te atrasaste. ¿Cuál día? El del viento raro. Sí, me atrasé. Me quedé conversando con la señora más de la cuenta. Me preguntaba por mi abuela. Si estábamos bien. Ya sabes, por las amenazas. Me mira, esperando. Querían que nos fuéramos y les dejáramos todo. Que firmáramos, pero no quisimos. Y se te hizo tarde. Mucho. Pensé que me quedaba tiempo, porque todavía había algo de luz. Por eso pudiste verlos. ¿A quiénes? A los zorzales. Sí, los vi venir. Agazapados, entre los juncos. Sus cuerpos robustos. Sus pupilas en las mías. El canto. El recuerdo se apura. Está casi casi. No lo detengo esta vez. ¿Gritaste? No. Si ya te dije, me quedé tiesa. Te dieron asco. Demasiado. Les vomité encima, por eso se enojaron. Querían sacearse sin mancharse. Quedarse limpios, ¿cachai? Sí. Creían que podrían salirse con la suya. Creían, pero no fue así. Me distrae un ruido. Como de piedras grandes apilándose. La garganta se me aprieta. El recuerdo llega, apremiante. El grito de los zorzales. El primer golpe. Uno cayendo. El otro aturdido, mirando de un lado a otro, sin entender. Y justo ahí, la veo a ella, palo en mano, decidida. El segundo cae sobre mí. Me lo quita. Me abraza fuerte. Lloramos. No hay que preocuparse, me dice. Nadie sabrá. Guardaremos el secreto. Lo guardaremos, repito. Porque ellos son los culpables. Solo ellos. Nos hicieron temer a la noche. A los caminos solitarios. A los zorzales entre los juncos. Ya no más. Nos miramos, asintiendo. Las tierras son nuestras, repetimos. Nuestras. No nos las quitarán. Me deja mirar el suelo por primera vez. Y ahí los veo. Casi tapados por completo. Sus cabezas rotas. Sus picos quebrados. El canto apagado al fin. Solo el viento norte entre los juncos. Y nosotras. Colocando las piedras, una sobre otra. Como tejiendo. Quiero saber una cosa sobre ti, le digo. ¿Solo una? Sí, con eso basta. Una entonces, dice levantando el índice izquierdo. La noche ya no me asusta. A mí tampoco. Nunca más.



Claudia Andrade Ecchio es doctora en Literatura Chilena e Hispanoamericana. Ha escrito tres novelas juveniles: "La espera" (junto a Camila Valenzuela), "Maleficio, el brujo y su sombra" (publicada en España por La Máquina que hace Ping) y "Todavía" (novela por la que obtuvo la Medalla Colibrí 2021 y el Premio Fundación Cuatrogatos 2022). Ha publicado tres cuentos: "Nunca más" (en Imaginarias. Antología de mujeres en mundos peligrosos), "La otra" (en Revista Griffo n°40) y "Quintral" (en Revista Cósmica Calavera n°4).

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