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domingo, 2 de octubre de 2022

Capítulo #61 - Cirque Mecánique, de Kel Coleman


Cirque Mécanique

por Kel Coleman

Un escarabajo negro se escabulle por la Fila H, asiento 12, sin preocuparse por los gemidos metálicos ahí abajo. Se detiene cuando un foco distante corta la oscuridad y revela una figura de pie sobre un podio chato en el centro de la pista. El escarabajo debería saltar al pasillo de nuevo. encontrar el agujero en la carpa por el que entró arrastrándose, y dirigirse a casa. Pero en lugar de eso, espera a ver qué ocurre después.

La maestra de ceremonias, como todes les artistas del Cirque Mécanique, es una maravilla de la ingeniería de principios del siglo XXII. Su piel se desprendió hace años, pero así es mejor porque permite asombrarse a sus huesos brillantes de un gris carbón, la musculatura minimalista de polímero, y el despampanante despliegue de motores, cilindros, pistones y circuitos de estaño.

Vestida con un lujoso chaleco de azules pavo real y verdes, la maestra de ceremonias gira en un círculo cerrado, y sus brazos se despliegan ampliamente para recibir a su público. Su mirada se desplaza por las gradas, los ojos bulbosos y lechosos sobresalen en el cráneo desnudo de metal.

El escarabajo duda en el borde del asiento: la maestra de ceremonias tiene la capacidad de hacer que cada espectador se sienta especial y visto.

Los altavoces regresan a la vida con un restallido mientras el momento de los aplausos pasa.

—¡Hola, hola, hola! ¡Bienvenidos! —La voz de la maestra de ceremonias gotea con la dulzura pegajosa de las manzanas bañadas en caramelo—. ¡Gracias por elegir al Cirque Mécanique, el primer circo mecánico del mundo!

Una banda de viento alegre mana de los altavoces y todas las luces se encienden.

Tres acróbatas, distribuidos en un semicírculo alrededor de la maestra de ceremonias le dan vueltas a unas tuberías gruesas de cobre como si fueran bastones de malabares. De sus esqueletos cuelgan hechos harapos unos trajes chillones de lentejuelas. Tras ellos, dos elefantes descomunales dan pisotones con sus patas de metal; sus flancos y las trompas oscilantes se aferran a los restos de una piel gris marronácea llena de arrugas.

Pasan diez segundos de silencio relativo, cortado únicamente por unas alegres trompetas, tubas y trombones, mientras la maestra de ceremonias deja tiempo para más aplausos. Entonces, mientras sigue girando lentamente, dice:

—Sea éste su primer o quincuagésimo espectáculo con nosotros, les esperan muchas sorpresas. No hay dos espectáculos iguales. Y dado que nuestros artistas son todos robots de última generación, incluida yo misma, y que funcionamos casi exclusivamente con energía solar, nuestro circo es cien por cien compasivo y está poniendo de su parte por rescatar al medio ambiente. Así que, agarren un paquete de palomitas o una bolsa de caramelos del vendedor más cercano, recuéstense y sumérjanse en la magia de nuestro… ¡Cirque Mécanique!

Con esa frase, la maestra de ceremonias comienza a caminar de espaldas y atraviesa el suelo de arena falsa, en una media reverencia, y desaparece detrás de la cortina del escenario. Fuera de la pista, los pistones de los acróbatas trabajan extra para propulsarlos a lo largo de trucos complicados y sobre las espaldas de los elefantes con el sonido de metal contra metal. Detrás de la cortina, la maestra de ceremonias espera que nada salga mal.

De todos los artistas que quedan, ella es la única consciente de lo que este lugar es y de lo que podría ser de nuevo si la dueña, Edith, el personal humano y las multitudes regresaran. Sabe que no debería malgastar el lubricante y lo que queda de sus trajes y su cuerpos, pero monta un espectáculo una vez al año con la energía solar almacenada. Es lo único que mantiene en movimiento sus huesos rechinantes.

Durante el decimocuarto espectáculo después de los humanos, la cuerda floja (suelta por falta de mantenimiento) dejó caer a dos artistas al suelo, rompiendo la cadera de plástico de uno de ellos y rompiendo un total de nueve filamentos de aluminio en el brazo del otro. La maestra de ceremonias prácticamente renunció en ese momento, casi decidida a no recargarse a sí misma. Había querido unirse al resto de su equipo en su olvido oscuro. Pero la presencia de Edith había atravesado los años como un eco, conservada en su disco duro.

Estímulo: Noche lenta, con fallos en los departamentos de sonido y luces. Tres clientes se marchan.

Efecto: Preocupación.

Respuesta: Fruncir el ceño, pasarse los dedos por el pelo.

Estímulo: Edith coloca su mano sobre tu hombro. Dice: “El espectáculo debe continuar, querida. Con tanto amor y consideración como cuando empezó”.

Efecto: Consuelo, afecto.

Respuesta: Dejar de fruncir el ceño, hacer contacto visual con Edith, sonreír.

La noche del accidente de la cuerda floja, la maestra de ceremonias apagó a los artistas hechos añicos y los dejó en el almacén. Era lo mejor que podía hacer por ellos. Se mantuvo a flote gracias a la responsabilidad que sentía hacia el circo y a una esperanza tenue pero mantenida, ajustó el programa para excluir algunos de sus actos más impresionantes como las habilidades aéreas y los trucos sin red, entró dando un paso en su estación de carga y se programó para despertar en 364 días.

Décadas más tarde, se pregunta: ¿qué sentido tiene realizar ensayos generales que les preparan para nada? Lo único que consiguen es degradar aún más a su tropa y al equipamiento. Sin audiencia, sin Edith y finalmente, sin pasión, la maestra de ceremonias está segura.

Esta noche es el último broche de oro.

#

Cinco payasos se alinean junto a la maestra de ceremonias detrás del escenario. Dos de ellos están montados en monociclos; uno de ellos tiene sujetada a la espalda una cesta de mimbre. Ninguno de ellos habla con ella como solía hacerlo el personal humano. La maestra de ceremonias siente una punzada pero se envuelve en un personaje encantador, no muy diferente al elegante chaleco que lleva puesto, y atraviesa la cortina.

Los acróbatas están terminando una serie de volteretas aéreas para pasar de la espalda de un elefante a la del otro, etc.; los ruidos metálicos quedan cubiertos por el crescendo de la música de tensión. Entonces cada uno de ellos salta por encima de la bestia esquelética correspondiente formando un arco imposiblemente alto.

El andar de la maestra de ceremonias flaquea; se queda congelada a pasos de su marca. Tomando prestado la expresión de Edith para los momentos tensos y horribles, susurra:

—Ay, Dios.

Cada acróbata clava su triple salto mortal y…

—Ay, Dios.

…aterriza al otro lado con un chirrido de rodillas dobladas.

El aplauso atronador de la maestra de ceremonia rebota en las paredes de la carpa mientras se desliza hacia su podio. Le sonríe de oreja a oreja a los acróbatas, que la miran, pero no la ven. Hacen una reverencia y conducen a los elefantes hacia detrás del escenario, cruzándose con los payasos que entran en aluvión a la pista.

Los disfraces de los payasos están intactos, aunque un poco polvorientos, rescatados del almacén para este espectáculo final. La pintura de sus caras, círculos y remolinos de color blanco, rosa y negro, está untada directamente sobre sus calaveras. Con una palpitación de placer al ver su obra bajo las luces del escenario, la maestra de ceremonias se permite ser arrastrada a su vórtice de caos. Realiza una buena actuación como si la sacaran a rastras mientras ellos le dan golpecitos, coscorrones y le dan vueltas en círculos, les sacude el dedo y hace aterrizar un buen puntapié en el trasero de uno de los payasos.

Mientras tanto, el escarabajo cae torpemente del Asiento 12 y se encamina al pasillo, atraído por el derroche de luces. Se pierde la risotada mayor (cuando el muro invisible del mimo provoca que el panadero se caiga del uniciclo. También se pierde al panadero vengándose del mimo aporreándole con unos pasteles de “nata montada” que saca de la cesta de mimbre. El escarabajo se arrastra por el borde de la pista y desciende hasta el suelo de arena falsa en el mismo instante en el que los payasos salen del escenario corriendo.

Las luces se apretujan formando un círculo ajustado alrededor de la maestra de ceremonias una vez más. Deja que la exasperación cambie su tono y se aparta un pelo ausente de la cara con un soplido exagerado.

—¡Veremos cómo de divertidos os parecen cuando los mande a vivir a vuestras casas!

Hace una pausa para las risas. Solo hay silencio.

—Bien —dice—, nuestro siguiente número no es para los de corazón débil. —La música cambia a cuerdas clásicas, un rasgar tenso de promesas oscuras—. Papás y mamás, recomiendo que protejan a los niños menores de cinco años y les recuerden que no se encuentran en peligro.

El escarabajo atraviesa la arena a toda prisa, manteniéndose cerca de la barrera alta de la pista.

La maestra de ceremonias cierra los ojos un momento para saborear la expectativa, y después se gira para enfrentarse a la cortina.

Los tres acróbatas, desnudos excepto por unos chalecos negros de vinilo, conducen a unos tigres a la pista con unos collares de cadenas. Despellejados hasta los huesos de acero con unos andrajos naranjas a rayas, los gigantescos felinos se dispersan para rodear el podio de la maestra de ceremonias como una amenaza líquida. Tiran de las cadenas y clavan sus garras en la arena, desesperados por conseguir la presa, sus bocas descarnadas emiten unos gruñidos graves. Es la parte favorita de la maestra de ceremonias. Finge sentir terror y escucha.

El sonido del metal chocando apenas se escucha por encima de las amenazas guturales y los violines lúgubres. Extiende la mano sin mirar, en el mismo instante en que uno de los tigres se lanza hacia ella, y su mano se cierra alrededor de una barra. Esta tira de ella hasta la parte superior de la carpa, y los tigres le rugen a su presa fugada hasta que su atención se dirige a un par de payasos, que entran a la pista con unos aros de gran tamaño. Desde una pasarela estrecha elevada, la maestra de ceremonias observa a los tigres atravesar saltando los aros en llamas con los acróbatas al otro lado haciendo de cebo. Los artistas humanoides siempre realizan un mortal o una pirueta lateral para escaparse, justo a tiempo. Mientras la tensión crece y los escapes ocurren cada vez más y más cerca, la maestra de ceremonias no puede evitar pensar en los perros…

La tropa de Bichón frisés blancos y peludos podían realizar trucos que ningún perro real podía acometer: apilarse de a ocho y después saltar hasta unos pedestales minúsculos uno a uno, dibujar con sus patitas los retratos de los payasos en la arena, y cabalgar a los tigres por la pista como jinetes feroces. Deberían estar aquí para cerrar el espectáculo, pero fueron los primeros artistas que se vendieron cuando el circo entró en su último mes de funcionamiento.

Estímulo: Edith carga al último robot peludo en una caja, se seca las lágrimas.

Efecto: Preocupación.

Respuesta: Colocar una mano sobre su hombro, decirle “El espectáculo debe continuar”.

La maestra de ceremonias gira la cabeza para estirar los filamentos del cuello, baja la mirada para la señal que le indique que descienda, y detecta…

Al principio piensa que solo es una mota de desperdicio, puede que otra pieza que se ha desprendido de uno de sus artistas. Entonces, se mueve. Lentamente, pero definitivamente se mueve siguiendo el borde de la pista, un punto negro contra un fondo beige. Se dirige hacia la cortina y las grietas oscuras de la parte de detrás del escenario.

La maestra de ceremonias no ha visto una criatura viviente, viva de verdad, en muchísimo tiempo.

La barra no descenderá hasta la pista hasta dentro de ochenta y seis segundos, y llevaría el mismo tiempo bajar las escaleras hasta el piso principal. Atraviesa corriendo la pasarela hasta que se encuentra por encima de la cortina: el punto negro casi la ha alcanzado.

Llena de desesperación y la avalancha de algo que pensaba que había perdido, la maestra de ceremonias apuntala una mano en el pasamanos de la pasarela y salta hacia la cortina.

Sus dedos atrapan

el aire

y cae.

La tela áspera le roza la pierna y hace pinza con los tobillos para atrapar un pliegue de la cortina, lo que le hace balancearse en un arco hasta que acaba patas arriba. El impulso la acerca al suelo y se agarra con fuerza a unos pocos centímetros de tela con sus pies. Desde su perspectiva privilegiada observa a la criatura desaparecer bajo la cortina.

Podría soltarse, con la esperanza de aterrizar como uno de sus acróbatas, con las rodillas dobladas para absorber el impacto. Pero ¿qué pasa si eso no ocurre?

Su equipo terminaría el espectáculo, se dirigirían automáticamente a sus estaciones de carga cuando sus baterías estuvieran bajas, y la dejarían rota sobre la pista. Aunque está lista para apagarse, no quiere que Edith la encuentre así si (cuándo) regrese.

La maestra de ceremonias se balancea para agarrarse con las manos y desciende hasta la pista. Su barra está ascendiendo de nuevo al extremo superior de la carpa, y, abrigada por la alegría de vivir que le ha traído la aparición de la criatura, corre hasta su lugar para acabar el espectáculo.

La música ha regresado a los vientos alegres y la maestra se une a sus artistas es un frenesí de baile, sonrisas amplias y giros de chaleco.

Al otro lado de la cortina, el escarabajo viaja por pasillos y escaleras. Pronto se siente cansado y desorientado. Se arrastra por una grieta bajo una puerta, escala algo duro en la oscuridad y encuentra un montón blando sobre el que descansar.

En la pista, el broche de oro se acaba. Los elefantes han regresado y balancean las trompas, los tigres encuentran el equilibrio sobre las patas posteriores y golpean el aire con las patas; y los artistas humanoides se quedan de pie rodeando el podio. Al unísono, la maestra de ceremonias y su equipo levantan sus miradas obnubiladas y sus calaveras pintadas hacia las gradas y realizan una reverencia.

Una función maravillosa. La mejor en años. La maestra de ceremonia aprieta las manos que sostiene y superpone a las gradas vacías un recuerdo.

Estímulo: La multitud está de pie, aplaudiendo con estridencia.

Efecto: Euforia, orgullo.

Respuesta: Incorporarse de la tercera inclinación, dar un paso para alejarse de los otros artistas, saludar y lanzar besos a los espectadores.

Estímulo: Una niña pequeña se sienta en la pared de la pista, te mira.

Efecto: Genialidad

Respuesta: Acercarse a ella, sonreír.

Estímulo: La niña pequeña sonríe, se endereza. El dibujo en su camiseta destaca: la tela de entrada a una carpa a rayas se mantiene abierta gracias una mujer de piel dorada brillante que lleva un chaleco esmeralda.

Efecto: Deleite, afecto.

Respuesta: Decirle a la niña pequeña: “Me encanta tu camiseta”.

 #

Horas más tarde, la maestra de ceremonias ha limpiado la pintura de las calaveras de los payasos, le ha quitado la piel (o los huesos) a todo el mundo y, por la costumbre, los ha mandado a recargarse al almacén. No les ha programado para despertarse automáticamente dentro de 364 días.

Ella, también desnuda, se sienta en un baúl lleno de disfraces destrozados, con la columna de metal recta, las manos flojas a los lados. Se queda allí sentada tanto tiempo que su batería emite un sonido de alerta. Hubo un tiempo en el que no habría sido capaz de ignorarlo. Por necesidad, se ha convertido en algo más que su programación. El precio ha sido que también se ha convertido en algo menos.

Un rato más tarde, otra ristra de bip-bip, bip-bip.

Y todavía más tarde, bip-bip, bip-bip.

Cuando algo se mueve en los límites de su visión, la maestra de ceremonias gira la cabeza lentamente. Una diminuta criatura se libera a sí misma del montón de spandex hecho trizas y la mira.

La maestra de ceremonias habla lentamente, muy lentamente:

—¿Te… gustó… nuestro… espectáculo? Te… perdiste… el… broche… de… oro.

Le supone un gran esfuerzo girar la muñeca, pero recibe su recompensa cuando la criatura se acerca y escala hasta la palma de la mano.

El escarabajo se asusta por una serie de vibraciones frenéticas y trata de escaparse bajando por la tapa del baúl. Se ve levantado en el aire y trata de mantener el agarre en el pulgar de la maestra de ceremonias mientras esta se lo acerca a la cara, bajando la mirada con una sonrisa sin labios.

—Un… momento… —le dice. Devuelve al escarabajo a la palma con una sacudida y la cierra formando un puño firme pero delicado.

El mundo del escarabajo se vuelve oscuro y lleno de baches, y se escucha un crujido largo y repetitivo. Pasan varios minutos y piensa en morder la mano que lo sostiene, y después siente un gigantesco empujón y está volcado, con las patas sacudiendo el aire. Después de un chasquido y un repiqueteo, vuelve a estar recto y hay luz.

—Lamento… eso… —dice la maestra de ceremonias, acomodándose en la estación de carga, con un gran broche rodeando su cintura, unas pinzas introducidas en sus flancos. A su izquierda, los payasos están apagados y cargándose; a la derecha, los acróbatas.

La maestra de ceremonias sostiene a la criatura a la altura de los ojos. Esta se tambalea de aquí para allá por su mano.

—Así que… los humanos… están de camino. ¿Sí?

No espera una respuesta, y si hay una en proceso, no espera entenderla. Es agradable tener a alguien con quien hablar, nada más.

—Tendría sentido. Si una sola criatura viviente ha encontrado el camino hasta nuestro espectáculo una vez más… la seguirán más. Espero que Edith no esté muy decepcionada. Lo he hecho lo mejor que he podido.

El escarabajo deja de corretear, le han calmado las vibraciones vocales y la temperatura corporal en aumento de la maestra de ceremonias. El cascarón liso se parece muchísimo al suyo.

 


Kel Coleman es autore, editore, madre y ame de casa. Su ficción ha aparecido en FIYAH, Anathema: Spec from the Margins, Apparition Lit, entre otras. Aunque Kel es marilandese de corazón, en la actualidad reside en el área de Filadelfia con su marido, un humano diminuto y un dragón de peluche llamado Pen. Puedes encontrarle en  kelcoleman.com y en Twitter como @kcolemanwrites.

 

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