Los huesos blanqueados, el viento tiránico
De Karen Osborne
La ciudad vive porque nosotras morimos; nosotras, las
pocas, temblorosas y ensangrentadas, las chicas que escalan la escalera de
diamante en invierno para ofrecernos al dragón.
Estoy descalza, porque se dice que los zapatos obstruyen
la garganta del dragón; le hacen toser y enfurecerse y escupir escoria en
llamas desde su caverna escondida en la cima de la gran montaña. Solo llevo
puesto un fino camisón de algodón, porque se dice que los abrigos y las
bufandas se introducen entre los dientes del dragón como arena cocida dentro
del pan. Porto una bolsa de rubíes tan rojos como las pisadas que dejo tras de
mí, porque al dragón le gustan los regalos que brillan casi tanto como le gusta
la carne de las doncellas.
Ya puedo sentir mis huesos partiéndose entre las
mandíbulas, brillantes como diamantes, del dragón. Espero ser tan pegajosa y
delgaducha que no pueda forzar al odio que recorre mis venas a bajar por su
garganta de acero. Espero que se atragante con mi corazón sólido y congelado.
Hay cuatrocientos escalones hasta la cima de la montaña y
cada paso manda un dolor hambriento a través de mis pies cortados y sangrantes.
El viento enrarecido aúlla y se arremolina alrededor de mis dedos rígidos por
la escarcha. La ciudad inmortal de Talosoth se desparrama bajo mí en tonos de
azabache y carbón, amarga y hambrienta como el vacío en mi estómago, asfixiando
a la montaña. Dicen que esto es lo que estoy protegiendo: Talosoth, la que
nunca ha sido invadida; Talosoth, la inamovible, Talosoth la inmortal:
exactamente igual que su rey, que espera envuelto en terciopelo al pie de la
escalera.
Aún puedo verlo desde aquí. Es un sangrado de vino en un
sable, una herida en descomposición sobre pizarra. El hielo en su corazón
permanece sobre mis hombros y me hace temblar. Me ha besado con sus labios
secos y fríos; ha depositado sobre mi cabeza una corona de acebo del color de
la primavera que nunca llega, y me ha llamado hermosa. Así es cómo se hace, dice.
Es la única forma.
La luz matinal se refleja en las frías y afiladas espadas
de su guardia personal: hombres demasiado asustados para caminar tras los pasos
de niñas que sangran. La voz del rey resuena en mi cabeza. Así es cómo se hace.
Los hombres de corazones de ceniza, las niñas con los corazones de fuego.
Y entonces me encuentro en la entrada a la boca de la
cueva.
Los vitoreos de Talosoth se alzan desde abajo, elevados
por el viento helado, tiránico, y entro, porque quiero que se callen y quiero
que todo esto se acabe ya: el frío, esta vida, la maldita ciudad.
La cueva del dragón está seca y es cálida. Siento los
rubíes fríos en la mano. Espero un fuego que restalle contra mis labios
costrosos por el frío; grandes alas verdes sobre un tesoro grandioso, dorado y
brillante, la imagen breve de dientes de diamante y la noche eterna de la
montaña; el olor de sangre vieja empapando la piedra. Espero huesos jóvenes
partidos en el suelo, tirados como cáscaras de cacahuete, como hojas muertas
procedentes de árboles muertos, como las piedras calientes que el dragón eructa
sobre la ciudad cuando está enfadado.
Veo a una mujer bajita dentro de un abrigo de pelo gris
descansando sobre el tesoro, leyendo un libro y comiendo un bocadillo.
Lame una mota de queso amarillo de su dedo índice:
—Querida, bienvenida a casa —dice, como si llevara
esperando todo este tiempo solo por mí.
Se baja de la pila deslizándose con un clamor de
esmeraldas. Las plantas de sus pies están desnudas y llenas de cicatrices. Bajo
mis propios pies ensangrentados, puedo sentir el calor aumentando, una fuerza
más ardiente y segura que la que ha conseguido jamás el hogar de mi madre.
—¿Dónde… dónde está el dragón? —susurro.
Apoya un dedo sobre los labios y desliza la piel sobre
mis hombros, tirando de mí bajo un arco oscuro y hacia el interior de un túnel.
En el otro extremo hay una caverna llena de ruido y humo y luz, el techo está
partido para revelar un cielo lívido. Estamos sobre algo así como una aldea:
tiendas de campaña, fraguas, granjas y obradores, jardines y bibliotecas,
dispuestas alrededor de las curvas abiertas de un costillar tan colosal, tan de
alabastro, que solo podía haber pertenecido a una criatura en el mundo entero.
La aldea está llena de mujeres, sus pies cortados por
cicatrices antiguas y blancas. Veo mujeres de todas las edades, atendiendo a
las granjas de hongos, criando gallinas y cocinando guisos. Mujeres dándole
forma a armaduras a partir de las escalas resplandecientes que cubren el suelo
de la caverna. Mujeres cortando puñales a partir de unos dientes colosales y
serrados. Mujeres entrenándose en la lucha. Veo a la chica que subió la montaña
hace seis meses, la chica que pensaba que había sido desgarrada hasta formar
carne y polvo. Sostiene una espada que brilla con un dorado chamuscado bajo la
luz del fuego.
Huelo a hoguera y a vino, a pan horneándose sobre unas
brasas ardientes, a la clara anticipación a la guerra.
No es una aldea. Es un ejército.
—Querida niña —dice mi guía—, hace años que matamos al
dragón. Ahora nosotras somos el dragón.
—¿Lo sabe el rey? —pregunto.
Ella se ríe, como brillantina.
—Lo sabrá, cuando vayamos a por él —responde—. Lo sabrá.
Oh. Lo sabrá.
KAREN OSBORNE es escritora, narradora visual y
violinista. Su ficción breve ha aparecido en Uncanny, Fireside, Escape
Pod, Robot Dinosaurs y Beneath Ceaseless Skies. Es miembrode
la Homespun Ceilidh BanD (con base en Washington DC), es maestra de ceremonias
de las sesiones de lectura Charm City Spec y una vez ganó un premio de
dirección de eventos importantes por grabar una boda Klingon. Su primera novela,
Architects of Memory, se publicará en 2020 gracias a Tor Books.
Karen vive en Baltimore, Maryland, con dos violines, una
autoharpa, cinco cámaras, dos gatos y una familia. Puedes encontrarla en Twitter.
foto de Shealyn Jae
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