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miércoles, 15 de diciembre de 2021

Capítulo #44 - El misterio de la contrabandista, de Ana Rüsche

 


El misterio de la contrabandista

 

por Ana Rüsche

Traducción: Ana Rüsche & Libia Brenda

 

—¡Mira! ¡De nuevo esa carcacha! —El oficial de la aduana señaló la zona de aterrizaje—. Soplón, ve allá y revisa bien la carga, estoy seguro de que esa anciana es una contrabandista. ¡Descarga la mercancía!

«Soplón» era, en realidad, el apodo de un robot RB-C13:1. Armado con piezas pulidas y de noventa centímetros de altura, el joven RB presentaba con orgullo las relucientes articulaciones en su primer trabajo, una aduana en Esmeraldina, un olvidado fin del mundo en el cinturón de asteroides entre Júpiter y Marte. El robotcito se confundió durante unos microsegundos con la orden de su jefe: ¿la inspección recaería sobre la nave o sobre la robot piloto?

Como tenía la misión de no fallar jamás, el RB-C13:1 decidió inspeccionar ambos. Mientras que Gilbertão, el oficial, ni se movió de su silla, simplemente se quedó mordisqueando una pata de rana seca. Era un flacucho que no salía nunca de la cabina porque le daba demasiada pereza meter la poca carne y los muchos huesos en su uniforme de movilidad exterior, que tenía máscara presurizada, guantes y tubos irritantes. Escupió un cartílago de rana, maldiciendo, dejaría que el robot se encargara de la tarea.

—Datos, documentos, entrada —emitió RB-C13:1 a la nave recién llegada a la pista. Inmediatamente recibió los datos:

—Nombre: Stanislawa Red Bridge. Desde Vesta, plataforma Olivina. A Ceres Central, plataforma de Dolomita. Manifiesto O4NAS-VUXP23-GOSN2.

El empleado emitió entonces el protocolo común, en el que solicitaba a la pilota que descendiera en la pista. Esta era una RB-X de fabricación extinta. De pie junto a la nave, la robota lucía como un coloso metálico de 1.90 m de altura. Llevaba una peluca sintética de color lila, que bajaba en cascada por su espalda plateada.

Atento a la inspección, el robotcito reflexionó sobre el ahorro que representaba la estandarización robótica en unidades de menor estatura: el consenso establecía que no era necesario tener más de 90 centímetros para desempeñar la mayoría de tareas; cosa que también hacía sentir más cómodos a los humanos.

Además de ser alta, la robota RB-X se empeñaba en asumir el género femenino en sus documentos, algo que siempre despertaba sospechas. La nave espacial que conducía, una Cúpula del Trueno, era el modelo típico de las bandas rebeldes de robots; una nave cara y robusta. Normalmente, las bandas secuestraban naves como esa mediante arriesgadas operaciones y luego se quedaban con la carcasa de metal, borrando los registros de los chasis y las cartas portulanas. Con las Cúpulas del Trueno, los robots insurgentes que iban desde criminales plantados por las propias empresas hasta legítimos activistas emprendían vuelos de ataque, destruyendo hangares y plataformas en nombre de los Derechos del Metal. Por lo tanto, esa nave era muy sospechosa en sí misma, por lo que se activó un protocolo naranja y muchas luces brillantes en el cerebro positrónico de RB-C13:1.

No obstante, la Cúpula del Trueno de Stanislawa Red Brigde lucía nueva y brillante, muy distinta de las naves de los revolucionarios, siempre cubiertas de palabras e insignias grafiteadas. Y la pilota robótica actuaba siempre muy solícita y sin prisas.

El robotcito tardó dos horas y cuarenta y tres minutos, tiempo estándar de la Tierra, en hacer la inspección. Acceder a los portulanos de Stanislawa fue toda una aventura: estaban llenos de destinos lejanos, cálculos improbables sobre la historia del Universo, datos sobre la producción robótica; era un arsenal abrumador y complejo de ecuaciones y hechos que hizo que los circuitos de RB-C13:1 sintieran el frío de la sobrecarga rozando sus filamentos.

Como las otras veces, no encontró ningún objeto o actividad sospechosa. Al revisar la documentación, el joven empleado advirtió que la pilota estaba en su último año de vida.

—Ok. Revisión finalizada.

Antes de emitir la autorización «puede continuar el viaje», RB-C13:1 se detuvo, señalando un libro cerrado con un marcapáginas:

—A diferencia de lo que indican las imágenes más recientes, veo que no has avanzado ni una página en tu lectura.

—¡Qué observador eres, RB! Dejé la lectura detenida justo en mi momento favorito, cuando los amantes se encuentran y se besan. No quiero terminar el libro, la historia tiene un final triste, hay una muerte. Es mi táctica de lectura para que los amantes sean felices y nunca se separen. ¿Te

gusta leer, RB?

El joven robot se sintió un poco avergonzado por la pregunta. La lectura era una actividad demasiado humana y él no quería obstruir sus circuitos con emociones inútiles. Sin embargo, en un procedimiento de dudosa legitimidad, el pequeño respondió a la incómoda pregunta exigiendo registros sobre el libro. No tardó en arrepentirse de la petición cuando recibió una avalancha de escenas en el espacio profundo, en las que aparecían dos personas calculando el universo juntas, fundiéndose en una instancia matemática capaz de contener galaxias, en la fuerza que mueve el sol y las demás estrellas. Eran demasiadas posibilidades para los tenues circuitos del RB, sobrecargados y con filamentos enrollados. Así, el pequeño robot emitió la luz verde con alivio, y solo se quedó viendo cómo la vieja robota y la Cúpula del Trueno desaparecían en la oscuridad.

Si hubiera sido humano, RB-C13:1 habría suspirado.

 

Ese paso de la frontera de Esmeraldina era difícil. La mayoría de las naves llevaban algún tipo de mercancía oculta, aunque localizar esa mercancía no representaba ningún problema. El pequeño empleado pronto aprendió que el material solía estar escondido en una cavidad cercana a los depósitos o justo debajo de los asientos. El problema era que Gilbertão quería pedir mordida sobre las multas, antes de permitir que las naves siguieran su camino. El RB-C13:1 tenía muchos problemas para borrar los registros de las irregularidades que presenciaba cada día. Eso tendría como consecuencia un fallo en sus circuitos de memoria.

—¿Todavía no le encuentras nada a esa carcacha? —soltó Gilbertão, aventando el paquete de ancas de rana cuando el joven RB-C13:1 regresó con las manos vacías—. Eres un verdadero inútil. Seguiré solicitando su desmontaje. Esa contrabandista te está viendo la cara. Ahí hay algo raro.

El pequeño robot parpadeó. Aunque llevaba dos años en su puesto según el tiempo estándar de la Tierra, todavía se asustaba por la violencia de su jefe. Ya había atestiguado escenas aterradoras de desmembramientos.

El malestar de la comunidad de robots en la región también contribuía a su inquietud: los rebeldes sin chasis estaban vandalizando los puestos de aduana.

Esa plataforma había crecido de manera imprevista en un oscuro asteroide tipo C, entre residuos mineros y puestos comerciales; lleno de almacenes, pistas de aterrizaje y restaurantes que presumían de la mejor comida de la galaxia. El nombre del conglomerado, Esmeraldina, era el homenaje a un lunático que imaginaba haber encontrado esmeraldas en medio del cinturón de asteroides, pero eran simples piedras verdes; el pobre viejo loco había muerto creyendo que había encontrado joyas valiosas en una tierra de poca gravedad. Al principio, el nombre del lugar era una burla... Esmeraldina, pero el sobrenombre fue calando y poco a poco se había hecho oficial. Ahora, la Plataforma Esmeralda se extendía reluciente, con sus esferas de pistas de aterrizaje, sus almacenes y sus pesados impuestos para morder a cualquiera que pasara por allí. Ese «pequeño ingreso extra» de Gilbertão se consideraba absolutamente normal en esas partes del fin del mundo. Era casi un derecho de quienes trabajaban arduamente en las aduanas.

 

Las semanas siguieron pasando en tiempo estándar terrestre. Y la vieja RB-X siguió yendo y viniendo con su reluciente nave Cúpula del Trueno. Cada vez más impaciente, Gilbertão comenzó a obligar a RB-C13:1 a aplicar procedimientos de investigación más invasivos, mientras él maldecía desde el interior de la cabina y mascaba camarones liofilizados:

—Mi olfato nunca se equivoca, ¡esta escoria es contrabandista, Soplón! Y todavía tiene el descaro de nombrarse «mujer». ¿Cómo puede una cosa así engañarse a sí misma? Programación de burdel, seguramente.

El joven robot no entendía muy bien qué tenía que ver el sentido del olfato con ese asunto, pero como a Gilbertão le gustaba mucho la comida esmeraldina, ignoró la frase y continuó con los complejos protocolos de verificación. Luego hizo actualizaciones de los Procedimientos de Inspección Intergaláctica y eso colapsó su sistema de memoria durante unos días, probablemente porque entraba en conflicto con la eliminación diaria de los registros de los actos corruptos de Gilbertão. Y como para empeorar aún más el estado de sus nervios positrónicos, las bandas de robots sin chasis destruyeron varios hangares en protesta para exigir otros treinta años de existencia. Con todo lo que ocurría en los circuitos, era difícil que el joven robot tuviera un buen rendimiento.

Gilbertão seguía gritando, cada vez más sediento de una tajada de dinero fronterizo:

Vamos, robotcito, exprime esa lata vieja. Si no, soy capaz de ponerme el traje espacial y salir a la pista a liquidar ese asunto yo mismo.

El joven empleado asintió. Contempló la reluciente nave recién llegada, se deslizó hacia la pista y realizó las inspecciones habituales de la Cúpula del Trueno:

—Datos, documentos, entrada.

—Nombre: Stanislawa Red Bridge. Desde Vesta, plataforma Olivina. A Ceres Central, plataforma de Dolomita. Manifiesto O4NAS-VUXP23-GOSN2.

El empleado metálico hizo su mejor esfuerzo durante la inspección, que se alargó por tres horas y cincuenta y dos minutos, tiempo estándar terrestre. Trató de recabar todos los datos que pudiera almacenar: casi toda la historia de los robots, desde la R.U.R., las modificaciones de los modelos, las insurgencias planetarias, las nuevas leyes de la robótica, las adaptaciones, las mutaciones, las evoluciones. Extasiado con los portulanos electrónicos, también almacenó lenguajes, códigos, ecuaciones y casi se encontró calculando las fuerzas que mueven el Universo. De golpe, fuera del trance momentáneo, se dio cuenta de que, como siempre, no había encontrado ningún objeto ni actividad sospechosa. Incluso el libro seguía marcado en la misma página, con los amantes eternizados en su enlace.

Después de una búsqueda milimétrica, el RB-C13:1 descubrió algo insólito: ese era el último día de vida de Stanislawa Red Bridge, según los estándares del tiempo terrestre. Muy pronto, las viejas piezas del RB-X dejarían de funcionar, debido a la obsolescencia programada, y su enorme cuerpo metálico sería destinado a fusionarse con el de otros robots. En lugar de sentir alivio por haberse librado finalmente de esa nave, algo parpadeó en los circuitos interconectados del joven robot.

Un día, el destino de la obsolescencia programada les llegaría a todos. Al fin y al cabo, el pequeño RB había sido ensamblado y soldado a partir de piezas metálicas de otros robots.

Ya que no había encontrado nada sospechoso, emitió la autorización por última vez:

—Ok. Revisión finalizada. Puede continuar el viaje.

Pero en una milésima de segundo de vacilación, ordenó rápidamente:

—¡Cancelar!

Los motores de la nave ya estaban ardiendo. La vieja robota dirigió su par de orbes azules hacia el  compañero:

—¿Sí? ¿Algo más?

RB-C13:1 se odió a sí mismo, pero emitió el código específico del saludo común entre los activistas del metal, algo que había aprendido observando desde lejos a las bandas rebeldes:

—Bueno, de robot a robot, puedes decirme la verdad. Ya sé cómo borrar los registros de memoria, lo hago casi todos los días de todos modos.

No voy a dejar que ese saco de carne allá adentro se entere. Pero, por favor, dime RB, ¿cuál es el contrabando que llevas?

La vieja robot parpadeó antes de acelerar:

—Hago contrabando de naves, mi amor.

Y desapareció en la guarida oscura estrellada del cielo.



Ana Rüsche (@anarusche) es una poeta y narradora  brasileña.

Entre sus cuentos destacan "Mergulho no azul cintilante" [La inmersión en el azul brillante], publicado en A máquina do tempo, edición conmemorativa sobre H.G. Wells; "A canção mais valiosa do Brasil" [La canción más valiosa de Brasil] (en la Revista do Sesc Osasco, septiembre 2021); "Nina e o furação" [Nina y el huracán], publicado en italiano en la antología Solarpunk: Come ho imparato ad amare il futuro; "Na era do fogo", en un proyecto del Suplemento Pernambuco y del Instituto Serrapilheira, escrito a partir de la investigación de la geóloga Adriana Alves ; y "Protocolos de escritura", publicado en O Estado de S. Paulo.

Es doctora en Literatura por la FFLCH-USP con la tesis "Utopía, feminismo y resignación en La mano izquierda de la oscuridad (de Ursula Le Guin) y El cuento de la criada (de Margaret Atwood)", y es revisora de revistas académicas sobre ciencia ficción, utopías y ecologismo.



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