Durante nuestra campaña de Verkami para financiar el segundo año del protecto realizamos la lectura de este relato de terror gótico y humor en directo en nuestro canal de You Tube. Aquí ponemos a vuestra disposición el texto del relato, con la traducción de Sofía Barker.
La Glicina Gigante
—¡Deja de tocar mi nueva enredadera, niña! ¡Ya has roto
el delicado brote! ¡Nunca tuviste que realizar un solo quehacer y aun así no
sabes estar quieta!
—Devuélvame a mi hijo, madre, ¡y entonces me estaré quieta!
—¡Calla! ¡Calla! Estúpida, ¡podría haber alguien cerca! Mira, ¡tu padre se acerca en este instante! Entra, ¡rápido!
La joven levantó la mirada hacia la cara de su madre, con unos ojos cansados que sin embargo, todavía guardaban un fuego titilante e incierto en sus oscuras profundidades.
—¿Es usted madre y aun así no tiene piedad de mí, que también lo soy? ¡Deme a mi hijo!
Su voz se elevó hasta formar un grito extraño y profundo, que fue roto al poner su padre la mano sobre la boca de la joven.
—¡Sinvergüenza! —dijo él, con los dientes apretados—. ¡Regresa a tus aposentos, y no te dejes ver de nuevo esta noche, o haré que te aten!
La joven se marchó después de aquello, y una sirviente de expresión seria la siguió, para regresar después de un breve instante con una llave que le entregó a su ama.
—¿Va todo bien con ella… y con el niño?
—Se ha quedado tranquila, Señora Dwining; para toda la noche, seguro. El niño protesta continuamente, pero por lo demás progresa bajo mis cuidados.
Los padres se quedaron solos en el porche elevado de forma cuadrada y con grandes columnas, y la luna creciente comenzó a arrojar unas sombras vagas sobre las jóvenes hojas de la enredadera que se elevaba exuberante a su alrededor; sombras cambiantes, como dedos extendidos a contraluz, sobre los tablones de madera, anchos y pesados, del suelo de roble.
—Crece bien, esta
vid que me trajiste en el barco, esposo mío.
—Sí —la interrumpió él—, ¡como también crece la deshonra que te traje! ¡Si lo hubiera sabido antes, hubiera preferido que el barco se hundiera bajo nuestros pies, y ver a nuestros hijos ahogarse limpiamente, antes que vivir para presenciar esto!
—Eres muy duro, Samuel, ¿no temes por su vida? Se lamenta por su hijo, sí, ¡y por los campos verdes por los que caminaba!
—No —respondió él sombríamente—. No temo por ella. Ya ha perdido aquello que es más valioso que la vida; y pronto dispondrá de espacio suficiente para respirar. Mañana el barco estará listo y regresaremos a Inglaterra. Nadie conoce nuestra mancha aquí, nadie, y si en el pueblo apareciera un niño sin familia para cuidarlo de forma decente… bien, no sería el primero, incluso en un lugar como este. ¡Lo cuidarán bien! Y ciertamente tenemos motivos para estar agradecidos, puesto que su primo todavía está dispuesto a casarse con ella.
—¿Se lo has contado?
—¡Por supuesto! ¿Crees que arrojaría la deshonra sobre la casa de otro hombre sin que éste lo supiera? Él siempre la ha deseado, pero ella no quiso saber nada de él, ¡la muy terca! Pocas alternativas le quedan.
—¿Será amable con ella, Samuel? ¿Puede…?
—¿Amable? ¿A qué llamas tomar por esposa a alguien como ella? ¡Amable! ¿Cuántos hombres la aceptarían, aunque su fortuna fuera el doble? Y siendo de la familia, le alegra poder ocultar la mancha para siempre.
—¿Y qué hay si ella se niega? Es un hombre brusco y ella siempre le ha rechazado.
—¿Estás loca, mujer? Se casará ante nosotros. Partimos mañana o se quedará para siempre en sus aposentos. ¡La muchacha no es tan estúpida! Él hará de ella una mujer honesta y salvará nuestra casa de la deshonra pública. ¿Qué otra esperanza le queda que una nueva vida para borrar la antigua? ¡Que tenga un hijo honestamente, si tanto desea uno!
El hombre atravesó con andar pesado el porche, hasta que las tablas sueltas crujieron de nuevo, caminó de aquí para allá, con los brazos cruzados y el ceño fruncido con fuerza por encima de la férrea boca.
Sobre sus cabezas, las sombras parpadearon, burlonas, sobre una cara pálida entre las hojas, en cuyos ojos latía un fuego apagado.
***
—¡Oh, George!
¡Qué casa! ¡Qué casa más bonita! ¡Estoy segura de que tiene fantasmas! ¡Alquilémosla
para vivir en ella este verano! ¡Invitaremos a Kate y a Jack y a Susy y a Jim,
por supuesto, y pasaremos un rato espléndido!
Los maridos
jóvenes son indulgentes, pero aun así tienen que reconocer los hechos.
—Querida, puede
que la casa no esté disponible, también puede que no sea habitable.
—Hay alguien
dentro seguro. ¡Voy a preguntar!
La gran puerta
central se había salido de sus bisagras por la herrumbre y la larga carretera
hacia la casa tenía árboles en medio, pero un pequeño camino mostraba signos de
un uso mantenido, y ese fue el que la señora Jenny utilizó, seguida de su
obediente George. Las ventanas delanteras de la vieja mansión estaban vacías,
pero en una ala trasera encontraron cortinas blancas y puertas abiertas. En el
exterior, bajo la luz clara de mayo, una mujer lavaba la ropa. Era amable y
educada, y era evidente que se alegraba de tener visita en aquel lugar
solitario. Creía que «sí podía alquilarse, pero no estaba segura». Los
herederos estaban en Europa, pero «había un abogado en Nueva York que se
encargaba del tema».
Hace años había
gente, pero no en el espacio de tiempo en que ella llevaba allí. Su marido y
ella habitaban su parte a cambio del cuidado del lugar. «Tampoco es que
hicieran mucho, pero al menos mantenían alejados a los ladrones». La casa
estaba completamente amueblada, bastante anticuada, pero en condiciones; y «si
la cogían, ella misma podía trabajar para ellos, claro, ¡si él estaba de
acuerdo!».
Nunca un plan tan
loco se organizó con tanta facilidad. George conocía al abogado de Nueva York;
el alquiler no era alarmante; y su proximidad a un área turística en
crecimiento lo hacía un lugar todavía más agradable para pasar el verano.
Kate y Jack y
Susy y Jim aceptaron con entusiasmo, y la luna de junio los encontró a todos
sentados en el porche elevado delantero.
Habían explorado
la casa de arriba a abajo, desde la gran estancia en la buhardilla, donde no
había más que una cuna desvencijada, hasta el pozo sin muro del sótano, del que
colgaba una cadena oxidada que descendía hacia la oscuridad desconocida de las
profundidades. Habían explorado los terrenos, que una vez tuvieron un aspecto
hermoso con los árboles y los arbustos exóticos, pero que ahora eran una jungla
oscura de sombras enredadas.
Las viejas lilas
y laburnums, la spirea y el celindo, daban cabezazos contra las ventanas del
segundo piso. Las plantas de jardín que habían sobrevivido eran arbustos
irregulares o grandes masas informes. Una gigantesca glicina trepadora cubría
toda la fachada delantera de la casa. El tronco, demasiado grueso para llamarlo
tallo, se alzaba en la esquina del porche junto a los altos escalones, y hacía
un tiempo que había trepado por sus columnas; ahora las columnas se habían
visto arrancadas de sus puestos y solo estaban sostenidas, rígidas e inútiles,
por los brazos nudosos que se apretaban a su alrededor.
La glicina
cercaba toda la parte superior del porche como un muro tejido de tallos y
hojas; recorría los alerones, sosteniendo el canalón que una vez la soportara a
ella. Lanzaba sombras de un verde pesado contra cada ventana, y las flores
colgantes y fragantes formaban una sábana ondeante de púrpura desde el techo
hasta el suelo.
—¿Alguna vez
habíais visto semejante glicina? —exclamó Jenny extasiada—. Merece la pena
pagar el alquiler solo para poder sentarse bajo esta trepadora. ¡Una higuera a
su lado parecería mera superficialidad y una extravagancia perversa!
—Jenny le da
mucha importancia a su glicina porque está muy decepcionada con los espectros.
Decidió desde el primer vistazo tener fantasmas en la casa, pero ¡ni quiera es
capaz de encontrar una historia de miedo!
—No —admitió
Jenny con pena—. Traté de sonsacarle información a la pobre señora Pepperill
durante tres días, pero no conseguí nada. Pero estoy convencida de que hay una
historia, ojalá pudiéramos encontrarla. ¡No me digas que, en una casa como
esta, con un jardín como este, y un sótano como ese, no hay fantasmas!
—Estoy de acuerdo
contigo —dijo Jack. Jack era periodista en un periódico de Nueva York, y estaba
comprometido con la bonita hermana de Jenny—. Y si no encontramos un fantasma
de verdad, puedes estar segura de que me inventaré uno. ¡Es una oportunidad
demasiado buena como para dejarla pasar!
La hermana bonita
de Jenny, que estaba sentada a su lado, se molestó.
—¡No harás nada
de eso, Jack! Este es un sitio verdaderamente fantasmagórico, ¡y no permitiré
que te rías de él! Mira a ese grupo de árboles ahí lejos, en la hierba alta,
¡parece a todas luces una figura agachada y atormentada!
—A mí me parece
una mujer recogiendo arándanos —dijo Jim, que estaba casado con la bonita
hermana de George.
—¡Silencio, Jim! —dijo
esta hermosa joven—. Yo creo en el fantasma de Jenny tanto como ella. ¡Qué
lugar! ¡Mira este gran tronco de glicina que repta por los escalones! ¡Parece a
todas luces un cuerpo retorcido, desesperado, suplicante!
—Sí —respondió
Jim, sumiso—, lo parece, Susy. Mirad su cintura, casi dos metros, ¡y encima
retorcidos! Un desperdicio de material de calidad.
—¡No seáis tan
desagradables, chicos! ¡Iros a fumar a algún lado si no sabéis ser receptivos!
—¡Sabemos! ¡Lo
seremos! Seremos tan fantasmagóricos como deseéis. —E inmediatamente comenzaron
a ver manchas de sangre y figuras acechantes tan abundantes que los más deliciosos
de los escalofríos se multiplicaron, y las lindas entusiastas se retiraron a
dormir, declarando que pasarían la noche en blanco.
—¡De seguro que
todos soñaremos —exclamó la señora Jenny—, y debemos contarnos nuestros sueños
por la mañana!
—Hay otra cosa
segura —dijo George, cogiendo a Susy cuando esta tropezó en una tabla de madera
suelta—, y es que vosotras, criaturas juguetonas, tendréis que utilizar la
puerta lateral hasta que arregle la torre Eiffel que es este pórtico, o
tendremos entre manos a un fantasma nuevo. Descubrimos un tablón por aquí que
bosteza formando una trampilla lo suficientemente grande como para tragaros, ¡y
creo que el fondo llega a China!
La mañana
siguiente los encontró a todos vivos, y comiendo un contundente desayuno de
Nueva Inglaterra, acompañados por las sierras y los martillos del porche, donde
unos carpinteros de milagrosa presteza hacían todo pedazos.
—La mayor parte
tiene que desmontarse —habían dicho—. Estas vigas están completamente podridas,
las que no han sido arrancadas por esta trepadora gigantesca. Ella es
prácticamente lo único que mantiene la estructura de pie.
Había un
razonamiento claro en lo que decían, y tras el aviso de la señora Jenny, que
estaba ansiosa porque no dañar la glicina, se los dejó a su aire para que
demolieran y repararan.
—¿Qué hay de los
fantasmas? —preguntó Jack después de la cuarta tortita—. ¡Yo tuve uno, y me ha
quitado el apetito!
La señora Jenny
soltó un pequeño grito y dejó caer el tenedor y el cuchillo.
—¡Oh, yo también!
Tuve un sueño… Bueno, no fue un sueño exactamente, más bien una sensación,
horrible. ¡Lo había olvidado por completo!
—Debió de ser
terrible —dijo Jack, cogiendo otra tortita—. Háblanos de la sensación, por
favor. Mi fantasma puede esperar.
—Me da
escalofríos siquiera pensarlo, incluso ahora. —dijo ella—. Me desperté, de
repente, con esa sensación horrible, como si algo fuera a pasar, ¿sabéis?
Estaba completamente despierta, y escuchando todos los pequeños sonidos en
kilómetros a la redonda, o eso me parecía. Hay muchísimos ruiditos extraños en
el campo, para lo tranquilo que parece todo. ¡Millones de grillos y criaturas
en el exterior, y toda clase de susurros de árboles! No hacía mucho viento, y
la luz de la luna entraba por las tres grandes ventanas de mi habitación
formando tres cuadrados blancos en el viejo suelo negro; y esas hojas de
glicina como dedos de los que hablábamos anoche parecían reptar por todos
ellos. Y… Oh, chicas, ¿recordáis ese pozo horroroso del sótano?
Se creó una conmoción
muy gratificante tras aquello, y Jenny prosiguió alegremente:
—Bien, mientras
todo estaba horriblemente quieto, y yo estaba ahí tumbada tratando de despertar
a George, ¡escuché con tanta claridad como si estuviera ahí mismo, en la
habitación, a esa vieja cadena de ahí abajo sacudirse y crujir contra las
piedras!
—¡Bravo! —exclamó
Jack—. ¡Eso es estupendo! ¡Lo meteré en la edición dominical!
—¡Silencio! —dijo
Kate—. ¿Qué era, Jenny? ¿De verdad viste algo?
—No, siento decir
que no. Pero justo en ese momento tampoco quería verlo. Desperté a George, y
armé tal escándalo que me dio bromuro, y dijo que iría a mirar, y esa fue la
última vez que pensé en el tema hasta que Jack me lo recordó… El bromuro
funcionó muy bien.
—Ahora, Jack,
cuéntanos el tuyo. —dijo Jim—. Tal vez encajará de alguna forma. Un fantasma
con sed, me imagino; ¡puede que incluso entonces tuvieran prohibido beber
alcohol!
Jack plegó su
servilleta, y se reclinó de la forma más impresionante posible.
—Daban las doce
en el gran reloj del recibidor…
—¡No hay ningún
reloj en el recibidor!
—Oh, cállate,
Jim, ¡estropeas la corriente! Muy bien, entonces solo era la una de la mañana
en mi viejo reloj de repetición.
—¡Eh, Waterbury!
¡Da igual qué hora fuera!
—Bueno, de
verdad. Me desperté de golpe, como nuestra querida anfitriona, y traté de
volver a dormir, pero no pude. Experimenté todas esas sensaciones de la luz de
la luna y los saltamontes, igual que Jenny, y me estaba preguntando qué
problema me estaba dando la cena, cuando de repente entró mi fantasma, ¡y supe
que todo era un sueño! Era una fantasma, y me imagino que fue joven y hermosa,
pero todas esas figuras agachadas y atormentadas de la noche de ayer corrían
descontroladas por mi cerebro y mi impresión fue que esta pobre criatura se les
parecía. Estaba envuelta por entero en un chal, y tenía un gran bulto bajo su
brazo… ¡Vaya por dios, estoy destripando la historia! Con el aire y los andares
de alguien con un apuro y un terror frenéticos, la figura embozada se deslizó
hacia una cómoda antigua y oscura, y pareció recoger objetos de sus cajones. Al
girarse, la luz de la luna brilló en una pequeña cruz roja que colgaba de su
cuello en una cadenita fina de oro; ¡la vi destellear mientras ella salía
silenciosamente de la habitación! Eso fue todo.
—¡Oh, Jack! No
seas tan repelente. ¿Lo viste de verdad? ¡Eso fue todo! ¿Qué crees que era?
—No soy repelente
por naturaleza, solo profesionalmente. De verdad que lo vi. Eso fue todo. ¡Y
estoy plenamente convencido de que era el fantasma genuino y legítimo de una
criada con cleptomanía en fuga para casarse!
—¡Eres malísimo,
Jack! —gritó Jenny—. Le quitas todo el miedo. No queda ni un “susto” entre
nosotros.
—¡No hay sustos a
las nueve y media de la mañana, con la luz del sol y los carpinteros ahí fuera!
Sin embargo, si no podéis esperar al crepúsculo para recibir vuestros sustos,
creo que puedo proveeros de uno o dos —dijo George—. ¡Bajé al sótano siguiendo
al fantasma de Jenny!
Hubo un coro
encantado de voces femeninas, y Jenny lanzó a su señor una mirada de genuino
agradecimiento.
—Está muy bien
eso de quedarse tumbado en la cama y ver fantasmas, o escucharlos —continuó él—.
Pero el joven propietario sospechaba de la presencia de ladrones, aunque siendo
un hombre de medicina se conozca los nervios, y después de que Jenny se
durmiera comencé un viaje de descubrimiento. ¡No volveré a hacerlo, os lo
prometo!
—¿Por qué? ¿qué
era?
—¡Oh, George!
—Cogí una vela…
—Buena señal para
los ladrones… —murmuró Jack.
—Y recorrí toda
la casa, avanzando gradualmente hasta el sótano y el pozo.
—¿Y bien?
—Bien, podéis
reíros; pero el sótano no es ninguna broma por el día, y una vela allí de noche
resulta tan inspiradora como una luciérnaga en la Cueva de los Mamuts. Avancé
con la luz, tratando de no caer prematuramente en el pozo; llegué a él
súbitamente; sostuve la luz y la hice descender y entonces vi, justo bajo mis
pies (casi me caí sobre ella, o la atravesé, tal vez), ¡a una mujer, encogida
bajo un chal! Sostenía la cadena, y la vela se reflejó sobre sus manos: unas
manos blancas, delgadas y en una pequeña cruz roja que colgaba de su cuello…
¡Jack! Yo no creo en fantasmas, y me opongo firmemente a la presencia de
invitados desconocidos en la casa durante la noche; así que le hablé con cierta
agresividad. No pareció darse cuenta, y extendí la mano hacia abajo para
agarrarla… ¡y luego subí al piso de arriba!
—¿Para qué?
—¿Qué ocurrió?
—¿Cuál era el
problema?
—Bueno, no pasó
nada. ¡Es que no estaba allí! Puede que fuera una indigestión, por supuesto,
pero como médico ¡no recomiendo a nadie lidiar con una indigestión a solas en
un sótano!
—¡Este es el
fantasma más interesante y peripatético y evasivo que he oído jamás! —dijo Jack—.
Estoy convencido de que tiene tanques de plata sin fin y montones de joyas en
el fondo de ese pozo, ¡declaro que vayamos y veamos!
—¿Al fondo del
pozo, Jack?
—Al fondo del
misterio. ¡Vamos!
Hubo un
asentimiento unánime, y las batistas nuevas y las botas bonitas fueron
escoltadas galantemente hacia los niveles inferiores por unos caballeros cuyas
bromas eran tan frecuentes que algunas de ellas sonaban un poco forzadas.
El sótano
profundo y antiguo estaba tan a oscuras que tuvieron que traer luces consigo, y
el pozo se veía tan sombrío en sus tinieblas que las damas retrocedieron.
—Ese pozo
asustaría hasta a un fantasma. En mi opinión estaría mejor dejarlo en paz —dijo
Jim.
—La verdad
descansa oculta en un pozo, y debemos liberarla. —dijo George—. ¿Me echas una
mano con la cadena?
Jim tiró de la
cadena, George giró el estopor crujiente, y Jack hizo de coro.
—Una sábana
húmeda para este fantasma, ya que falta un mar que fluya —exclamó—. ¡Parece que elevar el espíritu es un trabajo
difícil! ¡Supongo que le dio una patada al cubo al caer!
Cuando la cadena
se volvió ligera y corta un silencio tenso creció entre ellos; y cuando
eventualmente apareció el cubo, elevándose lentamente a través del agua oscura,
tuvo lugar un movimiento ansioso y medio reticente para observar, y después un
gesto natural de retirada. Observaron juntos los contenidos bañados en sombras.
—Solo hay agua.
—Nada más que
barro.
—Algo…
Vaciaron el cubo
sobre la tierra oscura, y entonces todas las mujeres salieron al aire libre, a
la brillante y cálida luz del sol frente a la casa, donde se oía el sonido de
la sierra y el martillo, y se olía la madera nueva. No se pronunció palabra
hasta que los hombres se reunieron con ellas, y entonces Jenny preguntó
tímidamente:
—¿Qué edad crees
que tiene, George?
—Medio siglo —respondió
él—. Esa agua es un conservante, tiene cal. ¡Oh! ¿Quieres decir…? Menos de un
mes, ¡un bebé muy pequeño!
Se hizo otro
silencio después de aquello, roto por un grito de los obreros. Habían quitado
el suelo y los muros laterales del antiguo porche, de tal forma que la luz del
sol bañó las piedras oscuras del sótano. Y allí, estrangulada entre las raíces
de la gran glicina, yacían los huesos de una mujer, de cuyo cuello todavía
colgaba una diminuta cruz escarlata en una fina cadena de oro.
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