¿Cuándo comenzaste a escribir?
De alguna forma u otra, siempre he escrito. Cuando era pequeña, antes de que aprendiera
a hacerlo, dibujaba obsesivamente historias tipo cómic sobre un perro llamado Peter.
Vendí mi primera historia oficialmente en 2011 y lo celebré tomándome una taza de té.
¿Cuáles crees que son las ventajas y desventajas del relato corto?
Creo que lo mejor es poder decir lo que quieres con unas pocas palabras, la parte más
difícil sería decidir en qué momento de la historia es mejor empezar para que sea concisa.
¿Por qué escribes literatura fantástica? ¿Qué te permite esta literatura en
oposición a la realista?
Puedes hacer un comentario sobre temas sociales o psicológicos de una forma que separa
al lector de la situación y tal vez la hace más fácil de comprender. O simplemente puedes
dejar que la imaginación divague hacia donde quiera.
¿Sientes que tu escritura ha sido influenciada por otras autoras de tu contexto?
¿Cuál es el estado de la literatura fantástica escrita por mujeres en tu país?
A menudo bromeo con que soy una combinación de Dorothy Parker y Leonora Carrington.
Mi estilo no es el mismo que ninguna de ellas, pero con frecuencia incluyo humor ligero
mezclado con extrañeza incómoda o surrealismo. Me inspiro enormemente en todas las
que vinieron antes de mí, desde Charlotte Perkins Gilman hasta Nnedi Okorafor o Shirley
Jackson. Sus palabras son como una colcha de patchwork en mi mente hilvanando una
nueva historia.
¿Cuál es la génesis del cuento de tu autoría que presentamos en Las Escritoras
de Urras? Cuéntanos alguna curiosidad o anécdota que te haya sucedido y que
lo involucre.
Antes de conocer a mi marido tuve bastantes citas y la sensación era muy desagradable
cuando te dabas cuenta de que esta es una persona a la que no volverías a ver. Añádele
a eso las expectativas sociales de que una mujer debería conocer a alguien y “sentar la
cabeza” y todo se convierte en algo estresante. Recuerdo una cita que fue muy bien y
unos días más tarde, le recomendé una película que me había gustado ¡y no volví a saber
de él!
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