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Esto no te pasará a ti
De Marissa Lingen
Yo enfermé.
Eso no te pasará a ti.
Ahora tienen un antifúngico. Saben cómo matar todas las
pequeñas esporas cuando comienzan a arrastrarse por tus tejidos, tus pulmones,
tus globos oculares, tu hígado.
Yo no sabía muy bien lo que me estaba pasando.
Eso no te pasará a ti.
Todos los signos y los síntomas se conocen bien. Te han
enseñado. Hasta los alumnos más pequeños están concienciados. Las semanas de
preguntarse si deberías ir al médico, si te rechazarían por hipocondriaca. Si
tal vez solo es que estás cansada, nada más que dolorida, apenas tienes un
resfriado, solo estás luchando contra un bicho. Le siguen los meses de ir de
médico en médico, preguntándote que es lo que tuviste, preguntándote si alguna
vez se irá. Eso ahora es algo del pasado.
Eso no te pasará a ti.
Ahora lo sabemos todo, y por supuesto tienes todas tus
necesidades cubiertas, todos los cuidados, y nunca estás fuera del alcance de
los médicos, ni para ir de vacaciones, ni durante los viajes de trabajo, ni
durante emergencias familiares, ni por otro motivo. El papeleo no se joderá
nunca. Nadie decidirá jamás que eres una excepción. Todo se entregará a tiempo.
Cada paso del tratamiento, todas las valoraciones correctas, en el orden
correcto. Todo. Nada es irreversible ya, porque vivimos en el futuro. Desde
luego, nada que le ocurra a tu propio cuerpo.
El primer equipo prostético falló.
Eso no te pasará a ti.
Los sitios en los que reforzaban mis piernas, mis dedos,
mis ojos: el metal colapsó y las conexiones sinápticas perdieron la coherencia.
Mis piernas se detuvieron bajo mí cuando trataba de ser una buena ciudadana,
recogiendo mis medicamentos y mis ungüentos de la farmacia después de pasar a
recoger el regalo de cumpleaños de mi sobrina. Así que su regalo se rompió
contra las baldosas deslucidas y blancuzcas de la farmacia. Había seleccionado
con cuidado la caja de bloques de construcción correcta, y esta quedó aplastada
bajo mi cuerpo y los bloques se esparcieron mientras yo convulsionaba y babeaba
y toda la electrónica avanzada, integrada en mi propio sistema nervioso, se
volvía contra mí.
No podía ver los bloques, porque los sitios en los que
las prótesis estaban integradas en mis ojos estaban cortocircuitando, pero los
podía sentir bajo los nervios que todavía funcionaban, en mi bíceps, en mi
cadera, en mis costillas. Y todavía podía oír los gritos sobresaltados de los
otros clientes, la alarma de los farmacéuticos, como una bandada de pájaros
enfadados. Esos nervios también funcionaban todavía. El hongo no se los había
comido. El fallo en el sistema no se los había llevado.
Pero seguro que eso no vuelve a pasar.
El segundo equipo de prótesis dolía. Cada instante, de
cada día, dolía.
Eso no te pasará a ti.
Me arrastré de una parte de mi vida a otra; cada segundo,
dolor. Un buen día era un día en el que podía centrarme en el trabajo, que se
suponía que era enseñar teoría musical a mis alumnos universitarios. El dolor
alargaba mis ritmos, modificaba mi escala, y me hacía perder el tiempo de
verdad. Se suponía que las prótesis debían reforzar mi cuerpo, pero en su lugar
trabajaban en su contra. En todos los sitios en los que debían acomodar mis
nervios dañados, encontraban el daño.
Basaron sus investigaciones en gente como yo. Los datos
han sido contrastados. Es todo muy fiable. Han aprendido mucho. Las
probabilidades de que se dé un desequilibro neural tan horrible han disminuido,
y todo el mundo sabe que si alguien dice que el éxito es del 95%, significa que
nadie que conozcas lo sufrirá. Porque seguro que no conoces a veinte personas.
Tú no eres una de cada veinte personas. Seguro.
El último equipo de prótesis está helado. Cada instante,
de cada día, me hiela.
Eso no te pasará a ti.
Porque nunca has estado enfermo ni has llegado demasiado
tarde y nunca has sufrido un daño permanente y nunca has pasado por dos
generaciones previas de prótesis para hacer todas las cosas que la tecnología
moderna, que se desliza siguiendo las neuronas dañadas por el hongo, no puede
hacer del todo por ti. El último equipo, el que te permite andar y ver y
respirar uniformemente, no te hará sentir frío todo el rato. No tendrás un
termo de té como tabla de salvación. No llevarás puesto un chaleco de esquí en
mayo, o una chaqueta gruesa en Julio.
No sentirás el brillo plateado en tus ojos, que tu madre
jura que es precioso, como si fuera hielo cuando te mires al espejo. Y nunca
verás la escarcha de las lágrimas cuando trate de ocultarlas mientras habla y
te trae otra manta para el picnic familiar bajo el calor de agosto.
Y nada de esto, por supuesto que nada de esto, te pasará
a ti.
A menos que las esporas cambien de nuevo.
A menos que la tecnología cambie de nuevo.
A menos que cualquier cosa, cualquier cosa,
cambie.
Pero ¿cuáles son las probabilidades de que el mundo
cambie durante tu vida?
Así que, seguro, segurísimo, que esto no te pasará a ti.
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