Veintemil últimas cenas en una estación en explosión
por Ann LeBlanc
Riles
Yalten tiene aproximadamente treinta minutos antes de morir, y es justo el
tiempo necesario para probar el sitio nuevo de gravlax del nivel dieciséis.
Pasa agachándose por la escotilla del personal y se desliza por las aguas
veloces y frías del canal de acceso de mantenimiento. Arriba, en la ingeniería
de la estación, es probable que su equipo esté empezando a entrar en pánico al
haber descubierto el fallo inminente que ella ha ocultado con tanto esmero.
Abajo,
en el nivel dieciséis, el local de gravlax tiene una pinta prometedora. El
propietario se envara cuando la ve. Sus ojos se deslizan por su cuerpo de
arriba abajo. Primero: la cabeza pelona, piel resbaladiza como el moco y la
nariz inteligente negra como el metal. Segundo: el cuello con agallas y papada,
con los tentáculos utilitarios biometálicos en el lugar de las manos. Por
último: las rodillas hacia atrás y los pies con aletas. Gotea, empapada por el
canal, arruinándole el suelo. Una pausa se extiende en ese instante, apenas un
segundo alargado por la adrenalina. Entonces se dirige al armario y saca un
asiento aumen-friendly, y lo coloca en la barra. Riles sonríe, y apunta en su
reseña que este sitio es aumen-inclusivo.
Pide
una cosa de cada, a sabiendas de que no tendrá tiempo de terminárselo todo. Con
fe, al menos podrá probar cada plato y tachar este sitio de la lista. Si no lo
hace, tendrá que volver en el siguiente bucle.
El
salmón curado, obtenido localmente de las piscifactorías de la estación: es
cremoso y salado, el acompañamiento perfecto para la textura crujiente del
knäckebröd. Este tiene un toque de salsa de mostaza y eneldo, aquel tiene un
poquito de caviar y ralladura de limón. Lo percibe todo: la textura, el sabor,
el emplatado, el ambiente y demás, en su memo-aumen.
Mientras
toma un bocado del último plato (patatas nuevas con huevas de pescado), las
luces de la estación cambian del blanco azulado calmado a un rojo asustado. Los
ojos del propietario del restaurante se agrandan, atrapados en la respuesta al
pánico, antes de comenzar a recoger su pequeña tienda; violando el protocolo:
debería evacuar inmediatamente.
—No
se moleste —dice Riles por encima del aullido de las sirenas—. El reactor de la
estación va a explotar. Un fallo en la contención de la antimateria. —Da otro
bocado—. Así que lo mismo da que disfrute de los próximos… tres minutos. La
comida es asombrosa, por cierto.
La
mirada de él salta del miedo a la ira y a la confusión. Señala al emblema en el
bañador de Rile. ¿No eres parte de los ingenieros de la estación? ¿Por qué no
estás ahí arriba, ayudando?
Ella empieza a responder, pero todo lo que sale es un farfulleo, «Oh, blarghle». La copia de seguridad de su memoria le desolla el cerebro como una membrana pestañeante de uñas que atraviesan su conciencia a arañazos. Para cuando termina, el propietario ha desaparecido.
Se
limpia las babas con un pañuelo, le da un último bocado a la patata y espera el
final. Camina tranquilamente en dirección a la cubierta de paseo, hacia una ventana
de observación, y contempla cómo las naves huyen atravesando el negro moteado
del espacio, intentado escapar de su inevitable aniquilación por antimateria.
Todas
menos una. Suelta una exclamación cuando la ve. Una nave con el logo de la
Agencia de Seguros Pan-Aafaras estampado con letras grandes, quemando
combustible en dirección a la estación. ¿No la había visto antes? ¿O se trata
de algo nuevo?
Antes
de que Riles pueda actualizar frenéticamente la copia de seguridad de su
memoria, el reactor falla. Un instante está viva, y el siguiente está bañada en
la gloria de plasma ardiente. Muere, junto con toda la estación que la rodea.
#
Tres
días antes, Riles Yalten se despierta, inmersa en las aguas calientes del
departamento de ingeniería de la estación. La copia de seguridad de su memoria
se activa, introduciendo tres días de recuerdos en su cerebro. Y después otros
tres, y otros tres. Más de dos mil iteraciones de los tres días anteriores al
fallo del reactor, hasta el mismísimo primer bucle.
En
esta iteración, como en las setecientas anteriores, sale impulsándose de su
estación de trabajo y nada hacia el nodo de seguridad de emergencia. Una alarma
suena al mismo tiempo que las luces parpadean, lo que indica que un recuerdo de
emergencia ha llegado del futuro.
—Falsa
alarma —miente en el grupo de chat del personal de ingeniería, después de
deshabilitar la alerta—. Lo comprobaré cuando termine de revisar los
deflectores S4.
No
necesitan saber que van a morir. Si Riles les habla del fallo letal en los deflectores
magnéticos recién instalados, se pasarán tres días estresados más de lo que
pueden soportar, trabajando sin parar, sin dormir, para salvar una estación que
no puede salvarse.
En
lugar de eso, Riles se escapa discretamente, pidiendo el día por enfermedad,
mientras su equipo se reúne para hablar de la última ronda de recortes en los
presupuestos del departamento. Es hora de su próxima comida.
#
Dicen
que la estación Bellayn tiene un restaurante por planeta, por cultura, por
sabor. Hay más de veintiséis mil restaurantes en la estación. Cada año, un
cuarto de esos restaurantes cierra (la competición es feroz, y los alquileres
altos) y son sustituidos por otros nuevos. Así, si alguien no hiciera otra cosa
que salir a cenar, sería imposible comer en todos los restaurantes de la
estación antes de que la maquinaria convirtiera la misión en algo infinito.
Imposible,
a menos que estés atrapada en un bucle temporal.
Riles
Yalten perdió la esperanza de escapar hace más de cien iteraciones. Ahora tiene
un nuevo objetivo: comer en cada restaurante de la Estación Bellayn, y valorar
y registrar cada plato (junto con notas sobre el servicio, el ambiente y la
accesibilidad).
Este
bucle está dedicado por entero a un único restaurante, El Laboratorio Glicina.
Especializado en cocina neominimalista, han quedado en el top 10 de los
restaurantes de la estación de forma sistemática. Conseguir una reserva puede
llevar meses. Riles solo tiene tres días.
Se
detiene frente a la puerta del restaurante; la chica con la que ha quedado,
Ina, está de pie junto a ella enfundada un vestido atado al cuello de color
lavanda. Ina aprieta el bíceps de Riles y después entrelaza sus dedos con los
tentáculos de Riles, sin molestarse por cómo se retuercen.
Lo
que Ina no sabe es que Riles solo ha quedado con ella porque (en un bucle
previo) averiguó que Ina cumplía los criterios reducidos de tener una reserva y
estar dispuesta a salir con un sire-aumen. Riles es el motivo por el que la
cita original de Ina se echó para atrás. ¿Se siente Riles culpable? Lo habría
hecho, antes de los bucles, pero ahora se ha acostumbrado a saber que las
consecuencias de sus actos se lavarán con plasma caliente al final de cada
bucle.
Atraviesan
la puerta, y el maître sonríe, sin saber que Riles le considera su némesis.
Puede ver el preciso instante en el que él se da cuenta de los aumentos de
ella. Riles conoce en profundidad la transición de amabilidad a formalidad, de
relajado a tenso, de abierto a reservado. El maître está a punto de declarar
que es necesario reservar. Dirá que la lista de espera es de meses. No ofrecerá
de forma voluntaria ninguna opción de añadir sus nombres a la lista. Será
excepcionalmente educado, abiertamente amable en su tono, pero el subtexto será
tan obvio como es negable.
La
pareja de Riles, bendita sea, no le deja decir nada.
Tiene
reserva, dice. Pregunta si está el propietario; sus palabras implican una
relación personal. Durante todo este intercambio de palabras, cubre con su
brazo la espalda de Riles, y su mano descansa en la cadera de ella, manteniendo
a Riles bajo su estrecha protección.
No
las sientan en la mesa habitual de Ina, cerca de las ventanas que dan al jardín
del restaurante, sino en una mesa anidada en el rincón del fondo. A Riles no le
importa, está aquí por la comida. En la época anterior a las explosiones de la
estación, estaría paralizada por la ansiedad provocada por los vistazos medio
educados y las miradas agresivas y hostiles de los demás comensales. La moda
actual solo acepta a los aumens si son discretos, y solo si el propietario es
lo suficientemente educado para sentirse ligeramente avergonzado.
Riles
no es discreta, pero ha aprendido a ignorar las opiniones de aquellos que en
breve serán atomizados. No es únicamente que vayan a olvidarlo, es que ha
practicado durante cientos de iteraciones cómo ignorar su propio odio
internalizado.
A
pesar del ambiente, la comida es excelente. Una interpretación interesante de
la cocina neominimalista, que utiliza flores cultivadas especialmente para que
funcionen como contrapuntos ligeros o acentos a los sabores sencillos de cada
plato. La decoración (inspirada en el color de las flores de la glicina y que
ha recibido muchos halagos) no le dice nada a Riles. Prefiere las mesas de
plástico y las mamparas de un antro del centro de la estación. O, mejor, una de
las pocas cafeterías anegadas que atienden al personal sireno de la estación.
El
primer plato es una cucharada sopera de crema negra cubierta de espuma de
espinaca y una única flor de nasturtium.
Después
de eso, raya, pescada e importada a un alto coste, con una salsa cítrica con
alcaparras y aliño de flores de borraja. Lo mejor de estar atrapada en un bucle
temporal es no tener que preocuparse por fundir el sueldo de un año en una sola
comida.
Mientras
esperan al tercer plato, Riles siente un picor conocido y pide disculpas para
ir al baño. Es tan malo como esperaba: luces empotradas, música moderna
pop-engolada, enredaderas que cuelgan y ninguna conexión para un puerto de
residuos. En dos ocasiones, entra alguien, la ve vaciando su tubo de residuos
en el lavabo, y se escabulle de nuevo.
Así
que ya está de mal humor cuando (mientras regresa a su mesa) escucha la voz de
su hermana gritando su nombre. Lo cual es imposible, porque Milla está a años
luz de distancia, y la burbuja del bucle de la estación se limita a un radio de
tres días luz.
Y,
aun así, aquí esta, ataviada con su power suit, la cara enfadada dentro de su
casco-burbuja de plexiglás.
—¿Por
qué no estás en la zona de ingeniería? —pregunta, taconeando en dirección a
Riles.
Riles
abre la boca, pero su cerebro está demasiado ocupado gritando confusión para
producir otro sonido que no sea:
—Umm…
Milla
hace un gesto señalando el cuerpo de Riles:
—¿Esto
lo sabe mamá?
El
grito en la cabeza de Riles se convierte en horror, vergüenza, ira. Desea que
la estación explote en ese instante.
—Yo…
No. La verdad es que no hablamos. —Riles y su madre no han mantenido el
contacto en cinco años. Riles ha tenido cuidado de solo hablar con su hermana
brevemente, vagamente, y sin video.
—En
fin. —Milla pone los ojos en blanco—. Podemos hablar de tus malas decisiones
más tarde. Necesito un informe ya. Los ordenadores de la estación dicen que la
copia de seguridad de tu memoria está activa, así que no juegues conmigo.
—Estoy
en medio de algo. —Riles trata de esquivarla para regresar a la mesa.
—No,
ya no. Informe. Ahora. ¿Qué es lo que está provocando que se active el sistema
de seguridad? ¿Y por qué no has arreglado el problema todavía?
La
osadía.
—¿Te
crees que no lo hemos intentado? ¿Quieres saber por qué seguimos atrapados en
un bucle? Todos y cada uno de los deflectores magnéticos están contaminados.
—Riles le ha pegado la cara ahora, su aliento empaña la placa facial de Milla—.
Nuestro departamento ha sufrido cortes de presupuesto una y otra vez. Nos han
obligado a utilizar un proveedor barato y ahora, aquí estamos, con un sistema
de contención de antimateria que siempre…
Milla
la interrumpe:
—Pero
¿no has intentado…?
—Lo
que se te ocurra, lo hemos intentado. Nada ha funcionado. Nada. Por eso…
Mila
trata de agarrar la mano de Riles:
—Entonces,
¿qué haces aquí? Deberíamos estar…
—¡Déjame
acabar! Durante ciento treinta iteraciones, mi equipo y yo tratamos de salvar
esta estación. Más de un año de tiempo subjetivo. —Riles hace un gesto
señalando a los comensales—. Estas son las personas que tratábamos de salvar.
¿Crees que harían lo mismo por nosotres? Estas personas votaron para reducir el
presupuesto de ingeniería, votaron contra las medidas para accesibilidad de les
sirenes, votaron para dificultar el acceso a aumens para les nueves sirenes.
Ciento treinta iteraciones traté de salvarles, y esta gente no tiene ni idea.
No podía permitir que mi equipo siguiera muriendo así.
—¿Qué
has hecho? —la voz de Milla suena apagada, la mirada parece decir que va a
golpearla. Riles recuerda esa mirada. Riles creía que se había liberado de esa
mirada.
Esta
vez, sin embargo, Riles no recula ante la amenaza tácita.
—Deshabilité
el sistema de copias de seguridad para todo el mundo menos para mí. Y ahora me
estoy dedicando tiempo.
Riles
empieza a contarle a Milla su plan de comer en cada restaurante de la estación,
pero solo llega a la mitad antes de que el puño blindado de Milla se estrelle
contra la nariz de Riles. Ina corre a su lado, blandiendo el cuchillo de untar
contra la desconocida vestida con una armadura.
Las
luces de la estación se vuelven rojas, la alarma aúlla. Riles se ríe, mientras
la sangre fluye por su cara, mientras la copia de seguridad de su memoria tira
dolorosamente de los hilos de su cerebro.
Su
nariz duele aún más después de la actualización.
—Tu
equipo debe haber metido la pata —dice—. Sé lo que es eso. Nos vemos en la
siguiente… —y entonces, se bañan en fuego.
#
Riles
se despierta tres días antes sabiendo que está condenada. Su hermana, actuando
en nombre de la empresa que asegura la estación, no parará hasta que la
estación se salve y se corte el bucle. Incluso si es imposible; es del tipo que
se dejará hasta la piel para cumplir las expectativas de sus superiores.
Riles
tiene que impedir que Milla empeore la situación, pero también tiene que comer.
Puede hacer ambas cosas, ¿no? Luchar contra su hermana, armada y enfadada,
mientras se cena toda la Estación Bellayn.
Dos
días más tarde, Riles está disfrutando del olor de los árboles y las aguas
abiertas en una cafetería junto al lago, instalada en uno de los parques más
grandes de la estación. Está sorbiendo el caldo de un cuenco de sopa de fideos
con ternera picante estofada, así que no ve venir a Milla. Una mano blindada le
arranca el cuenco de los tentáculos; el caldo caliente sale disparado en todas
direcciones, el aceite de chili arde en la piel mucosa y sensible de Riles.
—Tienes
psicosis de bucle —anuncia Milla, agarrando a Riles del brazo y colocándole un
grillete.
Riles
trata de escapar retorciéndose, pero la silla y la mesa se interponen en su
camino.
—Estoy
bien. No estaría disfrutando de una deliciosa comida si todavía tuviera…
Milla
agarra el otro brazo de Riles, con fuerza.
—La
psicosis de bucle es inevitable si has pasado demasiado tiempo en un bucle.
—Los brazos de Milla, ayudados por su traje, son demasiado fuertes como para
liberarse de ellos—. Obviamente sufres de delirios de grandeza. —Arrastra a
Riles fuera de la cafetería y al interior del parque.
—No.
Tuve psicosis de bucle. Sé lo que se siente con psicosis de bucle.
—Si
estuvieras completamente sana, no habrías desconectado las copias de seguridad
de la memoria para irte en una especie de misión hedonística. —Milla tira de
los grilletes y arrastra a Riles por el camino que serpentea en dirección al
lago. Los grilletes rozan y magullan la parte de su muñeca donde el brazo se
transforma en tentáculo.
—No
tienes ni idea por lo que tuvimos que pasar. Mi sabotaje fue un acto de piedad.
¿Y las reseñas a restaurantes? La forma de salvarme. Mantenerme enfocada en un
objetivo accesible es exactamente lo que dice el reglamento que hay que hacer
cuando te quedas atrapada en un bucle.
Milla
soltó una risa de mofa:
—No
puedes valorar tu propia condición. El hecho de que pensaras que convertirte en
una sirena era una buena idea me dice que no estabas bien mentalmente desde el
principio. —Un golpe bajo, pero Riles ni de coña quiere hablar con Milla de su
transición. Necesita centrarse en liberarse.
Milla
tira con más fuerza.
—Mi
equipo está de camino para desconectar la copia de seguridad de tu memoria. —Se
ríe cuando siente como Riles hace una mueca de dolor—. Habría preferido tu
ayuda, pero lidiaremos con esto sin ti. No hace falta que sufras más.
El
lago se extiende ante ellas, el agua tranquila como un espejo. Riles espera
hasta que el camino las conduce por la orilla y después ataca. El error de
Milla fue pensar en Riles como solía ser (alguien no aumen con las manos más
anchas que sus muñecas) y no en cómo es (una sirena aumen cuyos tentáculos
utilitarios guardan en su interior una multitud de herramientas útiles para la
ingeniería en el espacio sideral.
Los
grilletes caen con estrépito en la vereda. Milla trata de agarar el brazo de
Riles, pero ella se aleja de un empujón, se retuerce y cae fuera del camino,
dentro del agua.
Un
chapoteo, y está alejándose. Unos instantes después Riles siente la vibración
de la sumersión de Milla en el agua, pero se encuentran en el elemento de
Riles. El traje propulsado de Milla, rápido en tierra, es muy pesado en el
agua, y ella no está familiarizada con la distribución basada en el agua del
núcleo de la estación. Es fácil alejarse de forma escurridiza hacia el interior
de los canales de mantenimiento. Detener al equipo de Milla será más
complicado.
Mientras
desciende a nado por la espina dorsal de la estación, Riles estudia la
transmisión de las cámaras de la estación. Cuatro trajes, todos humanos no
aumens, flotan frente a la escotilla de la oficina de ingeniería y luchan
inútilmente contra los controles de la puerta. Los idiotas probablemente no han
traído ninguna equipación acuática. No es algo sorprendente; no quedan muchas
estaciones viejas construidas por sirenes.
Sus
bastones paralizantes tampoco funcionan bajo el agua, como descubren cuando
Riles aparece a sus espaldas. El equipo de Riles funciona perfectamente, y
después de paralizar y bloquear sus trajes, cierra la trampilla detrás de ella.
#
Riles
se despierta, aunque el agua no se siente tan segura como suele sentirse. Creía
que había escapado de su familia. Cuando era una niña, la madre de Riles le
contaba historias de Bellayn. Las personas eran groseras, rápidas y ladrones
impertinentes. Era un núcleo de decadencia moral, el tipo de lugar al que la
gente iba a hacer dinero o comprar su corrupción.
La
realidad era más extraña, más grande y más amable. Riles no pudo evitar mirar
fijamente al primer sirene que vio, con la piel de foca resbaladiza por el
agua, la placa facial de metal inscrita con círculos concéntricos de criaturas
marinas y barcos y constelaciones. Estaba comiendo tacos de nopales con una
facilidad confiada y ninguno de los comensales de aquel economato atestado le
prestaban ninguna atención.
Riles
no tenía ni idea de que el cuerpo de una persona podía tener ese aspecto.
#
Riles
está atrapada, y las pareces se están acercando.
Los
almacenes inmensos de antimateria de la estación, liberados todos de golpe, son
capaces de hacer retroceder el tiempo tres días, envolviendo una esfera de tres
días luz de ancho. La nave de respuesta rápida de Milla se habría visto
atrapada en el bucle tan pronto como hubieran cruzado la línea de reversión,
pero está equipada con su propio sistema de cronoreversión. Solo puede revertir
una hora cada vez, por lo que les llevó más de setenta iteraciones llegar hasta
la estación.
Cada
iteración Milla llega antes. Riles pasa cada vez más y más tiempo colocando
trampas, buscando nuevas formas de boicotear a su hermana. Nunca es suficiente.
—¿Por
qué demonios estás aquí? —pregunta Riles, a través del intercomunicador,
mientras su hermana la persigue después de hacerla salir de un local de
mejillones y patatas fritas.
—PAIA
se encarga de asegurar a Bellayn, estamos obligados por contrato.
—No,
¿por qué estás tú aquí?
No
responde. O la respuesta le ha pillado desprevenida, o ha encontrado los
drones-lamprea que Riles había puesto a la espera hasta que apareciera.
O
está preparando su propia emboscada. Riles se oculta tras unos arbustos
decorativos a lo largo del paseo. La multitud de la tarde está llena de
turistas de caminar lento, niños ruidosos y lugareños ocupados. Milla podría
encontrarse en cualquier lugar de este mar de personas, esperando a que Riles
salga corriendo hacia la escotilla de acceso al canal.
Un
grito rompe el ruido de la ciudad, y la multitud tiembla. Milla pasa como un
rayo con un dron lamprea eléctrico aferrado a su nuca. Cae, con los ojos fijos
en el techo, la lamprea se retuerce, debilitando la corriente que cierra su
traje.
—No
es un accidente que estés aquí —dice Riles, con el pie apoyado en el hombro de
Milla, manteniéndola tumbada—. Tiene que ser por mamá. Tiró de algunos hilos.
Milla
trata de agarrar a Riles, pero fracasa:
—Psicosis
de bucle —gruñe a través de los dientes apretados.
Riles
presiona el hombro de Milla con más fuerza.
—Que
mamá esté interfiriendo no es algo descabellado. ¿Recuerdas cuando hizo que me
despidieran del trabajo de descontaminación en Mintilla?
—No.
Perdiste ese trabajo porque estabas obsesionada con salvar esas almejas.
Milla
no para de luchar, así que Riles usa sus tentáculos utilitarios para soldar su
traje con el suelo.
—¿Eso
es lo que te dijo mamá? Tengo treinta y ocho años y todavía me trata como si no
pudiera tomar mis propias decisiones.
—¿Se
equivoca? Tenías una carrera prometedora. ¿Y la tiraste por la borda porque
querías ser un pez? ¿Por qué no puedes ser normal?
El
pecho de Riles forma un remolino, una mezcla de ira y miedo. Pero en lugar de
poner la corriente de la lamprea al máximo, dice:
—Suenas
exactamente como mamá. —Y se aleja. Probablemente tiene tiempo suficiente para
probar el sitio de caldo verde antes de que el equipo de Milla la libere para
continuar la persecución.
#
Las
iteraciones se fusionan de forma borrosa, haciendo crecer su memoria como un
molusco construye las capas de su concha. En un recuerdo sorbe helado de menta,
en otro asciende nadando, más y más, su hermana grita bajo ella, la estación se
hace pedazos alrededor de ambas.
¿Cuántas
iteraciones pasan así? Riles pierde la cuenta. Podría comprobarlo con un
pensamiento, pero prefiere no saberlo. Es más fácil vivir en el momento, y el
único número que de verdad importa es cuántos restaurantes quedan por reseñar.
Todavía
hay 6452 restaurantes en la lista. Se oculta, con un jianbing en la mano,
encajada y temblando en un conducto de electricidad. Los canales ya no son
seguros, Milla comenzó a contaminar las aguas hace cinco iteraciones.
5978.
La seguridad de la estación la persigue por los pasillos, los bastones
paralizantes canturreando una canción mortal. En cada iteración, Milla y Riles
luchan por convencer al departamento de seguridad de que la otra es un peligro
para la existencia de la estación. Los seguratas de la estación están atrapados
en el bucle, lo que los hace predecibles, pero es otra manera que tiene Milla
de reducir el espacio de posibilidades en el que opera Riles.
5722.
Riles y Milla luchan cuerpo a cuerpo en el suelo de la cocina, los hornos de
pizza hornean el aire que las rodea.
—¿Por
qué sigues peleando conmigo? —pregunta Riles, sujetándola contra el suelo—. No
tienes que sufrir por Pan-Aafaras. ¿Sabes cuánto le cobran a Bellayn por el
seguro? Te pagarán una miseria en comparación, te enviarán en otra misión. Deja
de luchar; tómate unas vacaciones para variar.
Milla
se retuerce bajo ella:
—¿Rendirme?
¿Como hiciste tú? Tengo una carrera profesional de verdad, y no dejaré que la
hagas descarrilar con una de tus obsesiones extrañas.
Pero
Riles ya se ha marchado, dando un salto hacia arriba y hacia atrás y saliendo
por la puerta.
5255.
Riles sale disparada, con la boca llena de empanadillas de calabaza. El
restaurante explota a sus espaldas, lo que la lanza por los aires. Ha estado
colocando explosivos, sacrificando partes de la estación en las que ya ha
comido.
Riles
pierde la cuenta. Flota en el vacío, las estrellas rodeándola por completo, su
cuerpo se hincha, la humedad se evapora, su mente divaga.
Recuerda
el día que comenzó su transición. Una pastilla pequeña y rosa, un vaso de agua,
la mesa llena de aperitivos variados, sus amigues sirenes allí para celebrarlo.
No recuerda la mayoría de las cirugías. El dolor de la recuperación es pequeño
comparado con el sentimiento de miedo y esperanza transformándose en certeza y
paz; la gloriosa exactitud de su nueva identidad. No hay nada más correcto que
el agua fría en sus agallas, nada más perfecto que saber que puede vivir en el
interior del agua para siempre.
La
eternidad crece frente a ella. Regresa al presente, sentada frente a Milla. El
humo flota entre ellas. La estación está ardiendo, un fuego pequeño comparado
con la explosión de antimateria inminente, pero no menos mortal para la
estación.
—Riles.
—Milla trata de sentarse, pero se desploma—. No… puedo seguir haciendo esto. Mi
equipo… todos tenemos psicosis de bucle. Los he contenido lo máximo que he
podido, pero…
—Vas
a matar la estación. —Riles conoce la existencia del cañón de riel que hay en
la nave de Milla. Sabe que Milla podría haber hecho esto en cualquier momento.
Una
bala de titanio, disparada con precisión, perforando el corazón de la estación.
Milla podría tener suerte; es posible que solo mate unos cuantos centenares de
almas entre el casco exterior y la oficina de ingeniería. Puede que solo
deshabilite las copias de seguridad de memorias. Riles se despertaría al
comienzo de la nueva iteración sin recuerdo de sus esfuerzos por salvar la
estación, su fracaso, su salvación culinaria. Todas sus reseñas, recopiladas
con tanto cuidado, se perderían para siempre.
También
existe la posibilidad de que la bala de titanio golpee el reactor de
antimateria, o cualquiera de los subsistemas que lo mantienen estable. El sistema
de reversión de emergencia podría dispararse, o no, dependiendo del lugar
exacto que golpee la bala y lo que dañe. La estación podría ser aniquilada al
instante. El bucle terminaría. Nueve millones de vidas desaparecerían, para
siempre.
Riles
ha vivido mucho tiempo dentro de la seguridad del bucle. Una apuesta como esta
es impensable. Nueve millones de vidas. Su propia hermana. Aunque tal vez el
deseo de destruir el cuerpo de sirene de Riles sea un plus para Milla.
Riles
se derrumba:
—Siempre
fuiste más fuerte que yo.
—Aguantaste
más que yo atrapada en el bucle. Eres más dura de lo que pensaba. Tu equipo…
nunca he conseguido que te traicionaran. Confían muchísimo en ti; te respetan,
te quieren. No sabías…
Las
actualizaciones de memoria les golpearon a ambas al mismo tiempo. Riles tendrá
una última iteración, una última oportunidad.
—Lo
siento. Mamá fue… demasiado, y yo debería haberte defendido. Debería haberte
escuchado —dice Milla, su voz rompiéndose por el humo, o puede que sea el dolor
de esa confesión.
Riles
está aturdida.
—Yo
también lo siento. Debería haberte ayudado, la primera vez que llegaste aquí
—dice, y después hace una pausa. ¿Qué más puede decir? No hay palabras que
reviertan el daño que existe entre ellas, y la copia de seguridad ya se ha
actualizado así que ninguna de ellas recordará esa conversación.
—Ojalá…
—dice una de ellas, y entonces mueren; la esperanza no es rival frente a la
antimateria.
#
Riles
se despierta tres días antes, sabiendo que este es su último bucle. Tiene
aproximadamente cinco horas antes de que la nave de Milla pueda lanzar el tiro.
Una
última cena. Riles se sienta en una silla en el centro de los Jardines
Hexagonales de Bellayn. Aquí, entre los juncos, en la transición entre el agua
y la tierra, bajo las estrellas, se encuentra el mejor local de comida sirena
de la estación. Ha pasado de manos de maestros a aprendices durante cinco
generaciones; ha existido en una localización u otra desde que Bellayn era un
puerto diminuto operado por sirenes.
Este
lugar, húmedo y lleno de vida, con su olor a comida casera, es su favorito en
la estación. Riles ha estado reservándolo para el último momento, y ahora, con
su trabajo sin terminar, se encuentra aquí para su última comida.
Saluda
a le propietarie con un beso, como ha hecho numerosas veces antes. Ha preparado
una comida de varios platos, una exploración completa de la cocina sirena de
Bellayn. A su alrededor se sientan sus amigues, sirenes y no sirenes, gente de
trabajo y amantes. Todes han acudido cuando les ha llamado.
El
primer plato es una salsa de coliflor hecha puré, acompañada de pepino y
brócoli crudos. El segundo plato es una sopa de remolacha y puerro, aderezada
con eneldo. En los primeros años de la existencia de Bellayn, la estación era
en su mayor parte agua y la tripulación era en su mayor parte sirene. No podían
permitirse hacer importaciones lujosas, así que comían una dieta sencilla con
lo que podían cultivar con facilidad en las endebles piscifactorías.
El
tercer plato es mojarra, hervida en un caldo de tomate y jengibre. La mojarra
es un pescado resistente, difícil de matar, como la comunidad que Riles
encontró en Bellayn.
El
cuarto plato es artemia cocida, con una salsa para mojar de albahaca y vinagre
dulce. El intercomunicador de Riles suena; Milla le está diciendo que solo le
quedan dos horas.
Cinco
platos más tarde y Riles está llena. Treinta minutos hasta el final. Pasa diez
minutos escribiendo su última reseña. Por encima de ella, la llama de
conducción de la nave de Milla arde con un naranja brillante a través del
plexiglás. Un último trago de vino de arroz y después activa el programa que
escribió.
La
copia de seguridad de su memoria le desgarra el cerebro, conservando sus
recuerdos. Solo lleva un instante, unas pocas horas de sus comidas y sus personas
favoritas.
Cuando
acaba, se derrumba en la silla, deslizando hacia abajo más y más hasta que cae
en el agua negruzca. Flota, observando las estrellas, esperando a lo que vendrá
después.
En
la profundidad de la estación, su programa se ejecuta. Recopila sus recuerdos,
todos ellos, hasta el primer bucle y toda su vida anterior a él, y se lo envía
a la nave de Milla, junto con un mensaje.
Es
la forma de rendirse de Riles. Le dice a Milla que no contraatacará, que hará
lo que pueda para ayudarle a arreglar la estación. Ha adjuntado todas las notas
del año infernal, todo lo que intentaron y falló. Puede que el equipo de Milla
y las herramientas que han traído puedan resolver lo imposible, puede que no.
Riles le pide unas cuantas horas en cada iteración para trabajar en sus
reseñas, pero no es un ultimátum. Riles se está poniendo a merced de Milla. No
hay vuelta atrás. Milla podría deshabilitar la copia de seguridad de Riles y
trabajar sin ella. O podría tomar la mano de Riles y trabajar para curar el
daño que sufre la estación y la relación entre ellas.
Pero
pase lo que pase, habrá un final. Y después de miles de bucles, Riles necesita
unas vacaciones de verdad.
#
Dos
años más tarde, Riles y Milla comparten una comida; la primera desde que se
cerró el bucle. Cangrejo de río frito, quimbombó glaseado, arroz sucio,
expuestos sobre una mesa de plástico llena de rallones encajada entre dos
mamparas en un economato lleno hasta la bandera. Milla solo está de paso,
quedan unas pocas horas antes de que su nave se marche.
Riles
atrae unas pocas miradas de otros comensales. Tiene algo de fama local: desde
salvar la estación, hasta su guía de restaurantes casi completa, pasando por su
posición recién adquirida en la administración local.
Los
dos últimos años fueron difíciles para Bellayn. Nunca llegaron a arreglar el
reactor. Lo intentaron durante cincuenta y cinco iteraciones, hasta que Milla
admitió la derrota. Desesperadas, utilizaron partes del cañón de riel de la
nave de Milla para lanzar el reactor tan lejos de Bellayn como fue posible.
Murieron trescientas personas. La estación sobrevivió con energía de emergencia
durante un mes, durante el cual otro millar falleció. La investigación de la
PAIA duró una sola semana; la agencia absolvió a todas las partes, incluyendo
al vendedor original de los deflectores defectuosos. Los ricos huyeron,
llevándose su cocina neominimalista y los puestos en la administración local
con ellos.
Riles
le cuenta todo esto a Milla, quien permanece en silencio la mayor parte del
tiempo. Han estado escribiéndose a lo largo de los años luz. Su relación sigue
siendo extraña, pero Milla escucha y Riles tiene la esperanza de que algo nuevo
crezca entre ellas.
Riles
nunca llegó a terminar su lista de restaurantes. En su tiempo libre come,
llenando los huecos, pero ha hecho las paces con el hecho de que nunca la
terminará de verdad. Sabe que la relación entre ella y Milla nunca será lo que
cada una quiere de verdad. En su lugar, tratará de disfrutar del espacio
infinito entre aquí y allí, cada comida, cada conversación, una por una.
Ann LeBlan es escritora y ebanista; escribe sobre los deseos quir, aventuras culinarias y la muerte. Sus historias cortas se han publicado en Fireside Magazine, Mermaids Monthly, y Baffling Magazine entre otras. Puedes encontrarla en annleblanc.com o en Twitter como @RobotLeBlanc
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