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lunes, 25 de mayo de 2020

Capítulo #11 - La llamada de Yksana, de Soledad Cortés


La llamada de Yksana

De Soledad Cortés 



Día 1. Planeta Arentakis

Nuestra misión se ha salido de control. Lo que pretendía ser un aterrizaje perfecto terminó con nuestra nave destruida por un fallo en los propulsores. Es inaceptable que no se hayan procurado los protocolos de seguridad necesarios.
Afortunadamente logré escapar en una cápsula de salvamento, mis otras hermanas también lo hicieron. Espero encontrarlas pronto, tenemos una misión que cumplir en este lugar.
Gracias a mi traje termoquímico, he logrado evitar heridas de mayor gravedad. Ha protegido mi cuerpo de amenazas como quemaduras o fracturas al hacer contacto con el suelo.
Pero mientras, continuaré con el protocolo de supervivencia en este tipo de emergencias. Cambio y fuera.

Dia 5. Cúmulo de Narea

Llevo cinco días asentada en el campamento base. Decidí permanecer en este lugar por si alguna de mis hermanas aparecía. Nada ocurrió.
En mi espera, he leído todos los versículos del sagrado libro para serenar mi alma. Yksana me ha dado la calma que necesito para un lugar tan primitivo como este.
Los animales transitan libremente, me desagradan sus ruidos y pelajes extraños. Algunos se revuelcan en el rojizo césped de este planeta y parecen disfrutarlo. No entiendo nada. Seguiré enfocada en mi baliza, no hay tiempo que perder. Mis hermanas esperan por mí, no las abandonaré.

Día 10. Cúmulo de Narea

Esta mañana mi escáner me despertó con una alerta que indicaba la ubicación de una cápsula a pocos kilómetros de donde me encontraba. Caminé ilusionada hacia el sitio indicado, sin dudas daría con una de mis hermanas.
No fue así. Para mi decepción, encontré una cápsula hecha pedazos, el golpe había sido tan fuerte que no quedaron más que escombros de ella. Me arrodillé frente a los restos y recé nuestras plegarias de despedida para luego devolverme a mi base. No había tiempo para lágrimas. Si una cápsula había aparecido, encontraría muchas más.
Al volver a mi campamento hallé que algunas ramas habían empezado a crecer en torno a mi baliza, me sorprendí de la rapidez con la que crecen estas cosas. Las saqué de inmediato, interferían con todo mi plan.
Hoy me aferro a la esperanza de ser rescatada de este mundo tan primitivo y sin tecnología en que he caído.

Día 18. Planicie de Yatar

Doy gracias a Yksana por nuestros trajes termoquímicos. El mío se ha adaptado tan bien a este ambiente que me ha protegido de la naturaleza que intenta a toda costa molestarme. Decidí dormir en esta planicie. Mala idea. Anoche el bufido de un juki me despertó. Me lamía una pierna y su saliva se deslizaba pegajosamente por ella. Lo asusté de un alarido, me miró extrañado y se alejó lentamente hasta perderse entre algunas ramas. Afortunadamente, pude sacar su suciedad de mi traje. No entiendo la vida en este lugar, invade mi espacio personal, tan sagrado dentro de nuestra cultura y sus estrictos códigos morales.
        Yksana, madre, gracias por protegernos de las amenazas salvajes y no  dejarme llevar por todo lo que me rodea.

Día 65. Cúmulo de Narea

A falta de señales de auxilio y la nula respuesta de las nuestras es que he decidido contar más sobre la misión. Debo ser precavida, en caso de morir en este lugar, al menos quedará mi registro.
Ya van dos meses desde que mi cápsula cayó a este planeta. Nuestra misión contemplaba llegar hasta acá. Junto con otras compañeras debíamos encontrar nuevas fuentes para  alimentar a Yksana, madre de todas nosotras, creadora de vida, reina de Pkian.
Fuimos miles las que salimos en busca de aquella energía que comenzó a extinguirse de manera repentina. Bajo las órdenes de nuestras sacerdotisas, nos vimos obligadas a tomar todos los navíos que encontramos, y partimos con un objetivo claro: visitar los planetas aledaños, olvidados en antiguas guerras, y recuperar lo necesario para poder prevalecer en el tiempo.
        Admito que ya estoy un poco más adaptada a este planeta, me aferro a la baliza que aún tiene suficiente energía para mandar una señal de auxilio.
Me siento todas las tardes a mirar los cambios de colores que se producen en el cielo, por el efecto de los géiseres ubicados a unos cuantos kilómetros de donde me encuentro. Nada increíble, nada llamativo. No quiero estar acá.
Yksana, ayúdame a mantener la cordura.

Día 105. Cúmulo de Narea

Hoy he decidido dejar de ocupar mi traje termoquímico para guardar la energía de reserva hasta el día que tenga que volver a la órbita. Tenemos prohibido sacárnoslo. Pero estoy sola y nadie lo sabrá. En su reemplazo me he puesto los harapos que estaban en mí capsula: una sencilla malla con empalmes tecnológicos que hacen más fácil mis movimientos, regula la temperatura y libera mi piel de lo ajustado de mi traje. También he aprovechado para usar los protectores de pies sintéticos, que son perfectos para este tipo de entorno hostil. No dejaré que nada toque mi piel.
Hoy, por primera vez he experimentado el roce de mi cabello sobre mi rostro. Se siente extraño, suave, pero me produce picazón. Lo he tomado en una coleta con una cinta vegetal que encontré en el suelo, el viento se encarga de mecerlo a su ritmo. Me agrada. Es nuevo para mí disfrutar del viento de esta manera.
Como buena Drina, he vivido toda mi vida con la malla de protección para nuestros cabellos. Si bien, desde tiempos milenarios se ocupaba para protegerlo de la lluvia ácida de nuestro planeta, con el tiempo se hizo parte de nuestra cultura, un sinónimo de pureza y ofrenda a nuestra madre. En Pkian, solo nuestras sacerdotisas tienen el derecho divino de mostrar sus largas y azuladas cabelleras.
Madre, perdona si he ofendido tu palabra y enseñanzas.

Día 206. Cima de la Victoria

Decidí buscar el lugar más alto para poner una radio que finalmente no funcionó. En los primeros sesenta días no le presté atención a este lugar, estaba demasiado enfocada en programar bien el transmisor.
Si hay algo de lo que estoy agradecida es de no pasar hambre. Todos los días doy las gracias a Yksana por habernos creado tan perfectas. Mi alimento es cualquier fuente de energía, ya sea la fuerza del agua del río, el viento huracanado o el mismo sol que me alumbra; elementos que afortunadamente en este planeta abundan y que, desde que dejé de ocupar mi traje, tengo la impresión de que me revitalizan y me hacen sentir más fuerte.
Esta es la tercera vez que vengo a este lugar. He aprendido a dejarme impresionar por la vista que tiene. Desde aquí veo las vastas llanuras repletas de naturaleza y los diversos colores que abundan en este planeta; son tantos que no puedo describirlos, son tan hermosos que cada segundo que paso observándolos lo vale.
Cuando el atardecer se acerca, todo lo que rodea este lugar comienza a cambiar de color. Considero que este espectáculo es un lujo para alguien tan inferior como yo. Me he asombrado de la fuerte presencia del púrpura, nuestro color sagrado, este se ha ido apoderando paulatinamente de los troncos de algunos árboles de hermosas hojas turquesas. No puedo evitar recitar algunos pasajes de nuestro libro sagrado en señal de admiración.
Observando la inmensidad de este lugar, recordé cuando mis hermanas contaban que una vez ganada la batalla contra nuestros enemigos, algunas de las nuestras se alzaron en esta cima y, levantando sus manos, agradecieron al sol que las bañaba por el triunfo obtenido. Ellas permanecieron horas absorbiendo el regalo que este les hacía, sus pieles se tornaron color púrpura intenso, así permanecieron todas sus vidas con el regalo divino que el sol les había dado.
Mi verdosa piel, es la de una Drina normal: suave y escamosa, no soy descendiente de aquellas hermanas, solo soy una más que nació de los últimos frutos de Yksana. Soy una buscadora de energía, una entre miles.
Me pregunto si me rescatarán algún día.

Día 390. Campos rojos de Dirinak

He despertado sobresaltada por una pesadilla. Vi a mis hermanas gritando y cayendo por un abismo. Los gritos de ellas aún resuenan en mis oídos.
El clima tampoco ha ayudado a calmarme. Una tormenta de cinco días amargó todo, se arruinó mi campamento, pero lo que más me dolió fueron mis protectores de pies que se llenaron de moho y barro. Apenas terminó la lluvia los puse al sol, pero para infortunio mío ya estaban arruinados. Tuve que caminar descalza por primera vez.
Caminé por la hierba roja que cubre el sector. Es suave, fría y un poco gomosa. Siento que las palmas de mis pies se estremecen cada vez que tocan aquellas delgadas fibras. Se trata de una nueva sensación, agradable, tan intensa que desvié inesperadamente mi ruta.
Ese día descubrí algo nuevo: el lago.
Me detuve absorta ante la imagen de aquella inamovible masa de agua. No pude evitar pensar en mis hermanas. Me sentí culpable por haber sentido un ápice de gozo mientras observaba todo. Bajé mi cabeza, avergonzada mientras me deshacía en oraciones culposas. Oré hasta que me distrajo el ruido de una figura alada zambulléndose en el agua. Quise acercarme a verlo  más de cerca, pero no pude. Jamás tocaré el agua, lo juro.
Me había dejado llevar por mis emociones. Molesta, le di la espalda al agua y caminé rumbo a mi campamento, pensando en mis hermanas. Que egoísta había sido, soy una mala Drina, quizás me merezco todo esto.
¿Hay alguna esperanza?, creo que sí. Al menos pude calmar mi ansiedad con los paisajes que me rodean, eso y la ayuda de las lecciones básicas para calmar pensamientos, que nos entregaron las sacerdotisas. Estos ejercicios mentales son muy importantes para mantener nuestra armonía, en especial ahora que me enfrento a tantos estímulos externos. No me dejaré llevar por cosas así de básicas. Lo prometo.

Día 503. Lago de Dirinak

Dije que no entraría al agua por nada del mundo, pero mientras revisaba algunos componentes de mi baliza, un pequeño yurante de piel escamosa tomó con su puntiaguda boca mi escáner manual, para luego salir corriendo con él rumbo al lago. ¡Sabía que no debía dejarlo en el suelo! Corrí tras él, pero el pequeño ser se escabulló en el lago. La impotencia se apoderó de mí. El único escáner que tenía había sido robado por la pequeña criatura. Me senté nerviosa en la orilla y vi sus dos pequeños ojos asomándose por la superficie. Me miraba desafiante. Miré mi ropa un poco nerviosa, mientras de reojo lo continuaba observando. Parecía que se estaba mofando de mí. No podía ser vencida por algo tan ínfimo como esa criatura.
        Decidí desprenderme de mis ropajes. Doblé todo y lo dejé sobre una roca. Nerviosa, caminé hacia el lago y puse mi pie sobre el agua. Por un instante un escalofrío recorrió mi cuerpo. Retrocedí asustada por la sensación que me provocaba. Cerré mis ojos, pensé en abandonar mi búsqueda, pero luego recordé que necesitaba ese escáner a toda costa, no podía fallar.
Al entrar, mi cuerpo se adaptó rápidamente a la temperatura del agua. Mi cuerpo empezaba a moldearse a este lugar como si nada. Nadé lentamente para no asustar al yurante. Cuando llegué cerca de donde se hallaba, estiré mi brazo por debajo del agua para quitarle mi escáner, pero la criatura se hundió en el líquido y se deslizó burlonamente entre mis piernas. Miré al cielo ahogando un grito desesperado, no podía creer a lo que había llegado, oré a nuestra Madre por un poco de misericordia y luego de haber ordenado mis pensamientos, decidí zambullirme, sabía que ella cuidaría de mí.
Jamás había experimentado el sumergirme por completo y por tanto tiempo. Si bien nos habían enseñado a nadar en los profundos estanques que rodeaban a nuestra madre, solo podíamos hacerlo cuando fuese realmente necesario: cuando el espíritu estuviese flaqueando y necesitáramos de la conexión con Yksana. Yo jamás necesité de aquello. Pero ahora todo era distinto, esta era una excepción que ninguna de nosotras en su sano juicio habría hecho. Pero ahí estaba yo, sin escáner, desnuda y desesperada. Me consolaba saber que, nadie estaba ahí para juzgarme.
Mis branquias de Drina se activaron. Por un instante sentí que las despertaba luego de un extenso letargo. Me sorprendí por la rapidez con la que se adaptaron al agua, era como si siempre las hubiese ocupado. Pataleé con fuerza; las membranas de mis pies me impulsaron bajo el agua, ayudándome a acercarme mientras seguía bajando. La luz parpadeante de mi escáner me daba esperanzas, pues delataba la ruta de aquel animal que se alejaba cada vez más. Surqué las rocas marmoladas que había en el fondo del lago. Me sorprendí al notar que la visibilidad era completa, el agua era cristalina, los rayos del sol traspasaban todo y pude ver una amalgama de colores de una belleza que jamás había conocido en mi vida. Los corales resplandecían pegados en las rocas, las criaturas marinas desfilaban frente a mí, miles de alevines de serpientes arcoíris pasaban entre mis piernas. Quedé detenida en medio del agua, observando, sintiendo.
El yurante pasó frente a mis ojos. Me miró con sus cuencas un tanto burlonas y recordé porqué estaba ahí. El pequeño bastardo tenía aún mi escáner en su hocico. Lo seguí hasta que logré acorralarlo entre unos corales. Pensé en golpearlo, pero se veía tan asustado que soltó mi escáner sin pelear. Lo miré enfadada y subí a la superficie.
Al salir, revisé mi escáner. Todo estaba bien. Miré mi cuerpo húmedo y sentí rodar las gotas sobre mi cuerpo de manera suave. Decidí dejarlo desnudo por un instante. Respiré hondo y sentí que todos los poros absorbían la fuerza del sol. Mi cuerpo se sentía libre y lleno de energía. Cada recoveco de mi ser se sintió en una absoluta armonía con este extraño planeta.
Es probable que repita esto alguna vez, no lo sé.

Día 620. Campos de Marnika

Llevo tres días caminando sin parar, dejé el campamento base para ir a la cima del Monte de las Drinas. Creo que allá habrá más señal. Me he detenido para montar mi tienda de emergencia. Por estas latitudes la brisa sopla más fuerte. Lo curioso es que acarrea un polvo morado. Según mi escáner es parte de los minúsculos pétalos de los árboles de Narai. Son tan minúsculos que han teñido todo el césped de morado. Mientras simulaba escanear algunas rocas aproveché para acariciar con las plantas de mis pies aquellos ejemplares, me resultó suave y aromático.
En Pkian, solemos ocupar los pétalos de Narai para curar heridas, pero jamás los había visto en su forma natural. Las sacerdotisas por lo general los manejan en largos tubos polarizados, a los que solo ellas tienen acceso, por lo que observarlos en su estado natural por primera vez ha sido hermoso.
Siento que me estoy volviendo lejana, que pierdo mis raíces, pero a la vez me he sentido más libre. He rezado pidiendo a Yksana que me perdone por mi nueva libertad forzada. Le pido que me devuelva mi entereza, pero después de orar miro a mí alrededor y siento que algo me revuelve el estómago, es placentero, tan placentero que por un instante olvido nuestros orígenes.
La idea de marcharme cada vez se va haciendo más difusa.

Día 624. Monte de las Drinas

Dejé mi baliza en este lugar, recepciona mejor la  señal. No puedo evitar sentir un dejo de emoción, pero a la vez una inusitada tristeza, ¿por qué tendría que estar triste ante la posibilidad de ser encontrada?
Durante este tiempo he comprendido que las demás criaturas conviven pacíficamente. Hoy no noté la cantidad de horas que perdí mientras miraba a una manada de jukis galopando libremente sobre el campo morado con sus pelajes rojos, vanagloriándose de la belleza que poseen; nadie los caza, nadie los perturba, vivimos en armonía.
Me acerqué a ellos y solo me miraron. Les sonreí y empezaron a correr. Los seguí corriendo entre risas. Dancé entre ellos mientras mi cabello se liberaba de la coleta que siempre tenía. Mi pelo bailó conmigo mientras los Jukis saltaban: nos unimos, fuimos un temblor de energía con la tierra.
Debo repetir esto.

Día 765. Planicie de Yatar

Después de mis oraciones nocturnas caminé hacia la llanura. Ahí estaban esos árboles meciéndose suavemente. La noche nos regalaba las estrellas más brillantes, caminé maravillada por el cinturón estelar que nos cubría. Al llegar frente a uno de los árboles puse mi mano en su tronco morado, este inmediatamente brilló en un intenso color turquesa. Sonreí. La sensación que me produjo su contacto es inexplicable, solo sentía mi corazón latiendo con fuerza.
Retiré mi mano y el viento me hizo girar a su alrededor, los sonidos de las hojas me enseñaron a bailar. Me sorprendí al notar que cada salto que daba hacía brillar las hojas de aquel árbol. Rodee los otros e hicieron lo mismo. Ellos reaccionaban a mis movimientos, vibraban conmigo y me regalaban la belleza de sus hermosas hojas, que brillaban como neones. Al dar mi último gran salto, cada hoja se despojó de una escama de luz, las cuales, al flotar en el aire me indicaban que la unión había terminado. Agotada, me apoyé en su tronco y caí dormida. Ahí, en medio de aquellas luces y de la calma de aquel lugar yo no estaba sola, no estábamos solos.
Esa noche fue la primera vez que canté con los árboles y sus hojas.

Día 798. Cúmulo de Narea

Luego de bañarme en el lago y dejar que el sol me secara, miré mis manos. Noté que una mancha morada ha aparecido en una de ellas. Por un instante pensé que eran los pétalos de Narai, pero al tratar de removerla noté que era mi piel que estaba cambiando de color. La observé con detenimiento y advertí unos surcos, eran similares a unas ramas pequeñas, deben ser mis venas, sin duda. No nos da miedo, no nos preocupa.

Día 830. Monte de las Drinas

He decidido dejar de deambular y asentarme en este lugar. Aún no recibo señal.
Las pesadillas han vuelto, los últimos días han sido más gritos que imágenes nítidas. Me consumen el corazón y la angustia de los primeros días resurge.
He aprendido que, para distraerme de aquellos pensamientos, es muy útil correr colina abajo. Siempre que lo hago rio todo el trayecto mientras voy sintiendo como si mis piernas flotaran en el aire. Al llegar abajo, me lanzo al césped y miro al cielo, maravillándome de lo inmenso que es. Oh Yksana, ¿merezco tanta belleza?
Nos olvidamos de la angustia.
Hace días que mi desnudez no me resulta molesta, los prejuicios de mi formación han ido desapareciendo y las oraciones aprendidas han ido desvaneciéndose de mi mente, trato de recordar mi pasado pero me ha sido imposible.
La mancha de mi mano se ha ido expandiendo, mis venas se notan aún más.
No duele, no nos perturba.

Día 1040. Campos de Marnika

He dejado la baliza en el monte. Mi comunicador me avisará si algo cambia.
Los animales han empezado a rodearme, ya no me temen.
Mi cuerpo se ha vuelto púrpura, me siento honrada.
Ya no tengo muchas ganas de seguir registrando mi estadía.
Sólo quiero mirar todo a mi alrededor y dejarme llevar por este planeta que ha tocado cada fibra de mi ser.

Día 1484. Campos de Marnika

Decidí salir a caminar por la noche, vi la luna resplandeciente sobre el campo morado, los jukis se quedaban observando la luz no se movían, sus pelajes se veían más brillantes que durante el día. Me detuve en medio de un grupo y mientras acariciaba el suave lomo de uno de ellos, observamos la luna. La luz invadió mi cuerpo y entendí porque nosotros la admirábamos tanto.
Mi corazón se calmó.

Día 1590. Cúmulo de Narea

He vuelto a este lugar, todo me resulta extraño, veo mi capsula cubierta con ramas, no recuerdo bien que ocurrió.
No me importa.

Día 1607. Monte de las Drinas

Esta será mi última entrada, no queremos registrar más mi vida.
Mi cabello ha crecido mucho estos últimos días, ya no lo recojo en una coleta pues me encanta la sensación que me transmite cuando toca el suelo. Una suerte de corriente eléctrica que me energiza suavemente, haciéndome parte de él.
Antes grabar este último registro debo contarles que tuve un encuentro con este planeta. Posé mis pies en el suelo y sentí como mi ser se expandía más debajo de la tierra hasta llegar al núcleo. Sentimos la fuente de energía de todo. Cerré mis ojos y por un instante abandoné mi cuerpo.
Comprendí todo. 
Abrí mis ojos mientras mi cuerpo volvía a su estado primitivo.
Ya no teníamos miedo.
Sólo quiero que sepan que me siento en comunión con mi entorno, jamás he sentido tanta paz en mi corazón. Ya no hay culpa, ni tristezas, no hay gritos, ni ataduras.
No lo entenderían.
La libertad se ha apoderado de nosotros…

Epílogo

Una gran nave de intenso color carmín ingresó a la atmósfera. Se posó en la tierra y las sacerdotisas descendieron de ella. Sus largas melenas y sus miradas serias recorrieron aquel lugar. El viento soplaba haciendo que cada hebra de cabello bailara con él. Algunos animales a lo lejos las miraban, absortos, en silencio, sin miedo. Caminaron dando pasos suaves y frágiles, como si caminaran sobre cristal. Siguieron la ruta hacia la Cima de la Victoria en donde una débil luz titilaba. Al llegar notaron que la baliza seguía transmitiendo una señal. A su alrededor sólo vieron restos de algunos ropajes de una Drina corroídos por el tiempo.
Inspeccionaron la baliza y encontraron a su lado una bitácora holográfica. Algunos pixeles estaban quemados, pero la información estaba intacta. Todas se reunieron en torno a ella y escucharon todo lo que aquellos audios decían. A medida que la voz hablaba tomaron sus manos en torno al aparato, algunas balbucearon cosas ininteligibles, otras derramaron lágrimas y algunas sonrieron. Al finalizar el último audio, ninguna habló.
Al unísono se arrodillaron frente a la bitácora y entonaron una melodía que inundó el ambiente de una paz absoluta, las voces sonaron como silbidos suaves y melódicos. Cantaron por horas mientras los animales empezaban a reunirse a su alrededor.
Al terminar, una de las sacerdotisas, ataviada de largos velos de colores cálidos, miró hacia el Campo de Marnika. Señaló con su largo brazo morado un lugar en el centro de la llanura. Allí, un gran árbol con un fuerte tronco morado elevaba sus ramas al cielo. Todas giraron hacia donde su mano apuntaba, lo observaron maravilladas: sus ramas, delicadas como las de un sauce eran mecidas por el viento, que cantaba a través de sus hojas. Caminaron descalzas a su encuentro, los jukis saltaban a su paso, mientras los pétalos de Narai flotaban alrededor de ellas embelleciendo el paisaje. Al llegar frente a aquel imponente ejemplar, alzaron sus manos al cielo, con la mirada fija y exclamaron al unísono:
—Yksana, madre de todas las Drinas… has vuelto a nacer en libertad.


Diplomada en Literatura infantil y juvenil: Teoría, creación y edicion (IDEA-USACH). Es fundadora de La Ventana del Sur, agrupacion literaria que busca visibilizar a las escritoras de fantasía, ciencia ficcion y terror, y reseñadora de libros juveniles en su blog “La cueva de Elenor”. Ha publicado dos cuentos: “Amén” en Imaginarias: Antología de mujeres en mundos peligrosos (2019 - Editorial Triada) y “Piececitos morados” en la antología Mundos Sutiles (2020 - Editorial Cerbero). Sus áreas de interés son la literatura de ciencia ficción, fantasía y terror, principalmente aquella escrita por mujeres.

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