Páginas

lunes, 23 de noviembre de 2020

Capítulo #21 - Cabeza de Rice Krispies, de Laura Lee Bahr

 Cabeza de Rice Krispies

por Laura Lee Bahr

Mi madre se muere. Al parecer, a las madres les pasan estas cosas. Y a los padres. Y a los amigos. Y a todo el mundo.

No estoy preparada para esto. Supongo que nadie lo está, porque todo el mundo habla de morirse como si no fuera algo que les vaya a pasar a ellos y cuando le ocurre a alguien en tu familia todo el mundo dice cuánto lo lamenta o qué cosa más horrible en lugar de “Bueno, es algo que nos pasa a todos”.

Quiero dejar claro que no estoy defendiendo este tipo de respuesta de ninguna forma. Lo último que quiero, cuando hablo con mi prometido por teléfono y le hablo de este estertor ahogado que mi madre está haciendo al aspirar y le digo que apenas puede pronunciar más de dos palabras seguidas, es que me diga “Bueno, eso es lo que pasa”.

En vez de eso dice que lo siente mucho y que es algo horrible. Y eso es lo mejor que puede decir. Pregunta qué puede hacer para ayudar, que es la mejor alternativa. Le digo que rece por mí.

Son conversaciones cortas. Hay cosas que ambos sabemos que ocurrirán después de que ella muera, como que yo seré la albacea del testamento, porque mi hermana Zelda es una inútil con las cuestiones prácticas y que tendré que hacer todo el trabajo que implica esfuerzo físico y los temas burocráticos cuando alguien se muere y que es mucho más trabajo de lo que te cuenta la gente.

Hay cosas que creemos que ocurrirán cuando muera, como que irá al purgatorio y allí quemará sus pecados, que son muchísimos porque es una bruja.

Pero también hay cosas que no puedo contarle a mi prometido que ocurrirán después de que ella se muera, como que estoy buscando una manera legal de preparar su cuerpo en algún tipo de estofado que serviremos en su funeral.

Es la última voluntad de mi madre.

***

Sí, mi madre es una bruja. No lo digo como un insulto. Ha sido bruja practicante toda mi vida. No tiene un aquelarre y su práctica es en gran medida de cosecha propia, pero siempre ha reclamado el poder de la brujería como propio.

Siempre ha tenido una actitud muy “ciclo de la vida” con la comida. La mayoría de nosotros nos conformamos con contar las calorías y vigilar nuestras cinturas y con saber cuándo tenemos que dejar los hidratos de carbono y lamentarnos de que ponen demasiados productos químicos en los Doritos que nos hacen comer la bolsa entera, pero para ella siempre ha sido algo sagrado y en ocasiones asqueroso. Siempre solía hacer una serie de bendiciones y rituales alrededor de todo lo que se metía en la boca. Raramente utilizaba utensilios de cocina, afirmando que para eso estaban los dedos. No comía carne con mucha frecuencia, pero cuando lo hacía, observarla hacía que el resto quisiera hacerse vegetariano. Nunca olvidaré estar en un picnic cuando tenía ocho años y una de las familias trajo pollo frito. Después de hacer unos murmullos raros del tipo “gracias por la vida que permanece en esta carne”, se lanzó sobre él con ambas manos y con la boca como un animal. Alguien llegó a decirle “pareces un animal comiendo eso” y con el aceite y la grasa y la piel por toda la cara, dijo “¡Lo soy! ¡Y tú también!”.

Estoy en proceso de convertirme al catolicismo. Porque, ya sabes, Dios y todo eso. Le he hablado a mi madre de esto. Es muy anticatólica excepto por la eucaristía, que piensa que es “muy guay”. Habla mucho sobre su historia de violencia desde la Inquisición en adelante, pero sobre todo habla de cuánto odian a las brujas, y dice que entiende que esta es mi forma vengarme de ella. Después dice que sí que piensa que el consumo ritual semanal del cuerpo y la sangre de Cristo es algo que entiende.

Le expliqué que no era su cuerpo y su sangre de verdad y ella respondió que debería investigar un poco más antes de dar el salto y entonces descubrí que tenía razón.

Es lo peor, en ese sentido.

No parecía que se estuviera muriendo cuando nos contó a mi hermana y a mí que eso era lo que iba a ocurrir. Sonaba igual de alegre y satisfecha consigo misma que siempre. No le va mucho la medicina tradicional, pero reconoce que “un emplasto de hierbas no te va a ayudar tanto como los antibióticos si tienes malas vibraciones de verdad rondándote”.  Así que la diagnosticaron de algo que sospecho es un tipo de cáncer, pero nunca quiso contarnos exactamente qué era.

—Contengo en mi cuerpo la maldición típica del humano moderno cuya bendición es la muerte.

Nos dijo que no esperaba sobrevivir al año.

Eso fue hace once meses y tres semanas.

Mi madre, bruja o no, siempre ha tenido un sentido perfecto del momento justo.

Así que aquí hemos estado, Zelda y yo, esperando estas dos últimas semanas. Eso es lo que nos pidió ella. Cuando llegamos aquí, todavía deambulaba por ahí, hablando sin parar, ladrando órdenes que apenas tenían sentido.

Zelda, que me ha puesto de los nervios toda mi vida, es una molestia que agradezco ahora mismo. Honestamente, esta es la vez que mejor nos hemos llevado, y aunque se puede esperar de ella que haga un total de cero cosas que sean ocuparse de lo importante, se le da genial sentarse junto a mamá y hacer lo que ha hecho la mayor parte de su vida... jugar con un mechón de su pelo negro mientras mira hacia un punto indefinido con su propia realidad virtual tras los ojos azul mármol.

Para mí, una soñadora en quien no se puede confiar para hacer cosas prácticas no es mejor que una persona que mira su teléfono constantemente comprobando su Instagram o enviando mensajes con estupideces al pobre idiota de turno que esté al otro extremo; o alguien que solo juega a videojuegos todo el día o incluso aquellos que entierran la nariz en libros.

Nos toca a la gente como yo, que tiene que limpiar tras todo el mundo y averiguar cómo resolver las cosas para que estas personas puedan siquiera existir y tener ingresos disponibles. No digo que no haya cosas que se les dé bien, solo digo que me atacan los nervios. Supongo que eso es lo que tiene la familia. Tienes a alguien como yo, que se encarga de terminar las cosas, y después tienes a gente como Zelda que es (llamémoslo por su nombre) decorativa.

A mamá le gustan las cosas ornamentales, y por eso estoy segura de que Zelda es su favorita, pero por supuesto que me deja todo el trabajo a mí, porque tengo un cerebro dentro de la cabeza que sirve para resolver problemas de verdad y puede dejar que Zelda se dedique a pastar.

Y aunque Zelda es una elección “energéticamente” mucho más apropiada que yo para “deshacerse de objetos mágikos” de la forma ritual que ella exige, Zelda apenas logra recordad cómo lavar un plato en el orden correcto así que me está tocando a mí, incluso cuando digo cosas como “No puedo, me lo prohíbe mi religión”.

Dije eso el primer día aquí en su velatorio y mamá respondió:

—Hay un dicho. Dice: no cabrees a una bruja. Y todo el mundo sabe que no debes cabrear a tu madre. Créeme, tu Cristo lo entenderá. Confiésate y di tus cánticos patriarcales amantes de lo fálico y estarás bien. O aún mejor, espera a que me muera para bautizarte.

Que supongo que es lo que haré.

Así que ahora tengo literalmente cincuenta páginas de listas de cosas que tengo que hacer con los bártulos de mi madre para retornarlos a la tierra, o al Señor, o a la Dama. Pensarías que una yurta no puede contener todos esos trastos. Tanto trabajo para devolver los objetos materiales que deja atrás. El peor de todos, su propio cuerpo.

Al principio de llegar aquí, dijo que estaba pensando que tal vez necesitaba encontrar la manera de llegar a un altiplano africano con suficiente MDMA como para tumbar a un caballo. Dijo que quería que eso que “los hombres pequeños llamaban “caza mayor”” al menos tuviera una oportunidad y se comiera a una criatura anciana, como se supone que deben hacer, y que cuando mordieran su carne, “se pegaran un precioso viaje”. Pero dijo que había esperado demasiado y que la logística sería demasiado complicada para que nosotras (osease yo) lo lleváramos a cabo por ella. Al menos eso supo entenderlo.

Así que lo siguiente que se le ocurrió fue lo que dijo era un plan fácil y sencillo. Básicamente, quería que transportáramos su cadáver en coche hacia la profundidad del desierto, y quería que inyectáramos su cuerpo y lo cubriéramos con una capa “de al menos cinco centímetros de grosor” de una mezcla fermentada de plátanos, azúcar moreno y ron que dijo prácticamente garantizaba que las mariposas la encontrarían y disfrutarían tanto de sus restos como lo harían los gusanos.

Por supuesto, Zelda le dijo lo hermoso que eso le parecía y por supuesto que eso sería exactamente lo que haríamos, y la siguió por la yurta mientras mamá le enseñaba cómo se hacía la mezcla, ambas lamiéndose el plátano, el azúcar moreno y el ron de los dedos.

No mencioné los buitres y los coyotes. Hablé de la ley. Expliqué que eso sería abandonar su cuerpo de forma ilegal y que las autoridades se involucrarían y que habría multas e incluso cárcel cuando se descubriera su cuerpo.

Y a diferencia de Zelda, que acabaría comiéndose la mezcla de plátano para embalsamar antes de que se extendiera de manera apropiada, a mí me importan de verdad los deseos de mamá y hacer las cosas de la forma que ella quiere. Y entonces, esa noche después de que yo explicara que el cuerpo como postre para bichos del desierto no iba a suceder, mamá se hundió.

Al día siguiente, no pudo levantarse de la cama. Y creo que eso probablemente comenzó a fastidiarle la cabeza, porque en ese momento todo el asunto de qué hacer con su cuerpo empeoró. Me dijo que ahora, con una semana restante de vida, que lo mejor que podíamos hacer con su cuerpo era comérnoslo. Y que quería eso más que cualquier otra cosa que ambas pudiéramos hacer. Yo me limité a escuchar mientras ella hablaba y hablaba sobre cómo nos comimos su cuerpo en el útero y cómo nos comimos su cuerpo cuando nos amamantó y que ahora, mientras yacía muriéndose, le resultaba reconfortante pensar que nosotras, carne de su carne, consumiríamos su propia carne después de que se muriera. Nos alimentaría de nuevo con su cuerpo. Y ya sabía qué plato quería ser: coq au vin.

Dijo, lo primero, que entendía que, como carne, necesitaría cierta preparación. ¿Qué mejor forma de preparar su cuerpo que con el vino que más le gustaba? Y después, y esta es la cosa más perturbadora sobre la que mi madre y yo hemos hablado; y creedme, me ha hablado de suficientes mierdas como para dejarme traumatizada de por vida; me contó cómo debíamos preparar su cuerpo y cocinarla.

Y entonces, cuando Zelda entró después de fumarse su medicina matinal, le detalló todo a Zelda también, quien, a su favor, parecía tan asqueada como yo.

Cuando al fin mamá se durmió, le dije a Zelda:

—Sospecho que esto es lo que mamá entiende como un chiste.

—Mamá no cuenta chistes —dijo ella.

Lo que es cierto. Mamá es graciosa, dice cosas divertidas como “No cabrees a una bruja” pero desde luego que eso no es un chiste.

Así que, básicamente, durante los últimos días este es el tema al que vuelve.

—Sí, mamá, acabo de lidiar con esas 75 velas extra distribuyéndolas por distintas tumbas con las bendiciones que me dijiste... —Y entonces vuelve a decir lo feliz que le hace que nos vaya a alimentar con su cuerpo una vez más:

—Pronto seré Coq Au Vin.

Y al final, hoy, he tenido que decírselo:

—Nadie quiere comerte, mamá, esa es la verdad. ¿Vale? Ni yo, ni Zelda. Si la gente se estuviera muriendo de hambre, puede. Una manada de perros salvajes, puede. Pero mírate: ni siquiera sabemos lo que tienes porque no nos cuentas lo que te dicen los médicos y bueno, asumo que es algún tipo de cáncer. ¿De verdad quieres que tus hijas se coman tu asqueroso cuerpo canceroso? Comerse tu cuerpo no es legal, mamá, da igual si somos familia y mamá, ni siquiera creo que podamos aguantarlo.

Como dije antes, ahora es como que solo puede decir dos o tres palabras seguidas, así que no respondió inmediatamente, lo que estuvo bien. Y después le di la lista que había hecho por mi cuenta.

Esta era una lista de cosas que podría hacer con su cuerpo que servirían para lo que buscaba, regresar a la tierra de forma responsable, o simplemente de forma rara y brujeril.

Le conté cómo podía ser transformada en algo que ayudara a la barrera de coral, o ser lanzada al espacio. Le conté que hay un lugar en el noroeste donde podemos hacer que conviertan su cadáver en abono. Que está este traje de hongos con el que se la puede enterrar que la ayudaría a descomponerse y a ser mejor alimento para la tierra. Le conté que hay todo tipo de sitios donde puede ser enterrada sin ataúd y al natural.

Y mi lista también tenía fotos.

—¡Y hay más! Mira, podríamos transformar tus cenizas en un disco de vinilo o ponerlo en una urna que parece una figurita de acción... A mí no me gusta la idea, pero Zelda podría guardarla en su caravana en Acton y utilizarla cuando haga sus lecturas de tarot o lo que sea...

Zelda parecía un poco alarmada.

—Oh... Esta es mi favorita, ¡puedes ser un árbol! Esta empresa... mira, ponen tus cenizas con la semilla de un árbol y mira cómo puedes ayudar al árbol a crecer. ¡Mira todos los árboles que puedes ser! Este lo podría en mi jardín delantero... Me encantaría.

Y Zelda, bendita sea, hizo ruiditos de entusiasmo y maravilla al ver los árboles.

—Mamá, podrías ser un roble, ¿qué te parece? ¿O un arce? ¿A que es precioso? ¿No te gustaría ser un árbol? —Zelda la miró con emoción en la mirada.

Mamá respondió por fin con tres palabras que he acabado odiando:

Coq Au Vin.

Hubo un silencio, como si Zelda y yo sintiéramos ambas el peso de la voluntad de nuestra madre, y la realidad de ese cuerpo.

—Mamá —dije —. Es ilegal.

Y entonces ella dijo otras dos palabras.

—Gram Parsons.

Hablar le dolía, y no dijo nada más.

***

Así que ahora, Zelda y yo estamos en la yurta mirando las estrellas mientras mamá duerme, lo que significa, si su estimación del tiempo es correcta, que esta es la última noche de su vida. Bueno, yo estoy mirando las estrellas y Zelda está mirando su teléfono y fumándose un porro.

A Gram Parsons, cantante de folk en los 70, me cuenta leyendo una página de Wikipedia, su manager le robó el cadáver en el aeropuerto de Los Ángeles y se lo llevó a Joshua Tree, donde le prendió fuego. Hay muchos detalles y ella sigue leyendo.

Le digo a Zelda que se calle.

Ella se encoje de hombros.

Después de más de 30 años siendo hermanas tenemos poca capacidad para herir los sentimientos de la otra.

Me pregunta si quiero darle un tiro a su porro. Le digo que de ninguna forma. La maría siempre me ha generado una sensación de pánico. Entonces saca una petaca con wiski y me pregunta si quiero un poco de eso, y supongo que sí quiero.

—Básicamente, está diciendo que si el amigo de Gram Parsons hizo eso por él nosotras deberíamos hacerlo por ella.

No le digo que obviamente, uh, no necesito que me lo deletree porque obviamente, uh, ella sí que necesita que se lo deletreen.

Guardamos silencio durante un rato.

—Puede que no dure otro día más, ¿sabes? —dice Zelda —. ¿Sabes?, quiero decir, podemos decirle simplemente lo que quiere oír y luego, ya sabes... Lo resolveremos más tarde.

—Quieres decir que yo lo resolveré más tarde, yo. Y que lo que sea que yo haga no será suficiente para ti porque siempre dirás “No, mamá quería que nos la comiéramos en un guiso con vino y en vez de eso la incineraste. ¡Buaaaaa! ¡Qué mala eres!” durante el resto de nuestra vida.

—No haré eso —dice Zelda. Lo que supongo es cierto. No lo hará. Pero no se trata de eso, de todas formas. No voy a mentirle a mi madre sobre su última voluntad. No quiero decirle a Zelda que soy mejor persona que ella porque de ninguna forma le diría a mi madre que voy a hacer algo y luego no hacerlo. Pero lo pienso.

Así que doy un buen trago de wisky y le digo a Zelda que estoy harta de esta yurta y de que me alegro de que solo nos quede un día de esto.

Y yo, a pesar de que ahora soy católica y que creo que todo el asunto da mucho asco, coma o no el cuerpo y la sangre de mi Dios, como dice mi madre, no me voy a dejar superar por un hippie drogata de los años setenta.

A mi prometido le repugnará totalmente mi actitud. Puede que no se case conmigo, y puede que la Iglesia Católica no me acepte. Y quién sabe, puede que esto me consiga un lugar en el purgatorio, quemando mis pecados justo al lado de mi madre, pero bueno, la familia es la familia y católica o no y bruja o no, sigue siendo mi madre.

Si mi madre quiere que la convierta en Coq Au Vin, a la mierda. Bien. Averiguaré cómo. A la mierda.

Y yo voy a dormir. Creo que no he pasado una sola buena noche desde que llegué aquí.

Mientras me dirijo a la pared de mi yurta en la que está mi saco de dormir, puedo ver a mi madre, la vela sigue ardiendo, duerme, esa respiración dificultosa y dolorida cuyo sonido apenas puedo soportar. Es el peor sonido del mundo. Excepto cuando se pare finalmente, supongo. Ese silencio será peor.

Recuerdo cuando era una adolescente y odiaba a mi madre. Quiero decir que la odiaba de verdad. Incluso solía decirle “Te odio y ojalá estuvieras muerta”.

—¡Yo te quiero y tú te comerás esas palabras! —solía responderme ella.

Dios mío. Lo había olvidado. “Te comerás esas palabras”.

Ojalá pudiera comerme esas palabras en vez del cuerpo de mi madre. Porque si pudiera comerme mi odio pasado y esos deseos de que estuviera muerta, tal vez no se moriría.

Y giro para mirar a la pared y trato de dormir. Es difícil caer en el sueño.

Pero cuando lo consigo, tengo este sueño.

Tengo trece años, y digo esas palabras: “¡Te odio! ¡Ojalá estuvieras muerta!” y recuerdo que me hizo una bandeja gigantesca de barritas de Rice Krispies. Normalmente no hacía cosas así. Normalmente eran cosas como elixires de lavanda y jengibre o algo así si quería hacer algo dulce, pero ese día recuerdo que me hizo barritas de Rice Krispies. Y los hizo para mí, ni siquiera para Zelda. Puede que fuera mi cumpleaños. Tiene que haberlo sido. Sí, había una vela, esto ocurrió, esto ocurrió de verdad, esto no es parte del sueño.

Pero esta parte la estoy soñando porque mi madre ahora es joven, tal y como la veo, con esta bandeja de barritas de Rice Krispies que ha hecho para mí, con una vela en ellas. Mi madre, llena de vida, tan hermosa, tan ella misma siempre. Nunca vi de verdad cómo de hermosa es. Pero una parte de mí sabe que esta parte es un sueño porque ella se está muriendo, y aunque esto es algo ordinario siento como si todavía estuviera pasando. No, esto solo es un sueño y recuerdo que en algún lugar estoy durmiendo en el suelo.

Pero parece que está aquí, con esas barritas de Rice Krispies y me coge de la mano. Y el “te odio” que digo y que resuena en mi cabeza no tiene dientes, igual podría ser mi canción de cumpleaños.

Y ella me peina el pelo con la mano y mi pelo está todo hecho de esa cosa hecha de nube de azúcar y mantequilla cuando sigue siendo líquida y ella dice “¡Ups!”. Y después lo vuelve a pegar a mi cabeza. Y lo siento, mi cabeza es una barrita de Rice Krispie gigantesca, la verdad, es muy raro. Nunca lo había notado. Nunca supe de qué estaba hecha. Y entonces me despierto.

Mi madre también está despierta, y me está mirando, con una sonrisa así en la cara.

Y me arrastro hasta ella y le cojo de la mano.

Y nos quedamos ahí sentadas un rato.

Después entra Zelda. Nos ve, y simplemente se sienta a los pies de mamá. Así que ahora ambas estamos aquí.

Le digo lo que acaba de visitarme. En un sueño.

Le digo que he encontrado la respuesta. Le digo que recuerdo cuando me hizo barritas de Rice Krispies por mi cumpleaños. Le digo lo mucho que significaron para mí. Le digo que lo que quiero hacer, con su permiso, es convertirla en barritas de Rice Krispies. Le cuento exactamente cómo puedo mezclar sus cenizas con mantequilla y nubes de azúcar.

—Eso suena delicioso —dice Zelda.

—¿Qué opinas, mamá? —pregunto—. ¿Te parece bien?

Mi madre aparta lentamente la mano que sostengo con mi mano y me toca el pelo.

—He cambiado —dice— de opinión. —Le lleva un tiempo decir solo eso.

—Quiero —dice, una palabra y después una inhalación. Así estamos. Una palabra y una inhalación—. Ser —dice—. El árbol.

Entonces asiente. Cierra los ojos.

—La opción —dice, de nuevo—. Del árbol. —Le cuesta. Una sola palabra. Pero lo dice de nuevo, para asegurarse de que lo sabemos—. Quiero ser. El. Árbol.

Así que ahora tanto Zelda como yo estamos llorando. Pero todavía tengo que ser la práctica. Tengo que asegurarme de hacerlo bien.

—¿Qué árbol? —pregunto.

Presiona mi mano, para que sepa que la respuesta es para mí.

—Tú eliges —dice—. Tú —dice—. Tú. Eliges.


Laura Lee Bahr es escritora, actriz y directora de cine.

Como guionista ha ganado premios por las películas Jesus Freak (LA Film Festival) y The Little Death, y en 2015 estrenó su primera película como directora, Boned. También ha sido premiada por su trabajo como actriz y siente una total devoción hacia el teatro de pequeño formato. Durante mucho tiempo fue miembro de la compañía Eclectic Company Theatre, con la que coescribió el libreto del musical Gothmas. 

Con su primera novela, Fantasma, ganó el premio Wonderland 2011 y fue nominada a los premios Ignotus y Kelvin505. Su segunda novela, Porno Religioso Improvisado, ganó en 2019 en premio Guillermo de Baskerville a mejor novela traducida y el premio Carlton Mellick III. 




Avisos por contenido sensible: Canibalismo

No hay comentarios:

Publicar un comentario