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viernes, 3 de febrero de 2023

Capítulo #67 - L’hiver est assis sur un banc, de Margaret Dunlap


L’hiver est assis sur un banc

por Margaret Dunlap

(avec mes remerciements à Jacques Prévert)


Invierno está sentada en un banco. No la perciben las personas que pasan frente a ella, los niños que juegan, los pájaros que vuelan de un árbol a otro. La ignoran, como si no fuera más destacable que un hombre con gafas, vestido con un traje gris. 

Hierve de rabia, pero no puede moverse. 

Cada día el sol se alza un poco más alto, un poco más caliente, y engulle partes de su carne helada. Está tan fija en su lugar como lo está el sol en su trayectoria, pero que la danza eterna de los cielos sea inevitable no significa que ella lo acepte con elegancia. 

Invierno cada año llega más tarde. Primavera llega antes. Su tiempo mengua mientras el de su hermano Verano medra, pero todavía queda algo de frío en el mundo, y mientras su corazón gélido permanezca helado en su pecho, perseverará. 

La ira puede que arda blanca; el odio es frío e insidioso.

No lo suficientemente frío, sin embargo.

Gracias al extemporáneo cambio de estación, su envoltorio vital casi ha desaparecido. Parece una muñeca de nieve que alguien construyó sobre este banco como un proyecto artístico efímero, o puede que como un comentario sobre la infrecuencia del servicio de autobuses en esta ruta en las afueras. 

Hace una semana, su pelo era una cascada de ébano que fluía más allá de sus hombros. Ahora, es hierba muerta aplastada contra un cuero cabelludo glacial. Su pecho derecho, el que mira al sureste, ha desaparecido; el tórax que hay debajo apenas es cóncavo. Su pelvis permanece incrustada entre los listones de madera, pero entre ella y los restos de sus muslos su mirada avanza hasta el suelo embarrado bajo el banco.

Sus brazos han menguado hasta formar témpanos que cuelgan de cada hombro. El derecho apenas llega a la parte inferior de sus costillas, pero al izquierdo, a la sombra del resto del cuerpo, le va un poco mejor. El muñón de una muñeca está tentadoramente cerca de la parte superior de su pierna.

Si lograra alcanzar la pierna, podría sacrificar el extremo de su brazo para reconectar su pierna al torso. Una vez esté bajo su control, podrá utilizarla para incorporarse y balancearse lo suficiente como para asentarse sobre la otra también.

No será bonito de ver, pero la belleza no es necesaria. 

Lo único que necesita es estar de pie para cuando llegue el autobús. Si está de pie, podrá subirse a él.

Se subirá a la parte de atrás, oculta por la salida de las criadas, las cocineras y las niñeras que descienden aquí para caminar el último kilómetro hasta las casas donde se pasan los días creando los hogares de otros. 

Una vez a bordo, su pelo seco y lacio y sus proporciones acortadas significarán que nadie se negará a cederle un asiento junto a la puerta trasera, reservada para los ancianos y los enfermos, donde el frío del exterior la protegerá del calor asfixiante que se expande desde el motor.

Nadie mirará su figura encorvada y deforme más de un instante. Parece que los humanos creen que la enfermedad y la muerte son algo que puede contagiarse con la mirada, aunque lo cierto es que se contagiarán miren o no. 

A los humanos se les da bien ver lo que esperan ver. Los que viajan al trabajo no percibirán su verdadera naturaleza mientras esté allí sentada con ellos. Tampoco lo harán los padres que riñen a sus herederos, envueltos en abrigos de camino a la guardería.

Los niños…

Los niños tienen menos expectativas. Captan las cosas que los adultos no perciben. Pero eso tiene sus propias ventajas. Los niños verán su verdadera necesidad, incluso aunque esté alojada en el cadáver en descomposición de su helada figura .

Los niños pueden ser muy útiles.

Podrá seguirles cuando desciendan del autobús hasta el patio de la guardería. Allí todavía habrá nieve, bajo las ramas extendidas de un roble.

Siempre hay un roble, resguardando el invierno entre sus raíces mientras las ramas esperan la primavera.

El maldito calor precoz significa que los profesores dejarán que los niños salgan fuera a jugar. Cuando sean liberados durante el recreo, los niños podrán ayudarla a recoger nueva carne nevada para sus huesos helados; la ayudarán a construir un cuerpo lo suficientemente fuerte como para mantener el espejismo de resistencia y juventud, no decrepitud vergonzosa.

Todavía queda algo de invierno en el mundo. Aún podrían quedarle unas cuantas semanas más.

Tan poco tiempo.

No el suficiente. 

Puede que uno de los niños serviciales no regrese al interior cuando el profesor les llame. 

¿Se dará alguien cuenta?

No. Los niños humanos no son un bien escaso. E incluso en estos tiempos sus padres saben, en algún lugar en lo profundo, que los antiguos dioses deben ser alimentados.  

Solo se llevará uno.

Uno será suficiente para aguantar los meses de calor.

Los meses que cada vez son más largos y más calurosos. 

Dos sería mejor.

¿Tal vez?

Definitivamente.

Dos. 

El bus se acerca.

La gente pasa. Los niños juegan. Los pájaros saltan de un árbol a otro. 

El bus llega, se detiene, se marcha.

Otro vendrá.

Invierno está sentada en un banco.

Lo único que necesita es alcanzar su pierna. 



Margaret Dunlap es la autora de más de una docena de relatos cortos y novelettes que se han publicado en Uncanny, Apex, The Sunday Morning Transport y como parte del equipo nominado a los Locus responsable de Bookburners. También escribe para la television, donde sus créditos incluyen la serie de culto The Middleman, Blade Runner: Black Lotus y la ganadora del Emmy Dark Crystal: Age of Resistance. Vive en Los Angeles, en www.margaretdunlap.com, y en Twitte como @spyscribe.

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