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viernes, 26 de agosto de 2022

Capítulo #59 - Las Matemáticas del País de las Hadas, de Phoebe Barton

Las matemáticas del país de las hadas

por Phoebe Barton

Si tuvieras un motor de curvatura, sería fácil. Las matemáticas son raras de la misma forma que las líneas ley son raras: invisibles pero adivinables. Has logrado escalar montañas más adustas, dedo a dedo. Ya has realizado las compensaciones para el movimiento estelar, la curvatura espaciotemporal y la congruencias hiperespaciales. Has tachado cientos de ecuaciones escritas con tinta de un azul frío como el de los jacintos y las has amontonado en un calcetín de punto bajo la cama, un lugar donde solo a Berenice se le ocurriría mirar. Las ecuaciones que te dirían exactamente dónde tienes que cortar para crear un agujero entre mundos, si tuvieras el cuchillo correcto. Podrías traer a Berenice de vuelta a casa.

jueves, 11 de agosto de 2022

Capítulo #58 - La Vitesse, de Kelly Robson


La Vitesse

por Kelly Robson

2 de marzo de 1983, a 30 kilómetros al suroeste de Hinton, Alberta. 


—Rosie —dijo Bea en un susurro, pero las ruedas del antiguo autobús escolar se desplazaban con estrépito por encima de la gravilla, y su hija no la oyó. Rosie estaba despatarrada en el asiento del copiloto con los ojos cerrados. No se había movido desde que Bea la había hecho subirse a La Vitesse a las seis y cuarto de la mañana. Pero no estaba dormida. Una madre siempre notaba esas cosas. 

Bea alzó la voz hasta alcanzar un susurro teatral: 

—Rosie, tenemos un problema. 

Siguió sin reaccionar. 

—Rosie. Rosie. Rosie.  

Bea agarró uno de los guantes que había en el salpicadero y lo tiró. No se lo tiró a su hija; a su hija nunca. Rebotó en la ventana y cayó sobre el regazo de Rosie. 

—Mamá, estoy durmiendo. —Un ceño fruncido grande y terrorífico. Bea no había visto sonreír a su hija desde que había cumplido los catorce.  

—Hay un dragón detrás de nosotras —dijo silenciosamente, vocalizando las palabras. Ninguno de los otros niños se había dado cuenta, y Bea quería que eso siguiera así. 

Rosie puso los ojos en blanco. 

—No sé leer los labios. 

—Un dragón —susurró—. Nos sigue.  

—Ni de coña —Rosie se irguió de un salto. Se retorció en su asiento y miró hacia atrás por el pasillo central, pasados los niños vestidos con sus monos y gorros de nieve—. No lo veo. 

La ventana trasera estaba marrón por el aguanieve sucia y congelada. Gracias a Dios. Si los niños vieran al dragón, se pondrían a chillar.  

—Ven y echa un vistazo.