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viernes, 31 de diciembre de 2021

Capítulo #45 - El ciervo-esqueleto camina, de KT Bryski

El ciervo-esqueleto camina

por KT Bryski

 

El ciervo-esqueleto camina en mitad del invierno, las astas puntiagudas, las pezuñas duras. La nieve, de un blanco profundo, se extiende bajo el cielo, de un negro profundo. El aire frío corta los pulmones; el río descansa quieto como una piedra.

Por encima de las corrientes de las cumbres se acerca el ciervo‑esqueleto, sin dejar marca de su paso. Abajo, en la aldea, cierran las cortinas rápidamente contra él. Cierran sus puertas con buenos cerrojos. Ponen ajo en los dinteles y acebo en los alféizares.

El ciervo-esqueleto se acerca como una ventisca de nieve. Sus cascos repiquetean sobre los tejados. Golpean la puerta una sola vez. Su voz rechina como una mortaja que se arrastra sobre el suelo congelado. «Buey en la caja, casco en la teja. Trae carne y vino para el ciervo famélico». 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Capítulo #44 - El misterio de la contrabandista, de Ana Rüsche

 


El misterio de la contrabandista

 

por Ana Rüsche

Traducción: Ana Rüsche & Libia Brenda

 

—¡Mira! ¡De nuevo esa carcacha! —El oficial de la aduana señaló la zona de aterrizaje—. Soplón, ve allá y revisa bien la carga, estoy seguro de que esa anciana es una contrabandista. ¡Descarga la mercancía!

«Soplón» era, en realidad, el apodo de un robot RB-C13:1. Armado con piezas pulidas y de noventa centímetros de altura, el joven RB presentaba con orgullo las relucientes articulaciones en su primer trabajo, una aduana en Esmeraldina, un olvidado fin del mundo en el cinturón de asteroides entre Júpiter y Marte. El robotcito se confundió durante unos microsegundos con la orden de su jefe: ¿la inspección recaería sobre la nave o sobre la robot piloto?

Como tenía la misión de no fallar jamás, el RB-C13:1 decidió inspeccionar ambos. Mientras que Gilbertão, el oficial, ni se movió de su silla, simplemente se quedó mordisqueando una pata de rana seca. Era un flacucho que no salía nunca de la cabina porque le daba demasiada pereza meter la poca carne y los muchos huesos en su uniforme de movilidad exterior, que tenía máscara presurizada, guantes y tubos irritantes. Escupió un cartílago de rana, maldiciendo, dejaría que el robot se encargara de la tarea.

—Datos, documentos, entrada —emitió RB-C13:1 a la nave recién llegada a la pista. Inmediatamente recibió los datos:

—Nombre: Stanislawa Red Bridge. Desde Vesta, plataforma Olivina. A Ceres Central, plataforma de Dolomita. Manifiesto O4NAS-VUXP23-GOSN2.

El empleado emitió entonces el protocolo común, en el que solicitaba a la pilota que descendiera en la pista. Esta era una RB-X de fabricación extinta. De pie junto a la nave, la robota lucía como un coloso metálico de 1.90 m de altura. Llevaba una peluca sintética de color lila, que bajaba en cascada por su espalda plateada.

Atento a la inspección, el robotcito reflexionó sobre el ahorro que representaba la estandarización robótica en unidades de menor estatura: el consenso establecía que no era necesario tener más de 90 centímetros para desempeñar la mayoría de tareas; cosa que también hacía sentir más cómodos a los humanos.