Negra asaltatumbas busca trabajo
por Eden Royce
Abrí los labios del cadáver haciendo palanca; la flojera me dijo que llevaba muerta más de dos días, y utilicé la punta del dedo para rebuscar dentro de su boca. Se abrió lo suficiente para que pudiera meter a presión el embudo, la punta tintineó contra sus dientes. Incliné mi petaca revestida de porcelana (el metal era un no rotundo) para derramar el té dentro de su boca. No era necesario que tragara; la cantidad suficiente descendería para que la magia funcionara. Me incorporé alejándome del agujero poco profundo en el que yacía ella, mis articulaciones envejecidas protestaron a rabiar; después le puse el tapón a la petaca antes de ocultarla junto con el embudo en el interior de mi media. Nadie iba a mirar bajo la falda aquella.
Esta
noche era amable. La temperatura a lo largo de la bahía de Charleston había
caído, creando una niebla espesa que la luna no lograba atravesar del todo. Luz
suficiente para ver el camino de vuelta a casa, pero no suficiente para darle a
los metomentodos una imagen definida. Mi oído siembre está abierto al crujido
de pies o el sonido de cascos acercándose, solo que esta noche no tendría que
preocuparme por esquivar los carruajes: los ojos esos de los caballos no veían
nada de bien en la oscuridad. De todas formas, miré a mi alrededor mientras me
agachaba sobre la montaña de tierra recién removida junto a ella y esperaba.
Se revolvió. Una sacudida breve, como si la hubiera atravesado la descarga de un rayo. Cuando sus ojos se abrieron (lo primero que hacían todos era abrir los ojos), acababan de empezar a volverse lechosos. La cogí de la mano y la ayudé a levantarse de hoyo al que la habían tirado.