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sábado, 27 de noviembre de 2021

Capítulo #43 - Negra asaltatumbas busca trabajo, de Eden Royce


Negra asaltatumbas busca trabajo

por Eden Royce

Abrí los labios del cadáver haciendo palanca; la flojera me dijo que llevaba muerta más de dos días, y utilicé la punta del dedo para rebuscar dentro de su boca. Se abrió lo suficiente para que pudiera meter a presión el embudo, la punta tintineó contra sus dientes. Incliné mi petaca revestida de porcelana (el metal era un no rotundo) para derramar el té dentro de su boca. No era necesario que tragara; la cantidad suficiente descendería para que la magia funcionara. Me incorporé alejándome del agujero poco profundo en el que yacía ella, mis articulaciones envejecidas protestaron a rabiar; después le puse el tapón a la petaca antes de ocultarla junto con el embudo en el interior de mi media. Nadie iba a mirar bajo la falda aquella.

Esta noche era amable. La temperatura a lo largo de la bahía de Charleston había caído, creando una niebla espesa que la luna no lograba atravesar del todo. Luz suficiente para ver el camino de vuelta a casa, pero no suficiente para darle a los metomentodos una imagen definida. Mi oído siembre está abierto al crujido de pies o el sonido de cascos acercándose, solo que esta noche no tendría que preocuparme por esquivar los carruajes: los ojos esos de los caballos no veían nada de bien en la oscuridad. De todas formas, miré a mi alrededor mientras me agachaba sobre la montaña de tierra recién removida junto a ella y esperaba.

Se revolvió. Una sacudida breve, como si la hubiera atravesado la descarga de un rayo. Cuando sus ojos se abrieron (lo primero que hacían todos era abrir los ojos), acababan de empezar a volverse lechosos. La cogí de la mano y la ayudé a levantarse de hoyo al que la habían tirado.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Capítulo #42 - Equilíbrio ecológico, de Yadira Álvarez Betancourt

 Equilibrio ecológico

por Yadira Álvarez Betancourt

 

“a cada fuerza de acción corresponde

una fuerza de reacción igual y opuesta”

Newton

 

A Richard Matheson y C. M. Kornbluth.

                                                     

Cuando escapé de casa no esperaba que nadie fuera a buscarme. Para alguien como yo puede ser bien sencillo desaparecer y puse todas las esperanzas en mi pequeña talla y mi aire insignificante.

Salir de la reserva es muy peligroso. Del lado de acá de la frontera, ellos, de allá, nosotros. Pero nunca creí que les interesara mucho mi persona: incluso mi madre había dejado claro que yo era un fenómeno indeseable y todo el mundo me miraba con desprecio.

Hijo bastardo, no bastardo en el sentido moral, sino en todos los sentidos. No solo tenido fuera de la ley, no; bastardo de una violación contra natura: uno de ellos, una de nosotros. Que esa bestialidad embarazara a mi madre fue casi herético; se creía que existía un escollo insalvable, incompatibilidad genética total y definitiva, y para mi gente era en todo punto imposible que una humana pudiera concebir un hijo de…