Estamos aquí para ser abrazadas
por Eugenia Triantafyllou
La primera vez que tu madre te traga entera en realidad no lo ves venir. Es una tarde de otoño y has vuelto del colegio, de los juegos, de la compañía de los niños y las niñas, confiada. Has escuchado los rumores, claro. Los niños que un día juegan a tu lado y al siguiente, desaparecen. Los adultos que atraviesan el mundo arrastrando los pies como recién nacidos, con los ojos vacíos, hambrientos, con andares vacilantes.
Aun así, no pensaste que te pasaría a ti.
Antes de que te devore, Madre te mira fijamente con una
mirada impenetrable. Impenetrable porque todavía no has dominado el arte de
leer las expresiones de tu madre.
—Todavía no estás preparada para nacer —te dice Madre—.
Así que te guardaré aquí, en mi boca, hasta que llegue el momento.
Lo que pasa es que, ya habías nacido una vez, hacía doce años. Estás segura de ello, aunque no te acuerdes del todo. Tratas de decírselo a Madre, pero su boca te envuelve por completo y desde todos lados. La piel que rodea tu cuerpo enroscado es pegajosa, está caliente y aísla. Tus palabras se ahogan en la garganta de tu madre, descienden deslizándose por su esófago, un lugar al que no quieres ir. Así que te aferras con fuerza a los bultos carnosos que son las amígdalas de tu madre y rezas porque el momento de tu segundo nacimiento llegue pronto, como el despertar de un sueño.