La cocinera
por C.L. Clark
La primera vez que la veo, apenas es un vistazo. Estoy de pie en el
salón común de la posada y les otres guerreres se sientan a horcajadas en las
sillas y piden cerveza a gritos. Mientras unos buscan a una moza o mozo
tabernero, unas mejillas que pellizcar, una vida a la que aferrarse, mi
estómago ruge con el gruñido de un monstruo. Debería estar muerta: así de feroz
es el rugido. Huelo el cordero asado, el estornudo inconfundible de los granos
de pimienta recién molidos y el ajo, pero está todo oculto tras la puerta de la
cocina.
Una mujer maldice y se ríe y maldice de nuevo desde esa cocina, y un mozo sale haciendo equilibrios con varios platos trincheros llenos de pan sobre los brazos. Detrás de él, la veo limpiarse las manos sobre las curvas medidas de sus caderas. La parte posterior de su cabeza está cubierta de pelo corto y negro. Toma un cuchillo de plata antes de que la puerta se cierre de golpe tras el mozo y el pan llega a mi mesa y no queda espacio en mi cabeza para nada más. Pero cuando me he llenado hasta reventar, escucho su risa de nuevo y no estoy segura de si me lo he imaginado o no.