Resiliencia
por Christi Nogle
Jason llega a casa mientras friego los platos. Se acerca
por la espalda, me rodea la cintura con los brazos y me hace cosquillas en el
lateral de la cara con su barba nueva y suave. Observamos a las ardillas
jóvenes, que sacuden una rama del árbol, las escuchamos parlotear a través de
la ventana abierta. Atraviesan el patio lanzadas y cruzan la calle.
—¿Qué tal ha ido con el doctor Emory? —pregunta Jason. Ya
se ha dado cuenta de su desliz—. Watson, perdón.
—En realidad es Watson-Newcamp. Es maravillosa, como lo
prometido. —digo.
Tan pronto como lo digo, me pregunto si lo pienso de
verdad. La nueva doctora, de apenas treinta o treinta y cinco años, me pareció
alguien con quien haría yoga o me iría a almorzar, pero habló con la misma
tranquilidad y delicadeza que el doctor Emory. Sus ojos redondos eran tan
oscuros que casi no puede verle las pupilas.
—Me alegra que te dejara en buenas manos —dice Jason. Pienso que se va a quedar y charlar, pero él también tiene cosas que hacer en la casa. Saca los contenedores de basura y reciclaje por la puerta trasera, y después nuestro hijo Simon baja las escaleras corriendo. Eso es todo lo que veo de ellos hasta la cena.