Nunca
sabemos cuándo llegará el mercado, aunque viene dos veces al año; una extensión
de tres días, o cinco, o siete o nueve, pero nunca más. Por la noche, el sonido
de la madera, el clavo y la rueda giratoria en los campos que nunca se aran,
nunca se dañan, en los que no crecen las moras salvajes, y por la mañana el
mercado está allí, los puestos y las tiendas en hileras trilladas, un laberinto
de todas las cosas que el alma desea.
Tres
días, o cinco, o siete o nueve, y después desaparece.
Durante nuestra campaña de Verkami para financiar el segundo año del protecto realizamos la lectura de este relato inédito de una de nuestras autoras, Gabriela Damián, en compañía de un grupo de mujeres talentosas en nuestro canal de You Tube. Aquí ponemos a vuestra disposición el texto del relato.
Mujeres soñando con el amor, mientras son observadas por un ser inmortal
por Gabriela Damián
Miro a la que
soy dibujada en el interior de mis párpados con tanta claridad que no pareciera
un sueño. Me veo sentarme sobre la esterilla y desnudarme, capa por capa caen
al suelo las doce mangas de las doce túnicas de seda colorida, producen un
suave bisbiseo. La luz de la luna se filtra por los muros de bambú y papel que
me guardan del resto de la casa, soy una figura de porcelana líquida. Me
tiendo, duermo. Todo está en silencio, excepto mi rostro. En sus expresiones
adivino los placeres que recibo de mi amante, una danza invisible en el
misterioso paraje del sueño: la boca entreabierta y húmeda, la nariz
frunciéndose con un mohín de gozo, las cejas arqueadas en un gesto dulce. Mis
manos quieren asir las manos ausentes. Quizá los diez dedos logran entrelazarse
en el sueño, pero yo sólo me veo apretar mi propia carne. Cuando amanece y el
cielo se tiñe de rosa, las dos pinceladas negras que son mis párpados se abren.
Por un instante veo a quien me ve dormir. Me veo a mí. Y entonces
despierto, esta vez de verdad. La visión me asusta, me confunde. ¿Será alguna
clase de mensaje? ¿Un presagio de muerte? Resuelvo convertir mi angustia en un
objeto que pueda observar, estudiar, comprender. Un jarrón, pintado por la
mejor artista, para contemplarlo. Lo podría romper, de ser necesario, si resulta
que esto es un maleficio. Lirio, mi más querida, entra a la habitación para
vestirme y cepillar mi pelo. Cuando termina de acicalarme pienso que el miedo
se ha disipado, pero al poner el espejo de bronce delante de mí, cierro los
ojos para no ver mi reflejo.
Abrió las treinta y dos cajas de
laca,metidas una dentro de la otra
hasta el infinito. La última, cubierta por un paño dorado sobre el piso negro, apenas fue tocada. Tenía los dedos pintados de
rojo. Siguiendo las severas órdenes enunciadas desde la puerta trasera, sólo
debía yacer sobre su espalda y dejar que las manos ajenas le corrieran encima.
La cuchilla descendió varias veces, dejándolo todo azul en el hueco
de la axila.