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lunes, 6 de julio de 2020

Capítulo #14 - Esto no te pasará a ti, de Marissa Lingen

Puedes ver los avisos por contenido sensible al final de este post


Esto no te pasará a ti

De Marissa Lingen

 

Yo enfermé.

Eso no te pasará a ti.

Ahora tienen un antifúngico. Saben cómo matar todas las pequeñas esporas cuando comienzan a arrastrarse por tus tejidos, tus pulmones, tus globos oculares, tu hígado.

Yo no sabía muy bien lo que me estaba pasando.

Eso no te pasará a ti.

Todos los signos y los síntomas se conocen bien. Te han enseñado. Hasta los alumnos más pequeños están concienciados. Las semanas de preguntarse si deberías ir al médico, si te rechazarían por hipocondriaca. Si tal vez solo es que estás cansada, nada más que dolorida, apenas tienes un resfriado, solo estás luchando contra un bicho. Le siguen los meses de ir de médico en médico, preguntándote que es lo que tuviste, preguntándote si alguna vez se irá. Eso ahora es algo del pasado.

Eso no te pasará a ti.

Ahora lo sabemos todo, y por supuesto tienes todas tus necesidades cubiertas, todos los cuidados, y nunca estás fuera del alcance de los médicos, ni para ir de vacaciones, ni durante los viajes de trabajo, ni durante emergencias familiares, ni por otro motivo. El papeleo no se joderá nunca. Nadie decidirá jamás que eres una excepción. Todo se entregará a tiempo. Cada paso del tratamiento, todas las valoraciones correctas, en el orden correcto. Todo. Nada es irreversible ya, porque vivimos en el futuro. Desde luego, nada que le ocurra a tu propio cuerpo.

El primer equipo prostético falló.

Eso no te pasará a ti.

Los sitios en los que reforzaban mis piernas, mis dedos, mis ojos: el metal colapsó y las conexiones sinápticas perdieron la coherencia. Mis piernas se detuvieron bajo mí cuando trataba de ser una buena ciudadana, recogiendo mis medicamentos y mis ungüentos de la farmacia después de pasar a recoger el regalo de cumpleaños de mi sobrina. Así que su regalo se rompió contra las baldosas deslucidas y blancuzcas de la farmacia. Había seleccionado con cuidado la caja de bloques de construcción correcta, y esta quedó aplastada bajo mi cuerpo y los bloques se esparcieron mientras yo convulsionaba y babeaba y toda la electrónica avanzada, integrada en mi propio sistema nervioso, se volvía contra mí.

No podía ver los bloques, porque los sitios en los que las prótesis estaban integradas en mis ojos estaban cortocircuitando, pero los podía sentir bajo los nervios que todavía funcionaban, en mi bíceps, en mi cadera, en mis costillas. Y todavía podía oír los gritos sobresaltados de los otros clientes, la alarma de los farmacéuticos, como una bandada de pájaros enfadados. Esos nervios también funcionaban todavía. El hongo no se los había comido. El fallo en el sistema no se los había llevado.

Pero seguro que eso no vuelve a pasar.

El segundo equipo de prótesis dolía. Cada instante, de cada día, dolía.

Eso no te pasará a ti.

Me arrastré de una parte de mi vida a otra; cada segundo, dolor. Un buen día era un día en el que podía centrarme en el trabajo, que se suponía que era enseñar teoría musical a mis alumnos universitarios. El dolor alargaba mis ritmos, modificaba mi escala, y me hacía perder el tiempo de verdad. Se suponía que las prótesis debían reforzar mi cuerpo, pero en su lugar trabajaban en su contra. En todos los sitios en los que debían acomodar mis nervios dañados, encontraban el daño.

Basaron sus investigaciones en gente como yo. Los datos han sido contrastados. Es todo muy fiable. Han aprendido mucho. Las probabilidades de que se dé un desequilibro neural tan horrible han disminuido, y todo el mundo sabe que si alguien dice que el éxito es del 95%, significa que nadie que conozcas lo sufrirá. Porque seguro que no conoces a veinte personas. Tú no eres una de cada veinte personas. Seguro.

El último equipo de prótesis está helado. Cada instante, de cada día, me hiela.

Eso no te pasará a ti.

Porque nunca has estado enfermo ni has llegado demasiado tarde y nunca has sufrido un daño permanente y nunca has pasado por dos generaciones previas de prótesis para hacer todas las cosas que la tecnología moderna, que se desliza siguiendo las neuronas dañadas por el hongo, no puede hacer del todo por ti. El último equipo, el que te permite andar y ver y respirar uniformemente, no te hará sentir frío todo el rato. No tendrás un termo de té como tabla de salvación. No llevarás puesto un chaleco de esquí en mayo, o una chaqueta gruesa en Julio.

No sentirás el brillo plateado en tus ojos, que tu madre jura que es precioso, como si fuera hielo cuando te mires al espejo. Y nunca verás la escarcha de las lágrimas cuando trate de ocultarlas mientras habla y te trae otra manta para el picnic familiar bajo el calor de agosto.

Y nada de esto, por supuesto que nada de esto, te pasará a ti.

A menos que las esporas cambien de nuevo.

A menos que la tecnología cambie de nuevo.

A menos que cualquier cosa, cualquier cosa, cambie.

Pero ¿cuáles son las probabilidades de que el mundo cambie durante tu vida?

Así que, seguro, segurísimo, que esto no te pasará a ti.

 

Marissa Lingen es una prolífica escritora de ciencia ficción y fantasía, sus historias se han publicado en la mayoría de las resvistas más relevantes en inglés. Vive con sus familia en un pequeño bosque del norte de los Estados Unidos.








Avisos por contenido sensible: enfermedad.


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