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Amarás a tu madre por encima de todas las cosas
De Elaine Vilar Madruga
Para Cormac McCarthy
A veces se
despeja el cielo. Del gris mármol de las nubes sale un rayo de sol, una
cucaracha ínfima y luminosa que mira la podredumbre de los campos desde arriba.
Mamá encoge los ojos, pero llama a la niña, que vaya, sí, que la pequeña Anisha
camine sobre la podredumbre de los campos, un poco más lejos, que ande justo
hasta el sitio donde se extiende la alambrada de púas con el letrero de
juguete, ese que Anisha contempla siempre: el letrero con la imagen de la
calavera y los dos huesitos cruzados. Si Anisha supiera leer, no tendría
necesidad de preguntarle a Mamá por qué están rayadas las palabras en el
letrero ni quién ha violado la sonrisa de la calaverita; por qué el mundo está
dividido en dos pedazos, fuera de las alambrada de púas, dentro de la
alambrada. Aún Anisha no ha descubierto dónde es realmente afuera y dónde
adentro. Mamá no tiene tiempo de contestar las preguntas de la hija, pero
siempre advierte cuidado con las ratas, si vas hasta el borde, Anisha, mantente
alerta y no te entretengas demasiado frente a la calaverita, ni empieces a
buscar tesoros en la tierra, recuerda que hoy tendremos pocas horas de sol, muy
pocas, y la oscuridad atrae a los grupos de ratas con sus antorchas y también a
las bombas que caen desde el cielo. Lo repite diez veces. Mamá lo repite diez
veces mientras taladra a Anisha con la mirada como si quisiera descubrir si la
niña será obediente. Ser obediente es la manifestación más grande de amor hacia
Mamá, y Anisha lo sabe aunque lo olvide en ocasiones. Estarás atenta al
silbato, Anisha, Mamá vuelve a la carga, en cuanto lo escuches, retornarás
conmigo.