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Recambio
de Isa Prospero
Prometió que mantendría el corazón, pero las
circunstancias cambiaron. De todas formas, no era más que superstición, todo
eso de que el corazón-es-dónde-habita-el-alma; no hacía falta ir al colegio
para saber que es el cerebro el que da las órdenes (si no fuera así, cualquiera
con un corazón bruñido sería un idiota que solo sabe gimotear o un robot sin
emociones y Jô conocía a gente que lo había hecho). Era igual que vender una
pierna o el hígado, solo que un poco más complicado por toda la sangre que
latía atravesándolo. Pero imposible explicarle eso a su madre.
Así que no lo hace; no se lo dice. Se limita
a salir de la caja de acero en la que viven sin decir palabra y, cuando ella le
grita:
—¿Dónde vas?
Él miente con fluidez:
—Al desguace.